domingo, 30 de novembro de 2008

Bombay y la Alianza de Civilizaciones


Reconozco que la mayoría de los analistas españoles del ataque terrorista a Bombay me han dejado frío. Los más "preclaros" no dejaban de insistir que era ésta una desgraciada oportunidad para "tomar conciencia" del peligro islamista. Otros, más toscos, insistían en que gracias a que allí estaba Esperanza Aguirre podemos hacernos cargo de la dureza de ese terror. Y, en fin, había otros que hablaban del ataque a Bombay, de los cientos de muertos por las balas de los islamistas, como si los españoles no hubiéramos probado la tragedia del Islam. Terrible. ¿Cómo puede haber tanto descerebrado que escriba sobre el terrorismo contra la ciudad de Bombay olvidando la tragedia del 11-M, de 2004, o el más lejano en el tiempo de las Torres Gemelas del 11-S? Pues, desgraciadamente, abundan por todas partes.

Así las cosas, sólo nos queda seguir haciendo nuestra vida cotidiana, como si el terrorismo no hubiera conseguido su objetivo, o sea, aterrorizarnos. Y, segundo, combatir a quienes creen que se puede acabar con el terrorismo islamista con una Alianza de Civilizaciones "a lo Zapatero". Mis tareas inmediatas son, pues, sencillas. En primer lugar, seguiré pregonando que nada me gustaría más que visitar Bombay. Alojarme en el hotel Taj Mahal fue siempre una de mis ilusiones. Este edificio sigue siendo el mayor símbolo de la cultura sincrética de la India. Su estilo morisco, oriental y florentino recuerda algo, aunque sólo sea por su rico y complejo mestizaje, el romántico conjunto arquitectónico del Taj Mahal de la ciudad de Adra, que es la joya arquitectónica de la India mogol, mezcla de arquitectura islámica, india, persa y turca durante la dinastía de mecenas Shah Jahan, en el siglo XVI.

El Taj Mahal del pasado es el lugar turístico por antonomasia de la India más universal y que, dicho sea para contextualizar estos crímenes de Bombay, es el monumento más odiado por el fundamentalismo islamista desde entonces. Por eso, precisamente, el Taj Mahal de hoy, el hotel diseñado por un arquitecto parisino que fue construido interpretando libremente esos planos, era el objetivo fundamental de los terroristas porque, naturalmente, sigue siendo el símbolo más occidental de la India más moderna. El primer hotel que recibe a los viajeros europeos y el último que los despide. The Gateway of India!

Pues eso, que intensificaré, ahora más que ayer, mis planes para visitar Bombay y el Taj Mahal de Adra. Es una manera moral, además de eficaz, de luchar contra el terrorismo islamista. Recomiendo que nadie descarte en los próximos meses hacer una visita a esta ciudad, entre otros motivos, porque es una forma de plantarle cara a una panda de criminales que pretende arruinar nuestras ilusiones y libertades.

Hay, insisto, una segunda forma de combatir el terrorismo islamista. Se trata de cuestionar, criticar y desmontar a quienes defienden una Alianza de Civilizaciones, entre ellos Zapatero y los socialistas, para ocultar algo peor que una pretensión hegemonista mundial del islamismo. Ya no se trata de una versión Moratinos de la Alianza de Civilizaciones, sí, de una operación de propaganda costosísima para todos los españoles, como demuestra la decoración pictórica de la cúpula y la sala de un edificio de la ONU, en Ginebra, sino de una infame manera de ocultar el crimen islamista. Parece que la actual llamada "Alianza de Civilizaciones" no sólo no quiere analizar las causas y los modos, el caso de Bombay es absolutamente nuevo, de los atentados terroristas, sino que descalifica y combate a quienes nos preguntamos por los fundamentos doctrinales, es decir, las tradiciones violentas del islamismo terrorista.

La "Alianza de Civilizaciones", sí, no sólo hay que descalificarla porque Zapatero la financia con el dinero de todos los españoles, sino porque es la principal tapadera para que no entremos a analizar el odio del Islam contra Occidente. En fin, quiero visitar la India entrando por Bombay y alojarme en su mayor símbolo democrático, el Taj Mahal, un hotel del renacimiento humanista indio del siglo XX. Seguro que allí me encuentro más seres libres que en cualquier reunión de expertos en "Alianza de Civilizaciones".

¡El Taj Mahal es más, mucho más, que el sueño inglés de la India! Es el símbolo de Occidente para Asia.

Agapito Maestre
Catedrático de Filosofía Política en la Universidad Complutense de Madrid

sábado, 29 de novembro de 2008

Los retablos de Santa Maravillas


Pasado mañana iré a Madrid a la Fundación Xavier Zubiri. Sus dependencias están en la casa en que vivió el filósofo donostiarra desde 1942 hasta su muerte en 1983. En la fachada del edificio, dando a la vía pública, hay una placa con el escudo de la Villa que recuerda que un pensador de relevancia estuvo avecindado y escribió su obra allí. Como esta placa hay otras muchas por infinidad de poblaciones.

Y no solamente en España. Zubiri tal vez se encuentre ahora con un problema y es que era católico y ejercía como tal. Pero no es el único caso, en nuestra Historia es frecuente. Incluso muchos de nuestros notables compatriotas eran clérigos, monjas, frailes, monjes; hasta obispos, cardenales y algún Papa.

De momento a nadie se le ha ocurrido pensar que las calles a ellos dedicadas, las placas conmemorativas o las esculturas fueran un acto confesional. Quién sabe, acaso empiece una oleada de revisión de la memoria callejera y a Lope de Vega le quiten la sotana en las efigies. Todo sea por la neutralidad. Pero no seamos pesimistas, una golondrina no hace verano; esperemos que Sta. Maravillas de Jesús no sea pionera en esto. Aunque ya no es posible que lo sea, porque en todo hay quien gane. En cierta ocasión, paseando con un amigo por Ávila, vimos un colegio de reciente construcción que se llamaba Juan de Yepes y mi acompañante me preguntó quién era. No pude por menos que satisfacer su curiosidad con ironía: "Creo que en el extranjero lo conocen como San Juan de la Cruz". Memeces de este tonelaje saturan nuestra geografía y hablan elocuentemente de nuestra sociedad y gobernantes.

La ciudadana Mª. Maravillas Pidal y Chico de Guzmán nació y vivió un tiempo en la Carrera de S. Jerónimo nº. 36; hoy en día, allí está uno de los edificios que forman parte de las dependencias del Parlamento. Más gente habitó ahí, pero la de mayor relevancia internacional es ella; éste era el motivo por el que se pretendía colocar una placa conmemorativa. Pero esta ciudadana tiene una mancha en el expediente, fue monja y además santa. Así que finalmente la mesa del Congreso de los Diputados se echó atrás. El portavoz del grupo socialista, José Antonio Alonso adujo la aconfesionalidad del Estado (está vez no era laico). Pero, que yo sepa, poner una placa no es ni un acto de culto ni una profesión de fe.

Nuestra comatosa Constitución –éste es un hecho más que confirma el diagnóstico– dice sencillamente en su artículo 16.3: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal". ¿Me puede decir alguien cómo un hecho así da carácter estatal a una confesión religiosa? Difícilmente me podrán quitar de la cabeza que no fue por la aconfesionalidad del Estado, sino por la confesionalidad laicista de algunos, por sus alergias. Las raíces de la irracionalidad de todo este asunto creo que quedan muy bien reflejadas en estas palabras de J. Juaristi referentes a la Teología: "La modernidad no es antiteológica por defender la Razón, sino por su afán de mantenerla bajo mínimos. No rechaza la Teología porque deteste a Jerusalén (hasta Bin Laden dice amarla), sino porque odia a Atenas. No es la idea de Dios lo que la modernidad no ha podido soportar, sino la idea del Dios razonable. La modernidad es el resultado de la deshelenización de Europa y de su consecuente abandono a los dioses oscuros e inexplicables". Muy bien podrían haberse escrito con motivo de una placa:

"No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla, no le sigáis ni persigáis; si no conmigo sois en la batalla!". Así gritaba don Quijote creyendo ser reales los títeres de maese Pedro. Y otros, en una placa, vieron sus más oscuros fantasmas y lucharon bravamente contra ellos. Ahora, como en el otro retablo cervantino, el de Las Maravillas, los Chanfalla y las Chirinos intentarán hacernos ver que es por la aconfesionalidad del Estado y que no se hace de menos a nadie por sus creencias. Pero siempre habrá un Furrier que diga: "¿Está loca esta gente?".

Alfonso García Nuño
http://iglesia.libertaddigital.com

sexta-feira, 28 de novembro de 2008

Otra vez Bombay


Escribo estas líneas cuando los combates todavía se suceden en las calles de Bombay y los españoles vivimos con especial ansiedad el retorno de nuestros compatriotas, narrando duras experiencias que nunca olvidarán. Hoy Bombay está muy cerca de España, un hecho excepcional que no deberíamos dejar pasar sin extraer algunas lecciones importantes.

India es una potencia emergente. Con más de mil millones de habitantes, una élite académica excepcional que conquista las más ansiadas cátedras de Occidente, sectores de tecnología punta que nada tienen que envidiar a los más sofisticados de Estados Unidos... es un país llamado a ocupar un papel excepcional durante el siglo recién comenzado. Por milagroso que pueda parecer, el régimen democrático enraizó en estas tierras, dotando a su sociedad de estabilidad y de mecanismos legítimos para canalizar y resolver las previsibles tensiones originadas por un cambio acelerado. India, además, pertenece al limitado club de las potencias nucleares, un armamento justificado por su rivalidad con Pakistán, pero que no pierde de vista las ambiciones regionales de China.

India está en el buen camino, pero arrastra lacras y viejos problemas que no por comprensibles son menos graves. Los índices de pobreza son altísimos. Las tensiones religiosas se resuelven periódicamente con masacres. La corrupción, sobre todo en determinados estados, es endémica.

