sexta-feira, 28 de dezembro de 2007

Muere Su Alteza Real e Imperial don Pedro de Orleáns y Braganza



A las dos de la madrugada la enfermera llamó a don José, el médico del pueblo. Don Pedro sudaba demasiado. Había estado el pasado día 23 en el Sagrado Corazón de Sevilla porque se quejaba de un fuerte dolor en el estómago. Pero tras una noche en Observación y varias pruebas médicas, no se le detectó nada preocupante. Así que la Nochebuena la pasó en su Palacio de Villamanrique. Incluso el miércoles por la tarde, a las ocho, don José le hizo su pertinente visita de rigor para asegurarse de que todo estaba bien. Pero apenas unas horas después el corazón de Su Alteza Real e Imperial don Pedro de Orleáns y Braganza, viudo de Su Alteza Real doña Esperanza de Borbón-Dos Sicilias y Orleáns y heredero al trono de Brasil, se detuvo para siempre. La segunda de sus descendientes, doña María Gloria, lo confirmó en el Ayuntamiento cuando la marisma aún se desperezaba.

Una escueta carta con membrete del Palacio hizo doblar las campanas de Santa María Magdalena: «Al Excelentísimo Ayuntamiento de Villamanrique: muy a mi pesar le comunico el fallecimiento de mi padre». José Solís de la Rosa, alcalde de la localidad, había decretado tres días de luto oficial acaso unas horas después. Las banderas se arriaron a media asta y el viento meció crespones negros en la plaza del pueblo, por donde los manriqueños se cruzaron con la noticia. En el bar de Tomás, donde solía parar don Pedro hasta poco antes de la muerte de su esposa, hermana de la Condesa de Barcelona y tía del Rey don Juan Carlos I, los lugareños no tenían otro tema de conversación al mediodía. «No salía desde que murió su mujer, pero antes de eso salía todos los días a caballo y le daba caramelos a los chiquillos», recordaba el regente, que mostraba a quienes se acercaban a él una botella de cachaza brasileña que hace unos días le regaló Manuel, el hijo menor de don Pedro y doña Esperanza. «El Rey lo llamaba tío Pedrinho», rememoraba otro oriundo para recalcar su condición de heredero del Imperio de Brasil. «Era muy buena gente», apostillaba. Fue la misma reflexión que hizo poco después el alcalde, justo cuando dos mujeres del pueblo le pegaban un manguerazo a la fachada de la iglesia y arrancaban con un estropajo la huella de las palomas. «Era una persona afable, cariñosa, que tenía mucho contacto con el pueblo». Se notó a las seis de la tarde, cuando el Palacio hizo sonar las bisagras de sus puertas para recibir a los manriqueños, que velaron a don Pedro hasta las tantas. Ignacio Sánchez-Ibargüen, Antonio Burgos y su esposa, Isabel Herce, el duque de Segorbe —esposo de doña María Gloria— y cientos de vecinos guardaron un silencio litúrgico, casi abismal, cuando Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp y el actual párroco de Villamanrique, Pablo Colón, oficiaron la misa en el patio del Palacio. Apenas la queja de los gorriones rompía la callada cuando Colón esgrimió su homilía: «Villamanrique es un pueblo bueno, noble. Don Pedro lo quiso mucho y también se hizo querer por él». Porque en cada uno de sus paseos a caballo hasta la finca de Gato, allá donde confluyen los caminos del Rocío, jamás faltó un saludo a sus vecinos, quienes se hicieron imperiales a través de su hermandad rociera gracias a Su Alteza Imperial el heredero de Brasil, cuya bandera presidía ayer su féretro, junto con la de España, una corona enviada por Sus Majestades los Reyes y el Simpecado de Coria, otra imperial hermandad que con Triana cierra la trilogía romera de don Pedro.

Tenía 94 años y estaba en una silla de ruedas por culpa de una caída que tuvo en su última visita a su palacio de Petrópolis. Cuentan sus allegados que echaba mucho de menos a doña Esperanza. Pero esta tarde a partir de las seis, después de que el cardenal Carlos Amigo Vallejo oficie su funeral, Su Alteza Real e Imperial don Pedro de Orleáns y Braganza, biznieto del último emperador de Brasil, volverá a estar para siempre a su vera en la capilla del Sagrario de la Magdalena de Villamanrique, su pueblo.

Alberto García Reyes, desde Villamanrique

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