Angela Merkel ha vuelto a marcar la diferencia clara frente a aquellos gobernantes en Europa que, con una óptica que procede menos de la «realpolitik» que de un concepto colonial y de desprecio eurocentrista, niega las libertades a los súbditos de regímenes dictatoriales que dicen defender para los ciudadanos propios. Merkel ha anunciado una política hacia Cuba que tendrá muy en cuenta el carácter totalitario del régimen y su trato a presos políticos, disidentes y población en general. Es una buena noticia que, para nuestra vergüenza, aleja aún más a España del núcleo de las democracias europeas. Son muchos los países europeos, especialmente aquellos que han sufrido la dictadura comunista como la República Checa o Polonia, que llevan ya casi cuatro años escandalizados ante la actitud del Gobierno socialista español que actúa como cómplice del castrismo y saboteador de todos los intentos de presionar al régimen cubano a poner fin a su implacable política de represión.
Si Angela Merkel ha sabido impregnar su política exterior con la suficiente carga ética para criticar la represión en gigantes económicos como China y Rusia, y advertir hace unos días en Lisboa al anciano déspota de Zimbabue, Robert Mugabe, que la violación de los derechos humanos y la represión de las libertades sí tienen, y con razón y peso, relevancia en las relaciones internacionales, era lógico que llegara el momento en que se pronunciara sobre Cuba y las miserables condiciones de vida de los presos políticos y toda la ciudadanía cautiva. Es muy triste que hoy la dictadura de La Habana tenga en el Gobierno de España su principal valedor para soslayar sus abusos y evitar represalias ante las tropelías de su policía política y sus escuadrones de matones. Quienes se niegan a galopar sobre el cinismo o a la indolencia frente al dolor ajeno y la persecución política del totalitarismo solo pueden adscribirse al desprecio o a la ira al comprobar, una vez más, el silencio cómplice -contumaz y obsceno- del susodicho «Gobierno de España», que se preocupa en su despilfarro de propaganda por el acné juvenil o los humores en la intimidad y desprecia la agonía de los presos cubanos y el miedo permanente de los disidentes ante la escalada de la represión en Cuba.
La nueva oleada de detenciones en Santiago y La Habana, las renovadas y reforzadas amenazas a aquellos que reclaman dignidad y libertad, no parecen interesar nada al ministro de Asuntos Exteriores de España, Miguel Ángel Moratinos, ya con razón considerado en la UE el máximo valedor de la dictadura de Fidel y Raúl Castro. Mientras, nuestro embajador Carlos Alonso Zaldívar, en su día supuesto adalid de la democracia en España desde las filas de un partido comunista que condenaba la dictadura de la URSS, se ha convertido en La Habana en una especie de segunda línea de defensa de la dictadura, que ofende diariamente a la dignidad de los cubanos con su obsequiosidad a la tiranía.
La actitud del Gobierno de España hacia la ciudadanía cubana o hacia la venezolana, donde ha tenido hasta hace poco a un Raúl Morodo de embajador con el mismo cometido de apuntalamiento del proyecto totalitario de experimentación política y social, revela hasta qué punto Zapatero y sus ilusiones son un peligro y no sólo para las aspiraciones de libertad y democracia en el Caribe. Si en España ha dejado claro el talante que prefiere hablar con ETA que con las víctimas, nada más lógico que en La Habana se hable solo con los carceleros que además alimentan bien a algunos de los mayores apologetas periodísticos del nuevo socialismo español. Favores recíprocos, se llama.
Ahora, en un nuevo acto de cinismo, el ministro cubano de Exteriores, Felipe Pérez Roque, dice que Cuba se va a adherir a las convenciones de la ONU de derechos humanos. Es obvio que Moratinos y «Charly» Zaldívar aplaudirán esta enésima farsa. Es evidente que Angela Merkel no se dejará engañar. Y es de desear que Nicolas Sarkozy, ese presidente francés en el que confían los ciudadanos españoles como nunca en sus antecesores, se una al proyecto de demostrar que Europa defiende la libertad en Cuba y no el cómplice de su policía política, su dictadura, sus miserias y mentiras.
Hermann Tertsch
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