Entre los muchos retos que India tiene ante sí el que plantea el Islam radical ocupa un papel relevante. El nacimiento del propio Estado, tras la independencia del Reino Unido y la desaparición del Raj, estuvo marcado por el deseo de una buena parte de la comunidad musulmana de constituir su propio Estado, un Estado acorde con sus valores y reglas, un Estado «de los puros». La división se hizo realidad, pero con resultados desastrosos. Del dominio británico surgieron, tras muchas vicisitudes, tres Estados: India, Pakistán y Bangla Desh. Las migraciones, más o menos forzadas, supusieron un extraordinario sufrimiento para millones de personas. Algunos de los dirigentes de Estados con mayoría musulmana optaron por continuar en India, creando situaciones donde el nacionalismo irredento encontró su caldo de cultivo. Las guerras entre Pakistán e India se han sucedido sin llegar a resolver el destino de los territorios en litigio, pero han animado una carrera armamentista que ha distraído enormes cantidades de dinero que podían haber tenido mejor destino y que ha llevado a ambas potencias al estadio nuclear. Hoy forman parte de India unos 150 millones de musulmanes, una cantidad algo inferior a la población de Pakistán.

La búsqueda de una solución a la reivindicación musulmana por medios violentos es tan antigua como la creación de estos Estados. Durante años en la zona fronteriza han actuado grupos terroristas contra los intereses indios. En un proceso paralelo a la radicalización islamista en la lucha contra la invasión soviética en Afganistán, estos grupos fueron cayendo bajo el influjo del islamismo. Ya no era sólo una cuestión nacional, ésta tenía un claro sesgo fundamentalista.

Se ha especulado mucho con el papel que Al Qaeda puede haber estado jugando. Una respuesta concreta se hace más difícil a la vista de la evolución de esta organización terrorista, desde un grupo con un centro de mando y control claramente definido a una vaga red donde formaciones independientes reclaman para sí una marca atractiva que, llegado el caso, puede recibir una clara legitimación de los restos de la cúpula original. No parece aventurado afirmar que Al Qaeda está presente en alguno de estos grupos y que su influencia ha sido determinante en su organización y objetivos.

Si la inteligencia militar paquistaní jugó un papel decisivo en el aprovisionamiento de las fuerzas talibanes, algo semejante podemos afirmar que ha ocurrido con estos grupos fronterizos. Han sido utilizados cuando convenía, pero no siempre han podido ser controlados. Actúan con una visión propia, que a menudo choca con la de la inteligencia militar. Por otro lado, la inteligencia militar es un poder en sí mismo, en un Estado con forma democrática pero con una realidad compleja. El actual Gobierno del Partido Popular, la fuerza política más abierta a la modernización y a Occidente, difícilmente controla a las Fuerzas Armadas y mucho menos a los servicios de inteligencia. Los militares son bien conscientes de que continúan siendo el pilar del Estado y de que los partidos sufren un altísimo desgaste y están de paso por las instituciones, más aún cuando caen en la corrupción. El actual presidente pasó por la cárcel por la comisión de delitos comunes y a nadie extrañaría que volviera dentro de unos años. De ahí que las Fuerzas Armadas tiendan a fijar en exclusiva la estrategia nacional y que la apliquen sin admitir control gubernamental o parlamentario. Nadie duda de las buenas intenciones del actual Gobierno, pero siempre quedarán dudas sobre el papel jugado por la inteligencia militar paquistaní en éste y en tantos otros atentados terroristas en suelo indio.

Si la cuestión nacional llevó a una carrera armamentista que llegó hasta el umbral nuclear, a nadie se le escapa que actos terroristas de éstas o de mayores dimensiones, siempre con la sospecha del papel jugado activa o pasivamente por las autoridades paquistaníes, pueden exacerbar la situación hasta el punto de provocar el reinicio de las hostilidades. Ése es el objetivo de los terroristas. Si analizamos someramente la información de que disponemos vemos una acción bien organizada, con varios comandos actuando de forma coordinada en objetivos previamente fijados. No son casuales. Una de las ciudades más dinámicas y abiertas al mundo; los hoteles en los que se encuentran hombres de negocios para invertir en India; centros de comunicaciones y, como no, una institución judía. Entre los secuestrados había una representación de esa elite global que está trasformando el planeta y un rabino. Los terroristas buscan golpear a India donde más le duele, en su puerta a Occidente, poniendo en peligro inversiones y vínculos de todo tipo.

España, como el conjunto de Europa, tiene un papel en esta crisis. No se trata sólo de que en esta ocasión compatriotas nuestros se encuentren entre las víctimas. India es una democracia amenazada por un enemigo común, el islamismo. Como nosotros, y como tantos otros, está sufriendo el chantaje del terrorismo y se merece nuestra solidaridad y nuestra ayuda. Ahora más que nunca es cuando tenemos que comprometernos en colaborar con el desarrollo de esta gran nación que representa con gran mérito algunos de nuestros valores. En un mundo global lo que ocurra en India es fundamental para nuestro propio futuro. Hemos visto como gracias a la tenacidad norteamericana Al Qaeda ha sido derrotada en Iraq y trata de convertir Pakistán en su teatro principal de operaciones. También en India es posible derrotarlos.

Pakistán está en el origen del problema, pero también es hoy el principal objetivo de los radicales. La debilidad de su régimen democrático, su estratégica posición geográfica y, sobre todo, su arsenal nuclear y de misiles le hace enormemente atractivo para los radicales. Nadie hay menos interesado en una escalada de violencia que su gobierno, volcado en el desarrollo económico y social del país y en el combate contra el terrorismo en su frontera afgana. Pakistán necesita nuestra colaboración para modernizarse, tanto como nuestra presión para que no cese la persecución contra los fanáticos y para que depure sus Fuerzas Armadas y sus servicios de inteligencia. Una actitud conjunta hacia estas dos naciones ayudaría a estabilizar la situación y a crear las condiciones para garantizar tanto el bienestar como la estabilidad. En las próximas décadas esta región, con Afganistán e Irán a su espalda, continuará siendo la más peligrosa del planeta.

Florentino Portero
www.abc.es

quinta-feira, 27 de novembro de 2008

Las dos Latinoaméricas


«Viajar de São Paulo a Buenos Aires y desde allí a Santiago de Chile recuerda el pasar de una civilización a otra. Más allá de las apariencias y de la pertenencia común a una América del Sur desde el punto de vista geográfico, existen al menos dos Latinoaméricas en cuanto a cultura política y económica». Es lo que me explicaba en Sao Paulo el ex presidente Cardoso, más conocido por sus compatriotas sólo por su nombre, Fernando Enrique.

«El concepto de América Latina evoca el caos, la miseria y el caudillismo», aclaraba. Brasil ya no forma parte de ella, desde que Cardoso y luego Lula, su sucesor, siguieron con continuidad una misma estrategia económica, liberal y procapitalista: la moneda es estable, las fronteras se han abierto, el crecimiento es significativo y las desigualdades sociales disminuyen. Brasil es actualmente el único país del mundo en el que las diferencias de ingresos se reducen. Las elecciones locales de octubre, que la izquierda de Lula acaba de perder, presagian una próxima victoria presidencial de la derecha. Pero nadie en Brasil se altera excesivamente: el principio de la alternancia democrática se comprende y se acepta.

El arraigo de la democracia en la nueva América Latina es una metamorfosis vital y, durante mucho tiempo, inesperada; ¿es sobre todo un desmentido histórico a esos ideólogos que condenan a algunas naciones al despotismo en nombre de no se sabe bien qué diferenciación cultural? Es también un desmentido a esos ultraliberales latinoamericanos, discípulos descarriados de Milton Friedman que durante mucho tiempo prefirieron el «despotismo ilustrado» de los generales para llegar a la economía de mercado: el pinochetismo se presenta ahora como un accidente local, no como una necesidad.

El mismo día de mi encuentro con Cardoso, la presidenta Kirchner, un avatar posmoderno de Evita Perón, anunciaba en Buenos Aires la nacionalización de los fondos de pensiones privados para, según ella, proteger a los trabajadores contra la crisis mundial del capitalismo. Me esperaba gigantescas manifestaciones al llegar a Argentina. No hubo nada de eso: los argentinos están como anestesiados por las repetidas exacciones de sus dirigentes. En 2001, el Gobierno congeló las cuentas de los bancos y los depósitos en dólares se convirtieron obligatoriamente a pesos, con un valor tres veces menor. Este nuevo atentado contra el derecho a la propiedad incitó a los últimos ahorradores a retirar sus depósitos de los bancos y a comprar dólares estadounidenses.
Los argentinos no invierten ya en su propio país y procuran no repatriar sus ganancias de la exportación; los últimos inversores extranjeros, que eran los chilenos, abandonan Argentina a su suerte. El 35 por ciento de los argentinos vive por debajo del umbral de la pobreza, frente a un 10 por ciento en 1975. El populismo en economía y el caudillismo en política han engendrado la miseria que, a su vez, facilita la compra de los votos por parte de la maquinaria peronista. Nos preguntamos a menudo acerca del enigma argentino y de esta decadencia; pero no hay enigma. Su propio Gobierno destruye Argentina; realmente está en América Latina, pero en la vieja América Latina.

