Están tanteando el terreno, pero nadie entra al trapo, por ahora. En algún gabinete de estrategia socialista, alguien ha debido de pensar que la ampliación de la ley del aborto es una idea que reúne gran parte de los requisitos que andan buscando para provocar un calentamiento de la campaña. Toca de lleno lo más profundo de la conciencia moral católica, irrita a la Iglesia, complace al feminismo y tiene vitola clásica de bandera progresista. Es el tipo de propuestas que puede organizar una gran polémica social, en la que el PSOE se presentaría como adalid de la modernidad frente a la rancia España de sacristías ensotanadas. Justo lo que el Gobierno necesita para activar el voto perezoso que bosteza sin entusiasmo alguno por revalidar a Zapatero.
Pero por el momento, la derecha no ha picado el anzuelo. Los sectores católicos permanecen a la espera, y el PP se enroca con prudencia en el respeto a la ley vigente, que aunque todo el mundo sabe que es un coladero ha acabado suscitando un consenso pasivo. No fue así al principio; hubo una batalla ruidosa y áspera, y un fallo apretadísimo del Constitucional, que se decidió por el voto de calidad del presidente. Pero a partir de esa sentencia, que reconocía al tiempo los derechos de la mujer y del feto, se estableció con el tiempo una relativa paz social en torno a un «statu quo» que, aunque repugna a los antiabortistas y parece escaso a las feministas, y aunque ofrece un vergonzoso agujero para que se cuelen prácticas fraudulentas, ha permitido aparcar un debate capaz de escindir la conciencia de cualquier sociedad por sus delicadas características morales.
Ese cable de alta tensión es el que ahora parecen querer pisar los socialistas, moviéndose en una calculada ambigüedad de globos sondas y propuestas retráctiles que pretenden explorar la temperatura del ambiente político. Lo hacen con cautela porque el detonante de la cuestión -esas repugnantes degollinas de bebés ochomesinos descubiertas en ciertas clínicas-carnicería que deberían tener por patrón a Herodes- es demasiado escabroso para evitar las salpicaduras, y porque quieren saber hasta dónde se puede movilizar la opinión pública en una nueva controversia de doble filo.
Así que han optado por el metesaca, una hipócrita exposición de intenciones indagatoria que les permita moverse en un terreno de indeterminación a la espera de que el adversario mueva ficha. Y se han encontrado con que el rival no se cosca, no embiste al capote y mantiene la calma. La apelación al consenso es de una falsedad demasiado evidente; todo el mundo sabe que ese consenso es imposible, más aún en el contexto natural de enfrentamiento de una campaña electoral. Si la derecha no se equivoca, si no tira los pies por alto, si se mantiene en la impecable defensa de la legalidad frente al abuso salvaje de unos infanticidios manifiestos, el Gobierno no podrá ir más allá sin parecer que se pone de parte de los carniceros que tiraban los fetos a la trituradora. Y desde ahí no se puede construir una ley en positivo. El problema para los socialistas es que han encontrado su idea en un cuadro hiperrealista de los Santos Inocentes.
Ignacio Camacho
www.abc.es
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