sexta-feira, 6 de fevereiro de 2009

La coalición del odio

Generalmente, la obligación de un diplomático es pasar desapercibido para el gran público y decir lo que deba decir de un modo tal que siempre pueda negar haberlo dicho y nadie pueda llevarle la contraria. Sin embargo, hay casos especiales en los que tanto las relaciones bilaterales como la percepción del público hacia un país extranjero requieren medidas excepcionales. Rafael Shutz, embajador de Israel, comenzó su labor en España siguiendo las normas clásicas, pero ya parece haber entendido que nuestro país requiere olvidarse de la diplomacia tradicional.

Así, Schultz ha denunciado en Barcelona que nadie se manifiesta por el Congo o Darfur, pero sí "cuando Israel está involucrado", por lo que concluye acertadamente que los motivos son "políticos y no humanitarios". Y es que nuestra izquierda sólo considera como guerra aquella en la que participan Estados Unidos o Israel. No condenaron las guerras de la URSS ni de Cuba ni se preocupan ahora por ninguna de las que se libran en las fronteras del islam, excepto en Palestina.

La razón es que no les mueve la piedad por las víctimas de la guerra, sino el odio a Occidente. Es en ese punto donde coinciden con el islamismo y la razón por la que pueden formar con él esa "coalición del odio" que tan acertadamente ha bautizado el embajador israelí. Intelectuales como Chomsky, Gala, Saramago o Goytisolo –aunque no sólo ellos– han recurrido rutinariamente a la mentira y la manipulación más rastrera para denigrar a Israel con el aplauso y la alabanza de la gran mayoría de los medios de comunicación, que no han tardado un segundo en seguir su guía.

Desgraciadamente, en España no son sólo los progres sino también los nacionalistas, ni tampoco son sólo los intelectuales y medios sino también los políticos quienes se han apuntado a esa "empresa de la mentira" en su afán por condenar al único actor que en el drama de Oriente Próximo respeta la democracia, la libertad y los derechos humanos: Israel.

Es en ese caldo de cultivo en el que se comienzan a producir actos antisemitas, especialmente en Barcelona, donde las sinagogas han sido cubiertas de pintadas y atacadas en dos ocasiones, y donde se invade un campo en el que juega un equipo israelí. Schultz ha hablado después de que pidiera dos veces, sin éxito, que el Gobierno catalán condenara estas muestras de antisemitismo y después de tener que aguantar que Montilla lo reprendiera por denunciar la realidad.

En Cataluña, más que en ningún otro lugar de España, el antisemitismo se alienta con el silencio de las autoridades y la presencia de cargos públicos en manifestaciones cargadas de odio y hasta de armas. Desgraciadamente, es la consecuencia natural de la imposición de un discurso nacionalista y políticamente correcto desde unos medios aún menos plurales que en el resto de España. Cataluña, y especialmente Barcelona, fue en un tiempo el lugar más cosmopolita de España. Pero hoy, después de décadas de nacionalismo, se está convirtiendo en una región y una ciudad cada vez más paletas. Es natural que sea también la que muestre más alto y claro su odio a Israel.

Es inútil recordar a quien no piensa, sino que se limita a odiar, que es Hamás quien viola el derecho internacional colocando a la población civil como escudos humanos, no Israel; que no puede ser genocidio un conflicto que supera el millar de muertos; que son los terroristas palestinos quienes declaran todos los días y a todas horas su intención de borrar a Israel del mapa. Pero hay que hacerlo, con la vana esperanza de que la voz de la razón se haga oír. 

Editorial - http://www.libertaddigital.com

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