Partir hacia el oeste, franquear la estrecha cordillera y llegar a Chile es volver al primer mundo: en Santiago se respira el aire de la libertad política y económica. Los oscuros orígenes de su prosperidad se remontan a la dictadura del general Pinochet. Pinochet no era un liberal por naturaleza; pero para eliminar la inflación y regenerar la economía nacional, recurrió a economistas chilenos competentes. Éstos se habían formado, y formado bien, en la Universidad de Chicago, especialmente con Milton Friedman. Y los sucesores de Pinochet, todos socialistas hasta ahora, han preferido mantener una economía liberal que funciona, en vez de volver a la utopía marxista de Allende. En cierto sentido, Chile, que era pobre y completamente dependiente de sus exportaciones de cobre, ahora es en el continente suramericano lo que Taiwan o Corea del Sur son en Asia: un dragón económico. El término «modelo chileno» se ha impuesto en todos los países y partidos políticos de la región que han optado por «abandonar» simbólicamente América Latina. Entre estas naciones comprometidas con la democracia, el capitalismo y la globalización se encuentran, además de Brasil y Chile, Uruguay, Perú, Paraguay, Colombia, Costa Rica, Panamá y República Dominicana. En el lado contrario, además de Argentina, siguen enredados en el populismo y en la retórica revolucionaria, Bolivia, Venezuela y Cuba.

La crisis económica mundial, que afectará seriamente a este continente debido a la importancia de sus exportaciones de materias primas, va a poner a prueba el populismo de los unos y el liberalismo de los otros. Los caudillos -Chávez, Morales y Kirchner- creen o fingen creer en una crisis del capitalismo que legitimaría sus opciones revolucionarias. Pero en todos los demás países de la nueva América Latina, y ante esta crisis, nadie insiste en la retórica anticapitalista, nadie se desvía de la democracia, ni a la derecha, ni a la izquierda. Los dirigentes políticos, los economistas, los empresarios y los editorialistas, de Sao Paulo o de Santiago, reaccionan ante la crisis económica recomendando más rigor financiero, más flexibilidad y más apertura al mundo para depender menos de sus exportaciones primarias, la soja o el cobre, y convertirse en potencias industriales diversificadas.

Incluso Lula, el más izquierdista de los presidentes alineados con la economía de mercado, echa pestes contra Wall Street, con todo el derecho, pero no pone en entredicho la estrategia de apertura del mercado brasileño. Por otra parte, ¿hacia dónde iría? ¿Imitaría a Argentina o a Venezuela? También es cierto que la protección social, modesta pero real en estos países de la nueva América Latina, debería amortiguar el choque de la recesión económica para los más débiles. Tampoco es significativo que la derecha avance claramente en las elecciones locales, tanto en Chile como en Brasil, seguramente porque aquí se la considera más competente en economía. Por el contrario, hay que prever que el hundimiento de las cotizaciones de las materias primas -soja argentina, gas boliviano, petróleo venezolano- reducirá a los caudillos al silencio. El chavismo enganchado al petróleo y el kirchnerismo a la soja deberían ser las primeras víctimas de la crisis mundial. Con el precio actual, Chávez ya no consigue equilibrar el presupuesto del Estado y ya no podrá comprar las próximas elecciones. Sus ambiciones revolucionarias, infladas tanto por su ego como por los fantasmas de los izquierdistas europeos, variaban solamente en función de la cotización del barril.

El kirchnerismo seguirá el mismo declive. Seremos más reservados acerca del destino de Bolivia o incluso de Perú, donde la discriminación contra los indios sigue siendo un hecho real. Pero, y aquí está la paradoja, esta crisis podría liberar definitivamente de sus viejos demonios a todo el continente y generalizar allí el modelo chileno.

Guy Sorman
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La ciudad no es para Chávez

AL omnívoro Hugo Chávez le ha salido una oposición que quita votos al socialismo jurásico del siglo XXI. El voto urbano le está diciendo a Chávez que se calle. Ya no domina el mapa electoral con aquella voracidad refrendaria que tan irrespetuosa ha sido con la arquitectura primordial del Estado de Derecho. Después de las elecciones locales del pasado domingo, la oposición tiene que ponerse a concertar su candidato preferente para enfrentarlo a Chávez, representando a los nuevos líderes civiles, las clases medias urbanas y al movimiento estudiantil que le han echado un pulso sustancial al pseudo-Bolívar tan fraterno con Castro. Transitoriamente acallado, después de vociferar mucho durante la campaña, Chávez practica ahora maniobras navales con Rusia en presencia de Medvedev después de firmar un pedido a Putin por la compra de sistemas portátiles de defensa antiaérea. Luego vendrán más submarinos y el reactor nuclear. La geopolítica chavista abre la cancela latinoamericana a Rusia y a Irán, ya con un pié en Bolivia, Nicaragua y Ecuador.

Un precio del petróleo a la baja está deshilachando el triunfalismo chavista y -como se ve en los resultados electorales- la fidelidad de las masas bolivarianas. El libro de Enrique Krauze sobre Chávez, «El poder y el delirio», es decisivo. Tanto en el referéndum como en las elecciones locales, el voto contra Chávez propugna la propiedad privada, la separación de poderes, un sindicalismo no oficialista, la libertad de expresión que en nombre de las patologías revolucionarias el régimen manosea al clausurar televisiones, monopolizar los medios y deteriorar la protección de los derechos humanos expulsando -por ejemplo- a representantes de «Human Rights Watch». Zafio, grotesco y despótico, Hugo Chávez ha pasado horas antes las cámaras de su programa «Aló, Presidente» con la idea de que Cristo era socialista o comunista, injuriando a los candidatos de la oposición e intimidando bajo amenaza de enviar los tanques a quienes votasen por el frente opositor.

Mientras, faltan productos de primera necesidad en las tiendas, el éxodo empresarial prosigue y decrece la inversión extranjera. El Estado chavista rige la economía, lo cual siempre significa corrupción. Como dice Krauze, Chávez ha pretendido actualizar el mito revolucionario de los sesenta a pesar del desplome del muro de Berlín, pero la genealogía de sus héroes no es marxista, ni socialista, sino fascista: es un venerador de héroes como Bolívar y Castro, pero nunca ha sido un héroe. Líder que se quiere providencialista y a la vez golpista al que le tiemblan las piernas, considera que el precio de una Venezuela dividida es poca cosa para su ambición bárbara y primitivamente militarista.

Es una evidencia que los candidatos de Chávez ganaron las elecciones locales y regionales pero la oposición se ha impuesto o reafirmado en cinco gobernaciones de importancia -demográfica y económica- como Zulia y en el gran Caracas. De la alta participación se deduce que un sector popular afecto a Chávez puede haber cambiado el signo del voto. Mientras que Chávez hacÍa de estas elecciones un referéndum sobre su liderato nacional, la oposición mantuvo la serenidad frente a las provocaciones sistemáticas del poder. Para oponerse al chavismo, el camino no es corto ni llevadero. El objetivo en 2010 es el nuevo parlamento, ahora bajo control estricto del chavismo. Ni el mundo ni Venezuela están para experimentos arcaizantes y disfuncionales como es el socialismo del siglo XXI. La polarización fatiga, satura y corroe.

Patrullas de las FARC colombianas han entrado en zona venezolana -según «The Wall Street Journal» de ayer- para manifestar respaldo al gobierno chavista. El apoyo de Chávez a las FARC y el apoyo de las FARC a ETA aparecieron encriptados en las tripas de un ordenador. Otros socios son Rafael Caldera en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay, Evo Morales en Bolivia y Ortega en Nicaragua. Pero en un reciente Latinobarómetro, cada vez son más los ciudadanos que en Iberoamérica se identifican con posturas moderadas, de un 29 por ciento en 2003 al 42 por ciento actual. La hegemonía real va por el centro-izquierda que gobierna en Chile o en Brasil. Desde estos centros de poder se atenderá más a lo que haga Barack Obama que al folclore revolucionario de «Aló, Presidente» o a la diplomacia rusa o china.

Valentí Puig
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Cristofobia constitucional

Todo lo relativo a la confesionalidad, la aconfesionalidad y la laicidad de Estado quedó resuelto hace tres décadas cuando se aprobó la Constitución. O eso creíamos. La semana pasada, un juez de Valladolid puso de nuevo esta vieja querella sobre la mesa al dictaminar que los crucifijos de un colegio público vallisoletano deben ser retirados de inmediato porque "vulneran los derechos fundamentales".

La Carta Magna que, insistimos, va a cumplir 30 años, es explícita al respecto. En su artículo 16.3 establece la aconfesionalidad del Estado español. Aconfesionalidad que no entra en conflicto con "las creencias religiosas de la sociedad española" que, tanto en 1978 como ahora, son mayoritariamente cristianas en su variante católica. Lo que, en un esfuerzo de consenso, la Constitución apartó de la agenda partidista, ha sido recuperado por buena parte de la izquierda cuyo objetivo –a estas alturas ya declarado– es subvertir el sistema nacido en el 78 para sustituirlo por el suyo propio que tiene muy poco de consenso y mucho de ordeno y mando.

Del espíritu revanchista y cainita de esa nueva izquierda española ya se sabía casi todo. Tanto en el plano religioso, donde alardea de un trasnochado anticlericalismo propio de otros tiempos, como en el histórico, especialidad de la casa común de la izquierda cuya obsesión y monotema es ganar la Guerra Civil 70 años después de su conclusión. Lo que sorprende es que en esta campaña laicista y, por definición, anticonstitucional, se haya embarcado con singular entrega uno de los padres de la Constitución. Gregorio Peces Barba, ex rector de la Universidad Carlos III y, sobre todo, redactor de la Constitución ve oportuno que se retire la simbología religiosa de los colegios porque, según él, éste es un Estado laico. No, no lo es, y no lo será mientras siga en vigor la Constitución que él mismo contribuyó a alumbrar y que parece haber olvidado. Como el propio Carrillo reconoció hace casi 30 años con respecto a la aconfesionalidad del Estado consagrada en el artículo 16.3:

No es porque estemos dispuestos a dar ningún privilegio a la Iglesia católica ni porque creamos que es una forma vergonzante o solapada de afirmar la confesionalidad del Estado.(...) Lo que hay (...) es el reconocimiento de que en este país la Iglesia católica, por su peso tradicional, no tiene, en cuanto fuerza social, ningún parangón con otras confesiones igualmente respetables, y nosotros, precisamente para mantener ese tema en sus justos límites, hemos aceptado que se cite a la Iglesia católica y a otras confesiones en un plano de igualdad.

