El secretario de Estado del Papa, Cardenal Tacisio Bertone, estuvo hace unos días en España. Su visita respondía a la invitación de nuestra Conferencia Episcopal para pronunciar una conferencia como celebración del sexagésimo aniversario de la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948. |
La Iglesia, en España y en todo el mundo, como prueba de su aprecio, compromiso y alta estima por esta Declaración, ha celebrado esta efeméride con multitud de actos. Dada su condición de alto dignatario, el "número dos" dicen los medios para simplificar, del Estado Vaticano se reunió además con diversas personalidades y cargos públicos de nuestro país. Pero, al contrario de lo que daban a entender algunos medios, estas visitas eran de cortesía: "además", acabamos de decir. Algunos de nuestros políticos y gobernantes, habitualmente ariscos, abruptos en sus expresiones y reacios a tratar con la Iglesia que camina en España, no dudaron en buscar la foto amable y hasta hacer "gestos" más o menos simpáticos (por ejemplo, nuestra vicepresidenta cambió esta vez las citas de San Agustín, en latín, de nuestra embajada en Roma con ocasión del último Consistorio, por el color cuasi episcopal de su vestimenta, nada difícil de encontrar, supongo, dado el nutrido fondo de armario que posee a pesar de la crisis; unos seguimos siendo más iguales que otros).
Estoy seguro de que, dada su excelente preparación y finura diplomática y su claridad y rigor doctrinal y conceptual, atendiendo también a sus años de desempeño del mismo cargo, en condiciones quizá más complejas, considerando su condición de español, aunque nacido en Londres, e hijo de varias generaciones de españoles de diversas procedencias geográficas nacionales, estoy seguro, repito, de que el cardenal Rafael Merry del Val y Zulueta, cuyos restos reposan en la cripta papal de la Basílica de San Pedro (su tumba se encuentra frente a la de Juan Pablo II) debió esbozar una sonrisa de satisfacción y musitar una plegaria de agradecimiento a Dios al escuchar las magníficas palabras, igualmente claras y rigurosas, de su sucesor, pronunciadas en su amada España. La figura del cardenal Bertone, al igual que la de Merry, se inscribe en una extraordinaria lista de grandes hombres de la Iglesia, lo que es lo mismo que decir de grandes servidores, que han desempeñado el encargo de secretario de Estado del Vaticano: Sodano, Casaroli, Villot, Tardini, Montini en parte, Pacelli o Gasparri, por citar sólo a algunos de los más recientes. Merry del Val, a pesar de su juventud, sirvió, desde 1903 hasta 1914, como secretario de Estado de San Pío X. Muestra de su gran talla humana y hondura eclesial y personal (conocerse a sí mismo y a la naturaleza del hombre), es que una persona de su rango, el español que "más alto" ha servido en el Vaticano, compusiera una oración tan hermosa y densa como las Letanías de la humildad.
Volviendo a la conferencia, el cardenal Bertone expresó, con concisión y precisión, lo contrario, en mi opinión, de lo que habían intentado trasladarnos los dos días anteriores los medios, especialmente los afines al Gobierno, interesados en intentar manipular las palabras y los gestos del diplomático vaticano. Titulándose la conferencia Los Derechos Humanos en el magisterio de Benedicto XVI no podía haber sido de otra manera, en el fondo y en la forma. En efecto, en temas tan fundamentales como el derecho a la vida, la familia, la educación o la laicidad, la doctrina estaba clara y apoyada en citas reiteradas del magisterio del Concilio Vaticano II y de los últimos pontífices.
Las palabras de saludo y presentación del cardenal Rouco, breves y directas, en perfecta sintonía, para tristeza de algunos, con las palabras posteriores del cardenal Bertone, señalaron las primeras muestras de la acogida calurosa de la Iglesia a la Declaración y delimitaron algunos de los problemas que se desarrollarían posteriormente. Valgan, como ejemplo, estas líneas:
El trecho cultural, ético y espiritual que tienen que recorrer actualmente las sociedades y las personas en la asimilación existencial y viva del respeto a la dignidad inviolable de la persona humana y de sus derechos es todavía muy grande. El fenómeno del hambre y de la pobreza en el mundo, agravada por la crisis económica, sigue ensombreciendo el presente y el inmediato futuro de la familia humana. El derecho a la vida, los derechos relativos al matrimonio y a la familia y el derecho a la libertad religiosa atraviesan momentos de incertidumbre no sólo práctica, sino también teórica.
El secretario de Estado habló con absoluta claridad y contundencia desde el principio de su intervención:
Cuando defienden un derecho [los seres humanos] no mendigan un favor, reclaman lo que les es debido por el solo hecho de ser hombre. Por eso se llaman derechos naturales, innatos, inviolables e inalienables, valores inscritos en el ser humano. Por esta significación profunda y por su radicación en el ser humano, los derechos humanos son anteriores y superiores a todos los derechos positivos. De aquí que el poder público quede sometido, a su vez, al orden moral, en el cual se insertan los derechos del hombre.
Para quienes defienden, y practican en su acción política diaria, el relativismo moral, el positivismo jurídico y la "ampliación" y modificación de derechos, en el apartado 6 de su intervención el cardenal diría expresamente:
En nuestros días, hay un proceso continuo y radical de redefinir los derechos humanos individuales en temas muy sensibles y esenciales, como la familia, los derechos del niño y de la mujer, etc. Debemos insistir en que los derechos humanos están ‘por encima’ de la política y también por encima del ‘Estado-nación’ (...) Ninguna minoría ni mayoría política puede cambiar los derechos de quienes son más vulnerables en nuestra sociedad o los derechos humanos inherentes a toda persona humana.
Estas palabras debieron sonar, a pesar de su tono mesurado y cortés, tremendamente duras. Esto era a lo que el cardenal Rouco había aludido en varias ocasiones al hablar del carácter prepolítico de los derechos humanos.
Tampoco debió gustar mucho a la clase política, tibia en el mejor de los casos o abiertamente contraria a la defensa de la vida humana, este párrafo: "La dignidad del ser humano, el tema clave de toda la doctrina social de la Iglesia, implica, entre otras cosas, el respeto a la vida desde su concepción hasta su ocaso natural". Después, citando a Benedicto XVI, terminaba:
La vida, que es obra de Dios, no debe negarse a nadie, ni siquiera al más pequeño e indefenso y mucho menos si presenta graves discapacidades [no podemos] caer en el engaño de pensar que se puede disponer de la vida hasta legitimar su interrupción, enmascarándola quizá con un velo de piedad humana. Por tanto, es necesario defenderla, tutelarla y valorarla en su carácter único e irrepetible.
¿Cómo es posible que, a pesar de los avances de las ciencias en las últimas décadas, aún se pueda negar la existencia de una vida distinta, dependiente pero distinta, a la del padre y la madre desde el momento de la concepción? Sólo graves prejuicios ideológicos pueden negar la existencia de un patrimonio genético propio del feto y que le acompañará toda su vida, si le dejan pasar de las X semanas que alguien decida.
El cardenal habló también de la familia, la educación, la libertad religiosa, y el compromiso de la Iglesia en la defensa de los derechos humanos. Para terminar señalaremos una cita más:
Querer imponer, como pretende el laicismo, una fe o una religiosidad estrictamente privada es buscar una caricatura de lo que es el hecho religioso. Y es, por supuesto, una injerencia en los derechos de las personas a vivir sus convicciones religiosas como deseen o como éstas se lo demanden.
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