Una larga estancia en Hispanoamérica tiene dos vertientes: una, la constatación de que el mal ibérico está desgraciadamente extendido (e incluso, como en el caso del peronismo, sus productos se manufacturan al oeste del Atlántico y se exportan); otra, que la distancia hace posible que se vean con más claridad algunos asuntos que en casa, por saturación y orden de la superioridad, han entrado en el canon de lo indiscutible, como es nuestra guerra civil. |
Resulta que en la cátedra que fuera de don Claudio Sánchez Albornoz se enseña con una amplitud que ya quisiéramos para nosotros el período 1934-1939. Y, desde luego, no estoy hablando de hacer franquismo desde la tarima: nada más alejado de eso. Simplemente, se analizan con una gran aspiración de objetividad las razones por las cuales la República perdió la guerra. Y tengo la convicción, después de muchos días y noches de conversación, de que ése es el tono general. Se diría que, como no es un asunto de gobierno, no hay condena por lo que se pueda decir o pensar.
Tal vez ese sea también el origen de un fenómeno del que traté hace años en un librito sobre la Guerra Civil: la permanencia de la historia seria, documentada y no orientada a la polémica en manos de extranjeros, desde Thomas hasta Bollotten. Lo que no excluye tomas de partido como la de Paul Preston. Entre nosotros, cualquier cosa que huela a crítica de la Santa Izquierda en la época republicana es de inmediato anatematizada y puesta en el Index bajo el rótulo de "franquista". Y es que la historia en España jamás llega a ser historia, jamás llega a ser pasado, y cuando se condena a Franco se condena también a los Reyes Católicos, a Felipe V y, si me apuran, hasta a los reyes godos, que no tenían otra, pobres, que ser carcas y no contemplar el matrimonio gay ni el Ministerio de Igualdad. Vivimos bajo la amenaza constante de un régimen que no da como alternativa el diluvio, al modo absolutista, sino un infierno al que llamar, de puro ignorantes, Edad Media. Una Edad Media que llega exactamente hasta 1975, al final del año.
Y ese no pasado, además, es materia judicial, porque aún viven recaudadores de impuestos feudales y campesinos pobres sin Robin Hood que los defienda.
La búsqueda de la neutralidad académica es cosa que tal vez se pueda alcanzar en otros países, y sólo en la medida en que los scholars del caso no se vean beneficiados por alguna generosa subvención oficial de las muchas que se reparten por el mundo, aunque es cierto que estas solo se dan a adictos confesos.
Aquí, en la Argentina, como antes he comprobado en otros países hispanos, se trabaja el tema con bastante libertad, y los resultados suelen ser buenos. Entre otras cosas, porque se cuenta con archivos del exilio, y los exiliados de la Guerra Civil fueron comunistas en una ínfima proporción, pese al exitoso agit prop del PCE y de la URSS. Me refiero al tercer exilio masivo español, porque España se permitió el lujo de expulsar en sucesivas oleadas a sus judíos, a sus jesuitas y a su inteligencia republicana sin el menor rubor. Lo que no significa que no haya quedado nadie en el interior, como se pretende hacernos ver, porque a un Sánchez Albornoz siempre le correspondió un Menéndez Pidal que no se movió de casa.
Me gustaría poder escribir y publicar un historia de la Guerra Civil, en cuyo texto disentiría tanto de la historiografía socialista como de Pío Moa, sin que nadie me condenara antes de leerla. De hecho, lo he intentado, con una gran ingenuidad de origen y un estruendoso silencio como respuesta. La ingenuidad se me terminó hace rato, pero el silencio sigue ahí.
He tenido una larga charla con un profesor de historia de España, que no sólo tiene una versión propia, por cierto que muy interesante, de la Guerra Civil, sino que ha emprendido una seria crítica del mito de la transición (¿debería escribir Transición, con mayúscula?), que el zapaterismo ha querido convertir en ruptura, esa ruptura que, como se manifestó colectivamente, muy poquísimos deseaban: de ahí la trampa zapateril y garzoniana de presentar a este gobierno del nietísimo como una continuación de la República.
Habrá que comprender, en ese prolongado despojamiento de inocencias que nos reclama la época, que no es posible emprender la tarea de narrar la Guerra Civil sin hacer a la vez un tratamiento profundo de las condiciones de la transición, puesto que, para el partido en el gobierno (y para no pocos que no están directamente apuntados al PSOE), la segunda es la revancha de la primera. Se les paró el reloj y dejaron de arrancar hojas del calendario, pero los locos son los que dicen que esto es 2009.
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