Los apóstoles de lo laico fundamentan sus convicciones en que la libertad religiosa que consagra la Carta Magna choca con símbolos como los crucifijos en la escuela pública donde, por descontado, a nadie se le obliga a estudiar religión: ni católica ni ninguna otra. Si se toman tan en serio el tema de la libertad de conciencia, no estaría de más que se replanteasen la polémica asignatura de "Educación para la Ciudadanía" que, no tan casualmente, va dirigida a eso mismo: a moldear la conciencia de los jóvenes.

Pero no se lo replantean, al contrario, aspiran a retirar un simple símbolo que entronca con la cultura española –emparentada muy de cerca con el cristianismo desde hace siglos–, pero no ven problema alguno en que a la juventud se la inculque por decreto los prejuicios y fantasmas habituales de la izquierda, entre los cuales se encuentra la cristofobia que es, a fin de cuentas, de lo que va todo esto.

Editorial de Libertad Digital
www.libertaddigital.com

Ateísmo de Estado

Lo que más me ha sorprendido de la guerra de los crucifijos en Valladolid no ha sido la postura radical de los pocos padres laicistas, ni la reacción jubilosa del PSOE de Castilla-León anunciando su propósito de erradicar los símbolos religiosos «hasta en la última escuela rural».

Lo que de verdad me estremece es la dificultad del sector católico para decir algo consistente en su defensa. Se ha asentado entre los que simpatizan con la religión un complejo tan hondo que nadie sabe por qué habría que tolerar una cruz en un colegio público. Se ha decidido aceptar sin más el ateísmo de Estado y la prohibición de símbolos religiosos en el espacio público, excepto los que por razones turísticas recaben el placet de la autoridad (procesiones de Semana Santa, por ejemplo).

La realidad constitucional es muy distinta: define España como un estado aconfesional, esto es, sin vinculación institucional con confesión alguna, pero respetuosa del papel de todas las religiones y en particular de la tradición católica.

En realidad, y según la Constitución, padres y alumnos son libres de exhibir símbolos religiosos en sus personas y aulas y, como ha aclarado la ministra Cabrera, podrían acordar o votar si se exponen o no. Que una minoría obligue a la mayoría de los padres a quitar la cruz, como ha ocurrido en Valladolid, es una acto totalitario que me recuerda a la Albania atea y comunista, donde las iglesias fueron transformadas en salas de cine y canchas de baloncesto.

La de Valladolid era una escuela que llevaba exhibiendo el crucifijo ininterrumpidamente desde 1927. Lo que no consiguieron ni la revolución del 34 ni la Guerra Civil lo ha conseguido ahora un grupo de padres supuestamente tolerantes y demócratas. A mí, la verdad, todo esto me da miedo.

Cuando oigo a Cristina Almeida burlarse de la Madre Maravillas, o leo a Almudena Grandes escribiendo que la monja gozaría «al caer en manos de una pandilla de milicianos jóvenes, armados y -¡mmm¡- sudorosos» empiezo a pensar que tal vez acaben mofándose públicamente de todos nosotros o arrojándonos a los brazos «sudorosos» de los asesinos, sencillamente por haber callado en la defensa del crucifijo.

Cristina L. Schlichting
www.larazon.es

Cristofobia española

No quiero nada con fanatismo alguno, venga de dentro de la propia Iglesia, o del laicismo militante. Tiene que haber una solución. No podemos seguir así. Necesitamos una reflexión seria, serena. Una cosa es el laicismo y otra el ateísmo. Una el nacionalcatolicismo y otra la riqueza espiritual de un pueblo. Lo peor de esta guerra de los crucifijos, es que divide a las familias y atiza la confrontación, además de herir a miles de españoles.

La sentencia de Valladolid, por más que se acate, es injusta. Así me lo parece a mí. Un Cristo en la pared, no conculca ninguna libertad ideológica o de culto. Al contrario: da sentido a una transmisión cultural de siglos. Pocas cosas han contribuido tanto al respeto, la tolerancia y la dignidad de la persona, en el mundo, como el Humanismo cristiano.

Esta batalla campal contra la religiosidad en general, y el catolicismo y cristianismo en particular, lo único que evidencia - además de un odio ciertamente inquietante- es que España sigue siendo un país diferente.

El único de la Europa de la Unión en el que existen estos conflictos decimonónicos entre Estado y Religión. En los Estados modernos, cada cual ocupa su sitio, simplemente. Como debe ser: «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».

Algo difícil, en España, mientras cierta jerarquía católica no asuma con total naturalidad la separación entre Iglesia y Estado y, cierta izquierda, no sea capaz de convivir con quienes no piensan como ella, desde el respeto -lo repito- a unos valores culturales y sociales de siglos.

Intentar liquidar así, tan a la española, siglos de civilización cristiana, es un disparate. ¡Ójalá no tengamos que arrepentirnos de volver a las andadas!

Jesús Fonseca
www.larazon.es

Sor Almudena

Después de haber leído el repugnante artículo de Almudena Grandes sobre la violación de Sor Maravillas y la adecuada réplica de Antonio Muñoz Molina, me dio por imaginar a la escritora vestida de monja frente al miliciano sudoroso y borracho que le obstruye el paso en el refectorio del convento y parece dispuesto a tantearle el cuerpo con el cañón del fusil, desnudarla y propasarse con ella antes de ejecutarla trinchándola con la bayoneta.

Puedo suponer a la escritora sumida en una angustiosa mezcla de lujuria y misticismo, acaso excitada por la fálica sugerencia del agresivo mosquetón, quién sabe si dispuesta incluso a ser ella quien le corte la retirada al miliciano para asegurarse la juerga antes de pagar gustosamente con su vida el precio de la delirante bacanal.

Me pregunto entonces si Sor Almudena se aferraría a la fortaleza de su fe y resistiría hasta el martirio las acometidas del invasor o si, por el contrario, haría lo imposible por convencer al miliciano de que no depusiese su amenazadora actitud y consumase cuanto antes la agresión, invirtiendo la terrible angustia hasta convertirla en voraz coquetería.

¿Podría ocurrir semejante cosa? ¿Cabría esperar que la tórrida exuberancia hormonal de Sor Almudena nublase su sabio juicio moral? ¿Irrumpiría en la pastoral modorra de su misticismo el incontenible y vulgar impulso de la lascivia? ¿Pasaría por su cabeza la idea de que el paroxismo conventual de la fe no es en sí mismo excluyente de la cósmica convulsión del orgasmo?

No puedo ponerme en el lugar de Sor Almudena para contestar esas preguntas. Aunque sólo sea por razones de género me siento más natural imaginándome en la piel del miliciano. Aunque he de reconocer que, supuesto que fuese yo el maldito miliciano y fuese ella la víctima, ni Sor Almudena me parecería una señora, ni, aunque lo fuese, estaría yo tan borracho...

José Luis Alvite
www.larazon.es

La estatua de sal

Quizá alguien algún día tenga que decir que hubo un tiempo extraño en que este país se empeñó en meterle marcha atrás a la Historia, y en vez de enfrentarse al futuro se puso a desandar el camino en busca de las huellas ya casi borradas de sus peores demonios. Fue chocante, escribirá algún historiador perplejo: cuando al fin parecía que España había logrado enterrar sus fantasmas de odio se desató de nuevo una pasión retroactiva de desquites, rencores y trincheras.

El viejo encono banderizo, esa triste exaltación fanática que maniata nuestra convivencia y nos despeña en un abismo de tumbas sin héroes. La maldita herida del tiempo, el siniestro estigma de Caín.

Será difícil que quien mire estos días dentro de unos años entienda este repentino fragor estéril de reproches históricos, esta recidiva de ardor guerrero crecido en el túnel oscuro de una tragedia superada. De repente, otra vez, las sombras de milicianos fusilando monjas y de falangistas paseando maestros en la madrugada, el hedor de las fosas semiabiertas, el eco pastoso de la sangre, la inútil competencia de la memoria encarnizada del crimen. Todo evocado por gentes nuevas, crecidas bajo el orden esperanzado de una democracia fértil, que de golpe sintieran el impulso de ajustar cuentas postizas con un pasado que por fortuna no vivieron, pero que desde el fondo de un vértigo ideológico parece reclamarles una especie de desdichada expiación retrospectiva.

Lo paradójico es que el clima de libertad que ampara ahora esta especie de enmienda histórica fue posible precisamente gracias a la generosidad de un pacto para erradicarla. Un acuerdo colectivo para no mirar atrás, hacia donde sólo había un yermo moral de vergüenza mutua, permitió el renacimiento de una nación joven dispuesta a librarse del lastre de una secular ruina.

Ni siquiera hubo que absolver nada; simplemente se renunció a la culpa, a la herencia de un legado de cenizas y escombros. Veinte mil libros -el dato es de Juan Pablo Fusi- sobre la República, la guerra y el franquismo prueban que ni siquiera fue preciso apelar al olvido.

Y ahora sobreviene, cargado de presagios ominosos, este dislate de memorias arrojadizas que nublan el presente con una bruma funeral, este torcido revisionismo trincherista que vuelve a contar muertos sobre muertos y agravios sobre agravios para reagrupar prescritas responsabilidades sobre dos realineados bandos hemipléjicos. Este tardío sinsentido de heridas reabiertas sobre la sangre antigua ya coagulada por la paz, la piedad y el perdón.

Todo empezó porque alguien creyó que le debía algo a un abuelo y activó una sesión de macabro espiritismo político que removió el polvoriento recuerdo de muchos miles de abuelos arrastrados por el arrebato ancestral de la sangre. Ese error descomunal del retroceso expiatorio ha reabierto los viejos armarios donde permanecían guardados bajo llave los espectros de un prolongado fracaso. Cuando la Historia vuelva a juzgar este necio debate de fantasmas será implacable con la evidencia recurrente de una nación que se bloqueó a sí misma, como una moderna estatua de sal, por girarse sobre su destino en busca de una maldición de la que ya se había desembarazado.

