¿Seríamos más felices si Dios no existiera en nuestras vidas? ¿Cómo sería la vida sin esa concepción del hombre, como señor del mundo, desde el mismísimo instante de la creación de Dios, en ese día sexto en el que aparece después del cielo y la tierra, de la luz y la tiniebla, del mar y las estrellas, de los árboles y los animales? ¿Qué sería de nosotros sin Dios? Para los cristianos, sin Él, el hombre se sentiría perdido, pues como dijo el jueves en la magistral conferencia que nos ofreció el Cardenal Tarsicio Bertone en la sede de la Conferencia Episcopal, hemos heredado del judaísmo la convicción, plasmada en la primera página de la Biblia, de que el ser humano es imagen de Dios.
Cuando acabamos de celebrar el 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, texto de raíces profundamente judeo cristianas, entre cuyos autores se encontraban el jurista judío René Cassin y el filósofo católico Jaques Maritain, resuenan en nuestras mentes esas lúcidas palabras de Benedicto XVI: «En última instancia, los derechos humanos están fundados en Dios Creador, el cual dio a cada uno la inteligencia y la libertad. Si se prescinde de esta base ética, los derechos humanos son frágiles porque carecen de fundamento sólido». Los derechos humanos están, pues, enraizados en la ley natural que, como dijo Bertone, interpela nuestra razón y nuestra libertad, pues ella misma es fruto de verdad y de libertad: la verdad y la libertad de Dios.
Los derechos humanos, pues, hechos a semejanza de la ley divina, no son una mera interpretación positiva que reduce la justicia a la legalidad y que concibe esos derechos como resultado de medidas legislativas. Los derechos humanos, que están por encima de cualquier ley y constitución, tendrían su origen en esa ley natural inscrita por Dios en la conciencia del hombre. De ahí se derivaría todo lo demás: la dignidad de la persona humana, el derecho a la vida, la concepción de la familia como la célula primaria de la sociedad y el derecho a la educación y a la libertad religiosa, por ejemplo, y entre los más importantes. Para nosotros, cristianos y judíos, si lo somos no sólo sociológica sino también teológicamente, un mundo sin Dios sería un mundo de tinieblas.
Jorge Trías Segner
www.jorgetriassagnier.com
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