domingo, 16 de dezembro de 2007

Pendientes de Lula

Chávez es el protagonista de la película. Eso cree él al menos. Se ha trabajado a fondo su papel de líder del movimiento populista de liberación bolivariano y lleva la voz cantante en el escenario político iberoamericano. Su rostro llena la pantalla. Es arrollador y tenaz; se pone el mundo por montera y parece que nada puede con él. Sabe jugar con la escena, con los medios de comunicación. Es un actor de reparto que ha alcanzado el protagonismo y se agarra a él como a un clavo ardiendo. O se está conmigo o contra mí, socialismo o muerte. No para de hablar. Quizás tema que si se calla todo acabe. Tiene petróleo, dólares. Ya ha sufrido un primer revés. Pero no se arredra. Pronto vendrán las réplicas y, quizás, su protagonismo comience a languidecer, a licuarse. El actor que hay al fondo del salón está callado, silencioso, pero el espectador atento aprecia su poder, su autoridad. Lula está callado pero habla con su silencio. Quizás prefiere que los hechos hablen por sí solos. Con eso, de momento, le basta.

Desde el comienzo de su segundo mandato, en enero de 2007, está más serio, más reflexivo, más sereno. No abusa ya de su verbo encendido ni de sus conocidas salidas y ocurrencias, y, por el momento, parece preferir un segundo plano en la escena internacional. Esto lo hemos podido comprobar en las últimas Cumbres Iberoamericanas. El Lula que se medio ocultaba en el balcón del Ayuntamiento de Salamanca hace dos años no parecía el mismo que el que saludaba eufórico a las multitudes que lo aclamaban en Oviedo en 2003 cuando acudió a recibir el Premio Príncipe de Asturias. Muchos ni siquiera se enteraron de que estuvo presente en la Cumbre de Santiago de Chile, que tanto ha dado que hablar. Se sabe que tuvo una intervención brillante en la reunión que se celebró a puerta cerrada, pero en los actos públicos buscó intencionadamente la discreción.

Por su personalidad y por su propia trayectoria política, Lula está muy alejado de Chávez, pero es bastante evidente que trata de evitar a toda costa el cuerpo a cuerpo. Quienes le conocen dicen que le irrita profundamente, pero quizás piensa que no ha llegado aun el momento de plantar cara de forma directa a sus excesos. No quiere entrar en el juego bronco y provocador del presidente venezolano. Utiliza métodos más sutiles como los dos anuncios que hizo públicos en la última Cumbre: dos avisos para navegantes, sin embargo. El descubrimiento de una reserva gigante de gas y petróleo en la costa de Sao Paulo que puede suponer el final de la dependencia energética de Brasil. Era algo ya conocido, pero dicho allí adquiría una especial significación. El segundo era más explícito; se trataba de una decisión política de gran relevancia: la petrolera estatal Petrobrás se descolgaba del Gaseoducto del Sur, un proyecto faraónico y beligerante defendido con entusiasmo por Chávez. Con todo, el indicio más significativo, quizás, de que Lula está callado pero no tanto, nos ha llegado muy recientemente al conocer el nuevo plan estratégico de reorganización de las defensas fronterizas y costeras de Brasil, lo que representa un aumento del 50 por ciento del presupuesto de material bélico del país.

Brasil, con todos sus problemas, atesora un potencial enorme. Es uno de los grandes tigres del siglo XXI, por su dimensión geográfica, por su población y por sus ingentes recursos naturales. Los nuevos descubrimientos petrolíferos se añaden al liderazgo brasileño en la producción y explotación de biocombustibles. Son más madera para un tren que ya nadie puede parar. Brasil está en mejores condiciones que nunca de aumentar su peso e influencia en los organismos económicos internacionales (quizás la entrada en el G-8 sea poco realista pero está ya en el ambiente) y de tomar las riendas de la situación política y económica en América Latina. Con todo, no debemos olvidar que las diferencias de renta entre ricos y pobres son de las más acusadas del mundo y que los niveles de inseguridad son aterradores.

Es en este escenario en el que hay que situar las expectativas y los temores que suscitó, dentro y fuera de Brasil, la llegada al poder del PT, un partido revolucionario liderado por un ex sindicalista, decidido a atacar de raíz los males sociales de Brasil. Los temores se desvanecieron pronto al conocer el pragmatismo del nuevo Presidente y su compromiso con las reglas de juego democráticas y económicas, pero las expectativas estuvieron a punto de truncarse en el momento en el que se empezaron a conocer innumerables casos de corrupción en el PT, cuando precisamente sus dirigentes habían hecho de la ética el santo y seña de su actuación política. No obstante, y contra todo pronóstico, el Presidente brasileño supo luchar contra viento y marea y salió milagrosamente indemne de la crisis. En la actualidad, Lula es más fuerte que el PT: obtuvo el 60 por ciento de los votos para su segundo mandato y hoy por hoy podría conseguir con facilidad un tercer mandato si se lo propusiese.

Nada de esto hubiera sido posible sin la habilidad de Lula para establecer una inteligente alianza con el sistema financiero nacional e internacional, al tiempo que lograba conservar el apoyo de las clases populares a través de programas sociales como Hambre Cero o Bolsa Escuela, tachados de populistas pero crecientemente eficaces. Ahora prácticamente no tiene contestación interna: la oposición parece vacía de nuevas ideas y programas, y a los Estados, con una gran autonomía pero necesitados de recursos, no les conviene indisponerse con el gobierno central. Y Brasil va bien e inspira confianza. Es cierto que la fortuna le ha sonreído, «No dudo que Dios es brasileño» ha dicho recientemente, pero sería injusto no valorar su propia contribución a la estabilidad del país. El antiguo obrero metalúrgico ha sabido aprender, de la vida y de su experiencia política, que no hay milagros en la lucha contra la pobreza. «Você e muito ansioso», le dijo una vez a Chávez. Él no lo es, y quizás por eso representa hoy para muchos una vía fiable y razonable para salir del atolladero en el que se encuentran algunos países iberoamericanos.

Sería muy importante que Lula tomara la palabra. Todos estamos pendientes de que lo haga. Y tiene la responsabilidad de hacerlo. Una responsabilidad de la que no se podrá desentender fácilmente. De ser el mito de una izquierda revolucionaria (probablemente a su pesar) ha pasado a ser un símbolo de los países iberoamericanos que creen en la democracia, en el libre mercado, en el mantenimiento de las reglas del juego, y en la necesidad de lograr un desarrollo estable y sostenido. Lula podría ser su portavoz, su vocero. Está esperando sin duda su momento y la derrota de Chávez en el último referéndum le obligará a ser cauto. No querrá hacer leña del árbol caído. Y hará bien. Cuando hable, y tendrá que acertar en el momento, los focos se centrarán en él. Todos están pendientes de Lula, aunque finjan no estarlo. El protagonista es él y no Chávez.

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