Ignacio Camacho
www.abc.es

terça-feira, 25 de novembro de 2008

Calvin & Haroldo


Calvin & Hobbes (Bill Waterson)

segunda-feira, 24 de novembro de 2008

Las dos Venezuelas


Un diario opositor venezolano salió a la calle este lunes con el titular "Chávez perdió", y el ex guerrillero Teodoro Petkoff firma en Tal Cual su editorial del day after sobre las municipales y regionales del domingo bajo el sonoro título "Le dimos en la madre". Que por estas desmedidas efusiones nadie se ofusque aquí, en la madre patria, que es el adúltero nombre que turbadoramente siguen dándole a España los nativos del otro lado del charco. A todos los hispanos nos hermana (y nos pierde) nuestro irrespeto a las leyes de la proporción.

No, este lunes no perdió Chávez: ganó una cierta idea o incluso anhelo de Venezuela. Y tampoco le dieron en la madre a Chávez: algunos de sus súbditos, hartos de diez años de soportarlo, le clavaron cinco banderillas en su lomo de toro de puntas, y los picadores caraqueños lo castigaron con la lanzada de la Alcaldía Mayor de la ciudad capital del país. El toro ha recibido un escarmiento, pero aún queda mucho hasta llegar a la tercera suerte de la lidia.

Esta digresión, así, de entrada (que espero sepa perdonarme el sufrido lector), viene a cuento de los escasos, flojos e irrelevantes comentarios y análisis que la prensa local (nunca mejor aplicado el epíteto) ha publicado en estas últimas semanas y meses sobre lo que ha venido cociéndose en Venezuela, al menos, desde el pasado 2 de diciembre, cuando Hugo Chávez recibió su primera derrota en las urnas. Es que estamos en lo de siempre: cuando no cultivando el ombligo peninsular, que de tan generoso deja en minimalista maqueta a la plaza de Las Ventas, desgañitándonos como mandriles en celo a ver si hay suerte y nos sacan en la foto junto a los gorilas en la niebla en Washington.

¿En nombre de qué diremos que lo de Venezuela es más o menos democrático? ¿O es que nos hemos creído el cuento de que somos mejores que nuestro reflejo plurisecular del otro lado del Atlántico, únicamente porque consumimos más iPods que ellos o viajamos más a menudo a ver atardecer sobre el Ebro?

Lo que hay que oír y ver: si llevamos décadas padeciendo una clase política, con su rémora de empresarios parásitos y periodistas-piloto, empeñada en hacer buenos a los más brillantes trujamanes del populismo latinoamericano. De Felipe González y su cultura del pelotazo a los neoprogres de la ceja pintada por Barceló en el falso techo de Naciones Unidas, vivimos en un país tan puntillosamente respetuoso de las reglas de la etiqueta democrática que, por sólo citar un par de ejemplos y dejar de una vez de dar la lata con este tema, tenemos que cantarle el trágala cada día que amanece (y, de paso, regalarle nuestros impuestos) a los veterotestamentarios nacionalistas catalanes y vascos (y también gallegos: welcome on board) o chuparnos las prédicas de los catecúmenos de la SER, El País y otros seminarios de la fe única, que un día quieren convencernos, rociándonos con agua bendita en las fuentes bautismales de la memoria histórica, de que los del PP son los hijos de los que asesinaron a García Lorca (aprovechando que éste, a diferencia del PSOE, es el único partido de gobierno de la reciente democracia española fundado después de la muerte de Franco), y al otro nos educan en los sanos principios del camarada Goebbels, invitándonos a quemar los libros que no se avengan con nuestros prejuicios.

En fin, este desvarío peninsular, no vayan a creer, no está tan alejado como parece del tema de este artículo. Que reza "Las dos Venezuelas". Como si dijéramos "Las dos Españas". Un observador distraído pensaría: anda ya, un arquetipo. Nada de eso: por desgracia, no es un jarrón de salón historiado, es la purita realidad. Como en la madre patria, que también lo es del cordero hispanoamericano, algo sabemos de esa realidad, no debería costarnos mucho esfuerzo comprender lo que está pasando en Venezuela y, para ponerle punto final a esta serie de artículos, vislumbrar lo que razonablemente pueda suceder en un futuro cercano.

Casi lo de menos, en las elecciones municipales y regionales del 23 de noviembre, es que la oposición haya ganado los estados de Zulia, Nueva Esparta, Miranda, Táchira y Carabobo, el Municipio Sucre del estado Miranda y la Alcaldía Mayor de Caracas. De hecho, ese va a ser el argumento del oficialismo chavista: la oposición sólo ganó cinco de las 22 gobernaciones en liza y previsiblemente un puñado de alcaldías (casi 24 horas después del cierre de los colegios electorales, el Consejo Nacional Electoral venezolano todavía no había publicado la mayoría de los resultados en las votaciones locales). En realidad, estos resultados reflejan que casi el 30% de las gobernaciones venezolanas permanecen o han pasado a manos de la oposición, lo que también ha sucedido en el caso, importantísimo, de la Alcaldía Mayor de Caracas. Por sí solo, este resultado bastaría para justificar la sensación de triunfo de los opositores a Chávez y a su régimen: que en una contienda electoral que ha estado plagada de todo tipo de irregularidades, desde inhabilitaciones administrativas y discrecionales de candidatos opositores a amenazas tabernarias del jefe del Estado a los principales adversarios de los candidatos de su partido, la oposición haya ganado terreno respecto de los anteriores comicios regionales de 2004 es toda una hazaña. A esto se suma la alta participación (65,45% del censo, la mayor registrada en unos comicios locales y regionales venezolanos hasta la fecha) y, detalle nada despreciable, el hecho de que los estados que serán gobernados por la oposición sean los más poblados del país, por no decir nada de la alcaldía de la capital.

Aún queda por conocer un dato significativo: la distribución política del total de votos escrutados entre candidatos oficialistas y afines y candidatos opositores. Sólo entonces se tendrá una foto fija de la actual relación de fuerzas entre los partidarios de Chávez y sus contendientes. A ver si esta vez se esmeran las autoridades venezolanas y lo hacen un poco mejor y, sobre todo, más rápidamente que con los resultados del referéndum del 2 de diciembre de 2007: a estas alturas, el CNE aún no ha comunicado oficialmente los resultados definitivos de aquella consulta.

En todo caso, parece confirmarse lo que desde hace al menos casi un año es una certeza para muchos venezolanos: que su país está dividido en dos mitades, que son como dos planetas de diferentes galaxias. Puede parecer una frivolidad, pero uno de los terrenos donde más sangrantemente se manifiesta la fractura social y política de Venezuela es el de la cultura y la educación. No toca hacer aquí siquiera un somero repaso a lo que ha sido la gestión del Estado venezolano en ese terreno en las tres décadas previas a la llegada de Chávez al poder, cuando por primera vez se diseñó la gestión pública de la oferta cultural y educativa en ese país. Pero en este capítulo, el legado de Chávez es sencillamente calamitoso.

Para Rafael Romero, director de la Colección Patricia Phelps de Cisneros, al desmantelamiento de los grandes museos nacionales (Galería de Arte Nacional, Museo de Bellas Artes, Muso de Arte Contemporáneo de Caracas), y la destrucción de la incipiente descentralización de la década de 1990, se ha sumado el divorcio entre el sector público y el privado, para producir un efecto aparentemente paradójico, en el fondo lógico: la cultura y el arte financiados por el Estado venezolano son hoy, además de intelectualmente indigentes, perfectamente inoperantes:

La conjunción del sector público y privado, que vimos aparecer en los años noventa, prácticamente ha desaparecido. Las razones son fundamentalmente de orden político, generadas por la abierta aversión del chavismo a la participación privada en áreas que considera del dominio exclusivo del Estado. La inversión privada, en años anteriores manifestada en forma de patrocinios a proyectos generados por los museos públicos –lo que incidía positiva y directamente en su calidad y alcance, en la promoción de los artistas y en la formación de los especialistas–, ha tenido que reorientarse a proyectos generados y ejecutados por el empresariado. Así, y paradójicamente en un régimen como el de Chávez, la presencia del sector privado, su función de promotor de las artes visuales en Venezuela, se ha fortalecido, en la misma medida en que el sector público ha pasado a ser percibido como débil, parcializado y pobre.

Sagrario Berti, investigadora y curadora de imágenes fotográficas, recuerda que, "durante casi nueve años, los museos ha dejado de adquirir nuevas obras y, por lo tanto, han desaparecido las Nuevas Adquisiciones". "Según parece, la actual política está dirigida a la restauración de piezas, lo que debería de ser innecesario si existieran políticas adecuadas de conservación de obras". En el mismo orden de cosas, "desde 2001 han desaparecido las políticas de adquisición de fuentes bibliográficas, y los centros de información, como el Centro de Información Nacional de las Artes Plásticas (Cinap), están desactualizados. Algo parecido sucede con el Museo de Bellas Artes, que tenía una política de intercambio interinstitucional con algunos museos del continente y mantenía suscripciones a revistas de arte, hoy desaparecidas".

Centralización a ultranza, gestión ineficaz, ruptura del diálogo entre instituciones, imposición de la línea oficial en los contenidos: todos los males del espejismo revolucionario de las izquierdas han acabado dando al traste con una idea de cultura abierta y liberal. No otra cosa ha sucedido con las universidades venezolanas: Chávez y su régimen han impulsado nuevos centros de educación superior, calcados del modelo cubano, donde se estudian carreras tan esperpénticas como Gestión Social para el Desarrollo Local o Informática para la Gestión Social. Incomprensible sopa de letras, que apenas logra ocultar la indigencia del Socialismo del Siglo XXI impulsado por el régimen de Chávez.

En general –dice Alberto Barrera–, sobre todo lo oficial gravita el hechizo de cualquier revolución latinoamericana, la instrumentalización religiosa que conlleva devociones y fidelidades inauditas. Cuando el Estado comienza a comportarse como una iglesia, la diversidad cultural suele ser la primera víctima.

Nota: Las citas no referenciadas son respuestas a cuestionarios que la autora de esta serie ha sometido a venezolanos –periodistas, escritores y especialistas en diversas áreas– en las últimas semanas.

"POR AHORA": DIEZ AÑOS DE CHÁVEZ EN EL PODER:
LA V REPÚBLICA: FINAL DE PARTIDA - LA RESPUESTA SOCIAL: NO FUTUROLA POLÍTICA EXTERIOR: NUESTRO HOMBRE EN CARACAS"ES EL PETRÓLEO, ESTÚPIDO"LA OPOSICIÓN: GANAR PERDIENDO.

Ana Nuño
http://exteriores.libertaddigital.com

Crucificando niños


Un juez ha ordenado quitar al Crucificado de las paredes de una escuela, aduciendo absurdamente que su exhibición conculca la libertad ideológica y de culto. Escribíamos el otro día que el odium fidei se cubre con la careta de los sacrosantos derechos y libertades, que no son sino designaciones melifluas y eufemísticas con las que se evita llamar por su nombre a quien los antiguos bautizaron con nombres menos perifrásticos: Moloch, Baal, Plutón, Mammón, etcétera.
Se supone que los niños van a la escuela para aprender; y Aristóteles dejó escrito que lo único digno de saberse es el athanatízein, el des-mortalizarse, el superar la mortalidad. Y esto es lo que nos enseña el Crucificado: que la muerte no tiene imperio sobre el hombre, que la razón de nuestra andadura terrenal no es otra que el triunfo de la vida. Cuando se sabe esto, todo lo demás cobra sentido. Pero los apóstoles de la desesperación nos quieren cada vez más muertos; y para ello se esfuerzan en crucificarnos desde la infancia. Y es que, en efecto, a un niño le basta mirar al Crucificado para saber quién es y de dónde viene, también hacia dónde va; y basta apartar de su contemplación a ese Crucificado para que el niño no sepa lo que es y esté preparado para ser lo que otros quieren que sea.

El gran Leonardo Castellani, en un artículo titulado «Cultura al revés» que el lector curioso puede hallar en la antología Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI (LibrosLibres), avizoró hace más de sesenta años el propósito verdadero que anima a los apóstoles de la desesperación, cuando se ponen a quitar los crucifijos de las escuelas. Ese propósito no es otro que despojar de sentido la transmisión cultural. A un niño que tiene ante sí una pared desnuda no le queda otro remedio sino aburrirse (esto es, desesperarse), mientras su maestro le explica -pongamos por caso- qué es un archipiélago; pues esta palabra le suena a chatarra oxidada. En cambio, para un niño que tiene ante sí un Crucificado, cuando se le explica qué cosa es un archipiélago, esta palabra suena como un címbalo de plata: porque el archipiélago es Lepanto. Y lo que los apóstoles de la desesperación pretenden es que la transmisión cultural, como la vida misma, sea un acopio de datos inconexos; porque el conocimiento, cuando no se puede reducir a un principio, se convierte en una mercancía fiambre, y por lo tanto en un enojoso embrollo (por no decir una colección de mentiras horrendas, pues nada hay tan falso como las verdades desarraigadas de sus primeros principios) que no hace sino agudizar la conciencia de que la vida carece de sentido. En cambio, el conocimiento reducido a sus principios nos permite percibir el denominador común que se esconde detrás del fárrago de datos con que nos apedrean; y entonces, a la luz de ese denominador común, los añicos del conocimiento se ensamblan, se robustecen mutuamente, forman una amalgama que nutre de significación la vida.

Ese Crucificado es el denominador común que hace inteligible el acopio de datos que un niño recibe en la escuela. Nada de lo que es digno de saberse puede llegar a entenderse si se escamotea al Crucificado: la vida, de súbito, se convierte es un silogismo sin antecedente. Y esto, que puede predicarse de la vida en general, cobra un sentido más hondo referido a la existencia española. Todo lo que los españoles somos, todo lo que hemos sido a lo largo de los siglos, se compendia en ese Crucificado; y el día en que ese Crucificado finalmente sea expulsado de las escuelas, España volverá al «cantonalismo de los reyes de taifas», como nos auguró Menéndez Pelayo. Volveremos a ser «muchedumbre de gentes colecticias», desencuadernadas, arrancadas de la raíz que les presta sustento, dispuestas a convertirse en fácil presa para los apóstoles de la desesperación. Y es que los apóstoles de la desesperación saben que sólo ese Crucificado encarna una cosmovisión y una antropología que dan una respuesta cargada de sentido a los grandes anhelos humanos; saben que, si ese Crucificado siguiera colgado de las paredes de las escuelas, no sólo volaría un sistema injusto por naturaleza sino que podría dar el sustrato sano y firme para una sociedad renovada. Podría dar, nada más y nada menos, esperanza a quienes hoy están desesperados, a quienes desde la infancia son condenados a la crucifixión.

Juan Manuel de Prada
www.juanmanueldeprada.com

domingo, 23 de novembro de 2008

La turbocracia

El presidente Hugo Chávez amenaza a sus oponentes con meterlos en la cárcel si se atreven a ganar las elecciones. No lo dudo. Dice que sacará los tanques. Tampoco lo dudo. Está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Si lo pierde, puede acabar ante los tribunales. Ha violado medio código penal en un abanico de delitos que comienza con la malversación y acaba con el asesinato selectivo de varios opositores. Y no lo digo yo: lo afirma el ex coronel Francisco Arias Cárdenas, su actual viceministro de Asuntos Exteriores, como puede comprobar cualquiera que se asome a YouTube.

La coartada para justificar la violencia contra los demócratas de la oposición es la revolución. Los chavistas creen que, si pierden ciertas zonas del poder, «el proceso» se ralentizará y les tomará más tiempo llegar al «socialismo del siglo XXI», un engendro tan nefasto como el de la previa centuria, pero más burdo. Según las mejores encuestas, deberían perder entre seis y ocho estados -los más importantes del país, la capital incluida-, pero es probable que entre el fraude masivo y la intimidación sólo admitan dos o tres derrotas menores. Tras haber fracasado en el referéndum de diciembre de 2007, Hugo Chávez llegó a la conclusión de que las elecciones sólo se justifican si se ganan. De lo contrario, no tienen sentido.

Para los chavistas, y para esa frenética familia -por ahora Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, dado que El Salvador todavía está en remojo- las elecciones son sólo un método para hacer la revolución y no una manera pacífica y racional de medir las preferencias de la sociedad con el objeto de entregarle el gobierno al ganador. En ese mundillo bananero de rompe y rasga, la ley y las instituciones no sirven para nada.

En Nicaragua, tras el inmenso fraude electoral que acaba de protagonizar Daniel Ortega, las turbas sandinistas golpean a los manifestantes que se quejan, les disparan balas y morterazos, los aterrorizan de mil formas distintas, y se preparan para encarcelar a Eduardo Montealegre, el gran triunfador en los comicios de Managua.

En el Ecuador de Rafael Correa, en su momento las turbas de sus partidarios rodearon el Parlamento y la Corte Suprema hasta poner en fuga a los funcionarios incómodos.

En Bolivia, los masistas de Evo Morales les propinan chicotazos a los opositores, mientras el presidente cocalero les dice a sus ministros que él se ocupa de hacer las trampas y a ellos, que son abogados, les toca encontrar la manera de justificar legalmente sus actos, «pues para eso han estudiado».

Estamos en plena turbocracia. Es el gobierno de la canalla armada con garrotes. Este matonismo callejero en el siglo XX lo inventó Hitler con sus camisas pardas y desde entonces les ha dado un magnífico resultado a todos los gobernantes inescrupulosos. No hay nada que aterrorice más a la población que una banda armada que actúa impunemente con la complicidad de los poderes públicos. Chávez es el jefe.

Carlos Alberto Montaner
www.abc.es

El archivo de la revista Life, disponible en Internet



El grupo de prensa Time ha anunciado una de las noticias más esperadas de los últimos años en la Red: los archivos de la revista Life estarán disponibles para todos los usuarios a un sólo click. Muchas de las fotografías convertidas en referentes e iconos mediáticos y culturales del siglo XX pasan así a formar parte del uso y disfrute colectivo, al fin y al cabo uno de los objetivos de la democratización de la blogosfera.

Imágenes de todos los ámbitos de la vida social y que conforman la historia gráfica de todo un imaginario colectivo constituyen un valioso archivo de10 millones de fotografías. Un archivo ahora virtual que, incluso, podrá utilizarse de forma selectiva a través del buscador específico de imágenes de Google.

Alfred Eisenstaedt, Margaret Bourke-White, Gordon Parks o W. Eugene Smith son sólo algunos de los genios de la fotografía cuyas obras forman parte del archivo de la mítica revista. Como curiosidad y para regozigo de los amantes del friquismo más selectivo, también figura la película de un aficionado que grabó el asesinato del John Fitzgerald Kennedy en 1963 por Abraham Zapruder.

Según el grupo de comunicación propietario de la revista, el 97% de estas fotografías nunca habían sido presentadas al público. "Escaneamos millones de imágenes y las hicimos accesibles en Google Image; el archivo completo estará disponible en los próximos meses", indicó Time en el comunicado.

Doña Cristina me quiere gobernar

Aún estaba yo intentando asimilar la noticia dada por Garzón de que Franco ha muerto cuando me enteré de que en medio de un acto de apoyo al que Leguina ha llamado «Juez campeador», Cristina Almeida se refirió a mí. Bueno, más que a mi se refirió a mis libros para indicar que no le gusta verlos cuando entra en El Corte Inglés y que hay que quemarlos junto con los de otros autores cuyos nombres no citó. Confieso que la noticia me sumió en una perplejidad casi tan grande como la de enterarme de que Franco ha fallecido. Por un lado, no terminaba yo de entender qué podía tener contra mis novelas infantiles o mis libros de teología doña Cristina.

Es verdad que también arremetió contra la Madre Maravillas, pero yo no la cito en ninguna de mis obras. Pensé a continuación que como era 20 de noviembre la señora Almeida había saltado de lado y de la izquierda se había pasado a ese nacional-socialismo alemán que hizo bueno lo de que «quien comienza quemando libros acaba quemando personas». Pero lo descarté porque la señora Almeida a un patrón de belleza ario no corresponde y no me consta que domine la lengua de Goethe. Y entonces me pregunté si podría haber escrito algo que pudiera doler a doña Cristina. Por ejemplo, la historia de Manuel y Antonio Almeida.

Al estallar la Guerra Civil, Manuel Almeida fue detenido por los milicianos del Frente Popular ya que había actuado en la preparación del golpe de julio de 1936. Tuvo suerte por varias razones. La primera porque no fue fusilado como millares y la segunda porque el 14 de agosto, las tropas de Yagüe llegaron a Badajoz. Por cierto, que los Regulares de Asensio avanzaron con más rapidez gracias a la ayuda de Antonio Almeida que era natural de la zona. Antonio sabía que su hermano estaba en una checa del Frente Popular y convirtió en prioritario sacarlo antes de que, a la desesperada, los otros lo asesinaran. Propuso, pues, al mando un plan audaz que tuvo éxito. Así, franquearon los Regulares, guiados por Almeida, la Puerta de la Trinidad, cruzando el foso de Rivillas y evitando el fuego de las murallas. De esa manera, llegaron a la Puerta de Carros y lograron liberar a Manuel Almeida. A Antonio Almeida se refirió elogiosamente Yagüe y es lógico que lo hiciera porque destacó militarmente y ahorró vidas de compañeros.

No creo, sin embargo, que los Regulares se abrieran paso por las calles de Badajoz preguntando cortésmente a los que se cruzaban con ellos donde estaba el Almeida detenido. Por lo que se refiere a éste, a Manuel, ha señalado el historiador Antonio Manuel Barragán que colaboró en la represión de Badajoz tan propagandísticamente aireada por los prorrepublicanos. Continuó la guerra enrolado en una Bandera de la legión y fue redactor de «Hoy». Incluso dejó constancia escrita de sus sufrimientos en la checa donde había esperado que lo liberaran las fuerzas alzadas. En la posguerra, Manuel Almeida hizo carrera en el franquismo e incluso tuvo una hija que recibió en el bautismo el nombre de Cristina. Pero de esto yo hasta la fecha no había escrito absolutamente nada. De modo que sigo sin entender porque Cristina Almeida quiere quemar mis libros y me pregunto: «¿no será que me quiere gobernar?».

César Vidal
www.larazon.es

Ver: http://oswaldoeduardo.blogspot.com/2008/11/el-20-n-de-cristina-almeida.html

Gabinete de crisis: Obama y Hillary


Hay tantos argumentos a favor como en contra de una Hillary Clinton secretaria de Estado en el gabinete de Obama. Es seria, inteligente, dura, trabajadora, con un buen conocimiento del mundo, cualidades necesarias para lidiar con él. Aparte de que será mejor tenerla dentro que fuera del equipo, no vaya a sentir la tentación de ir preparando su campaña presidencial 2012 ó 2016. Pero no menos cierto es que un secretario de Estado necesita ser uña y carne con el presidente, a quien va a representar ante los líderes extranjeros. Si éstos no lo ven, no le harán caso y se buscarán otros caminos para hacerse oír en el Despacho Oval. Y Hillary nunca ha pertenecido al círculo íntimo de Obama. Ha pertenecido al contrario. Lo que plantea la primera duda: ¿cómo funcionará la química entre ellos? Hay otro reparo: con los Clinton se tienen dos por el precio de uno, como en las rebajas. Y ¿resistirá Bill la tentación de seguir haciendo la política exterior norteamericana a través de su esposa secretaria de Estado? Más habiendo tejido una red de conexiones en el exterior enormemente provechosa para él. Sólo por una reciente charla, el Banco Nacional de Kuwait le ha pagado medio millón de dólares. Eso tendría que acabar. Si la mujer del Cesar tiene que ser honesta y además parecerlo, el esposo de la secretaria de Estado tiene que serlo y parecerlo por doble razón. Hillary seguro que estará alerta a las andanzas de su marido mientras ella lidia las crisis internacionales. Pero si no fue capaz de atarle corto con las becarias en la Casa Blanca, menos podrá hacerlo con los billonarios y gobiernos extranjeros.

Que Obama, pese a todo, esté dispuesto a incluirla en su equipo una vez que se le den las garantías que en esta situación pueden darse demuestra la confianza que tiene en sí mismo. Como la elección del resto del gabinete. Se está rodeando de los mejores para los puestos claves: Tesoro, Justicia, Comercio, Defensa. Gente sólida, de peso, con experiencia. Nada de traerse a sus compadres de Chicago, como han hecho otros presidentes de Tejas, Arkansas e incluso el sofisticado Massachusetts. Nada tampoco de reclutar una capillita de incondicionales ideológicos, tal vez porque Obama no ha mostrado demasiado interés por la ideología. Quiere, como digo, gente probada, con ideas propias. Eso conlleva riesgos, pues a la hora de tomar decisiones, las que deben prevalecer son las suyas, que pueden no coincidir con las de quienes han de llevarlas a la práctica. Pero esta confianza en los demás y en sí mismo es lo que necesita el país para salir de la crisis en que se encuentra.

Una última cosa: si cualquier gobierno extranjero cree que la inclusión de éste o de la otra en el gabinete Obama va a favorecerle, está pero que muy equivocado. Sea negro o blanco, hombre o mujer, liberal o conservador, todos esos ministros-secretarios tendrán en cuenta exclusivamente los intereses de los Estados Unidos. Si los intereses de los demás coinciden con los norteamericanos, mejor para ambos. Si no, es su problema.

José María Carrascal
www.abc.es

De Hitler Martínez a Stalin González


Conservo de una campaña electoral colombiana el cartel de un candidato llamado Hitler Martínez. Era negro. En esta campaña electoral venezolana juega un papel relevante Stalin González. Es de derechas. Mas en su caso es más interesante el que cuente 35 años, el que sea candidato a alcalde de Libertador, uno de los cinco municipios del gran Caracas y que fuera cabecilla de los movimientos estudiantiles que se alzaron contra la reforma constitucional de Chávez en diciembre de 2007 y lo derrotaran. Stalin González es un ejemplo de la nueva Venezuela joven hastiada de una falsa revolución en la que la inflación está en el 36 por ciento y va camino del 50; la inflación de los precios de los productos de primera necesidad se sitúa en el 50 por ciento y va camino del 100 por cien; el índice de mortandad por asesinato es el más alto del mundo: 132 por cada 100.000 habitantes la mayoría de ellos entre los estratos más humildes; un país, en fin, donde el grado de corrupción es tal que el ciudadano medio debe pagar una coima de entre 100 y 300 bolívares (unos 20 a 60 euros) para conseguir la emisión del DNI que es obligatorio tener.

Uno de los avances importantes en las elecciones regionales y locales de hoy es que se ha logrado una coordinación que ha forzado la existencia de un solo candidato opositor en cada circunscripción, mas lo excepcional es que ese candidato sea de unas virtudes personales como las de Stalin (con perdón). Lo más habitual ha sido que los candidatos únicos sean de la vieja guardia copeiana y adeca, poseedores de escasa credibilidad y menor integridad. Algunos observadores dicen que sólo a los opositores más cuestionables ha consentido Chávez que concurran. Prueba de la trampa es Leopoldo López, de 37 años, que hace campaña por todo el país. Por todo el país porque este candidato a alcalde de Chacao, otro municipio del Gran Caracas, tenía un respaldo del 65 por ciento en las encuestas frente al alcalde chavista Aristóbulo Istúriz. Así que la comisión electoral lo acusó de corrupción e impidió concurrir. «Democracia chavista» se llama la figura.

Ramón Pérez-Maura
www.abc.es

sábado, 22 de novembro de 2008

El Che - capítulo 5 de "Iconos latinoamericanos"



Hay pocas personas cuyas vidas han sido documentadas con tanto detalle como la del Che. Tanto él como sus compañeros escribieron diarios y se sacaron fotos. En la guerrilla, los diarios y las fotos podían caer en manos de sus enemigos, y por eso era peligroso llevarlos encima, pero aun así los guerrilleros continuaron escribiendo y dejándose retratar. Por todo eso, es difícil no pensar que el Che quería ser famoso no sólo gracias a sus actos, sino también a través de su propia narración de lo que hacía. Además, son muchos los libros escritos sobre el Che.

Parece que todos los que lo conocieron han sentido la necesidad de contarlo por escrito. A través de su relación con él, ellos mismos se sienten importantes. Más o menos lo tratan como si fuera un santo. Varios autores cuentan que en la región de Bolivia donde fue asesinado es venerado como tal, como "San Ernesto de la Higuera", y según dicen es un santo muy milagrero. Nadie le culpa de las muertes que provocó, porque su propósito fue la revolución y lo que cuenta es el propósito y no la realidad. Los biógrafos no estudian los desastres que causó en el ejercicio de sus diferentes cargos, sino que insisten en su trabajo abnegado, no en el resultado de su trabajo.

Vida antes de Castro

Ernesto Guevara de la Serna (1928-1967) nació en Rosario, Argentina, en el seno de una familia de clase alta, pero empobrecida. Dos rasgos marcaron su infancia y adolescencia. El más importante fue el asma que padeció casi desde el comienzo y que lo acompañaría durante toda la vida. Los ataques le afectarían en los momentos más inoportunos, y algunos comentaristas destacan que su enfermedad puede haber influido de manera determinante en su personalidad y su comportamiento.

El segundo rasgo importante fue el carácter de su familia. El padre, también llamado Ernesto Guevara, era de clase media o alta y, a pesar de tener varios hijos, trabajaba poco y vivía de las rentas de unas tierras que no daban mucho. (...) Como padre, Ernesto Guevara no fue severo, sino más bien distraído y bastante laxo. Fueron notorios los casos de infidelidad del padre, que finalmente llevaron a que el matrimonio se separara cuando los hijos habían crecido. El padre se instaló más tarde en Cuba, donde volvió a casarse y formó otra familia. Sus tareas profesionales en la isla parecen reducirse al trabajo de ser el padre del famoso Che. Escribió un libro sobre su célebre hijo, un escrito del que se puede deducir que el padre fue un hombre superficial, que no dejó escapar la oportunidad de aprovecharse de la fama de su primogénito. La lectura de ese texto produce una impresión penosa, porque queda claro que el padre no sabe mucho de la vida o de la manera de pensar del hijo.

La madre, Celia de la Serna, provenía de una familia de más rango social que la del padre. Al quedarse embarazada, se casó precipitadamente con Ernesto, y cuando nació Ernestito no lo inscribió enseguida, sino que esperó para hacerlo más tarde, cuando pudiera parecer que nació a los nueve meses de la boda. La madre también vivía de las rentas de unas tierras y no tenía otra profesión que la de ama de casa. Según todos los testimonios, fue una mujer enérgica en la que recayó el cuidado de la familia. Sin embargo, tampoco estuvo muy centrada en las tareas prácticas de la vida, que no parecían dársele muy bien. Varias fuentes la describen como una mujer que se comportaba de manera espontánea y sin medir los riesgos de sus actos. Los dos padres simpatizaban con diferentes movimientos de izquierda de una manera vaga. Más tarde, ya separada del marido, la madre defendió cada vez más una línea socialista. Durante el régimen de Perón permaneció encarcelada varios meses por razones políticas.

A causa del asma, Ernestito empezó a estudiar en casa, con su madre, y se creó un afecto profundo entre los dos. Durante sus estancias en el extranjero, Ernesto mantuvo el contacto con la Argentina principalmente a través de la correspondencia con su madre. Se podría decir que el hijo realizó uno de los sueños de la madre convirtiéndose en el Che. Es probable que las lecturas de niñez de Ernesto y el apoyo de su madre lo empujaran para buscar un futuro heroico, sin saber muy bien al principio en qué área de actividad. Castañeda cree que la madre fue la mujer más importante de la vida del Che.

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En 1954 llegó a Guatemala, justo en el momento en que una intervención norteamericana derrocaba al presidente Arbenz. El joven decidió no volver a la Argentina sino que se fue a México, donde malvivió un tiempo como fotógrafo ambulante. En 1955 conoció a Raúl y Fidel Castro, y empezó a entrenarse junto con su grupo de futuros guerrilleros cubanos. El mismo año, Ernesto se casó con Hilda Gadea, una compañera peruana que estaba embarazada. Su hija Hildita nació en 1956, el mismo año en que el barco Granma zarpó para Cuba para iniciar una guerra de guerrillas en Sierra Maestra.

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En 1959 los guerrilleros entraron en La Habana y empezó para él una vida pública frenética. En el plano familiar, se divorció de Hilda y se casó con otra compañera, la cubana Aleida March. Con ella tendrá cuatro hijos: Aleidita, Celia, Camilo y Ernestito. A sus hijos, el Che apenas los conocerá, ocupado en sus múltiples tareas y viajes. Se sabe que contemplaba la posibilidad de una separación en 1965.

Su carrera administrativa en la cúpula cubana empezó en 1959. Fue responsable de los juicios de los que habían colaborado con Batista. En octubre fue nombrado jefe de la reforma agraria. En noviembre le fue otorgada la nacionalidad cubana, en señal de agradecimiento por su trabajo revolucionario, y el mismo día fue nombrado jefe del Banco Central. En 1961 fue nombrado ministro de Industria. Participó en la Primera Conferencia Socioeconómica Interamericana en Punta del Este, Uruguay. Se convirtió después en embajador itinerante, viajando por África y Asia, y en particular intentó establecer contactos con China, porque admiraba profundamente el régimen de Mao. En 1964 visitó tanto Nueva York, ciudad en la que habló en la ONU, como Moscú. En 1965 desapareció de la escena pública cubana, dando pie así a todo tipo de especulaciones en la prensa cubana e internacional. Después se supo que había estado en el Congo durante nueve meses. Regresó por Europa, donde se detuvo un tiempo en Praga. Pasó por Cuba sin que nadie más que Fidel Castro y alguna persona más lo supieran, y siguió hasta Bolivia en la segunda parte de 1966. Un año más tarde fue capturado y fusilado. En 1997 su cuerpo fue identificado y trasladado a Cuba. En todos esos traslados, el Che viajó disfrazado y con pasaportes falsos. El nexo de comunicación solía ser Argel.

La imagen joven

En el aspecto físico notamos el pelo largo, signo de rebeldía en su época, que es también la de los Beatles, y una vestimenta informal, por no decir descuidada. Esta manera de vestir se ha interpretado como signo de que estaba totalmente entregado a lo que hacía y no tenía tiempo para lo superficial. Al mismo tiempo, es notable que ni él ni Castro dejaran de llevar el uniforme. En otras palabras, su vestimenta, por descuidada que sea, subraya su elevación al poder por las armas. El uniforme está asociado a la autoridad, al autoritarismo, y la amenaza de violencia para quien no se pliegue a las órdenes. El uniforme también recuerda constantemente su condición de guerrillero victorioso en Sierra Maestra. Lo que señalan todos en el Che es su gusto por una vida ascética y su gran capacidad de trabajo. Éstos son los rasgos en que se basa su fama de santo laico. Los que lo conocieron en La Habana al comienzo de los años sesenta dicen que apenas dormía y que recibía a las visitas incluso a medianoche, y exigía a sus colaboradores que trabajaran a un ritmo similar. Sus discursos y textos muestran que es alguien que ha estudiado, porque maneja el lenguaje de manera culta. Sin embargo, cuando no cuenta observaciones de viajes, casi siempre es abstracto e ideológico. Como orador sólo maneja un tema: la revolución.

Brillan por su ausencia buenas acciones del Che que no sean las que tienen que ver con el avance de la revolución. Como responsable de entre seiscientas y setecientas condenas a muerte después de la victoria, la prensa occidental lo llama "el carnicero de La Habana". La cifra se debe comparar con la estimación de Leante de que murieron mil doscientos cubanos en total durante la guerra contra Batista, que duró tres años. El Che es también personalmente cruel con algunos compañeros que están con él en la guerrilla en Sierra Maestra, en África y en Bolivia. Muchos de sus biógrafos llaman asesino a Batista, pero no a su biografiado, aun cuando los dos cometen actos muy similares.

¿Por qué ha tenido el Che ese enorme poder de atracción sobre la imaginación de los jóvenes occidentales de hoy? Quizá porque se reconocen en algunos rasgos suyos. Primero por su niñez y adolescencia tan libres. Ha podido corretear, practicar deportes y leer libros de aventuras a más no poder. La influencia paterna ha sido mínima. Las obligaciones en la casa o en la escuela, muy pocas. En una palabra, el Che ha tenido la infancia de muchos jóvenes privilegiados, si hacemos caso omiso del asma.

Quizá también porque representa la heroización de la juventud occidental actual. Ha estudiado, pero no en profundidad, el cual es el caso de muchos. La nueva pedagogía dominante es la de la libertad y el juego. El Che encaja con la imagen del eterno estudiante, pero no porque estudie de manera sistemática, sino porque le gusta leer, no estar atado a un lugar de trabajo y un horario.

Cuando se nombra al Che para diferentes cargos en Cuba, pasa directamente a ser jefe y a dar órdenes a otros, sin ninguna experiencia previa en esos campos de actividad. Todas las fuentes coinciden en decir que se dedicó infatigablemente a las tareas en cuestión. Éste es el gran elogio que se le hace: no escatimó sus esfuerzos para trabajar por el bien de la revolución.

Sin embargo, no tenía preparación para ninguna de estas tareas, y aun así las aceptó. Fue nombrado jefe de la reforma agraria sin saber una palabra de agricultura. Fue nombrado director del Banco Central sin un día de estudios de economía. Se dio cuenta de sus carencias en matemáticas y empezó a aprender junto con un profesor, pero es irresponsable aceptar un cargo tan importante en un área del que no sabía nada.

Fue nombrado ministro de Industria sin saber tampoco nada de industria. Antes ya había sido nombrado comandante por Fidel Castro sin tener más conocimientos militares que los adquiridos en su entrenamiento junto con los compañeros en México y sus prácticas en Sierra Maestra. Ni siquiera había hecho el servicio militar en Argentina, a causa de su asma.

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Los que están entusiasmados con la imagen de la joven revolución de los primeros momentos deberían fijarse en que, con el tiempo, Cuba se ha convertido en un régimen con líderes ancianos. Por lo visto, Castro no quiso promover a la juventud, sino tomar el poder y después agarrarse a él. Hablar de juventud y libertad fue sólo un medio para llegar a los fines.

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Icono

El Che se convirtió en el icono de una parte de la juventud occidental a partir de 1967. En las manifestaciones estudiantiles, desde Chile y México hasta Estados Unidos y París, su foto presidió reivindicaciones de libertad, igualdad y solidaridad. Por ignorancia, por idealismo y por romanticismo, los jóvenes han elegido como ídolo a una persona que no tiene nada que ver con lo que ellos reivindican. En el Che se pueden enumerar muchos rasgos negativos, como el uso de la violencia, su estilo personal autoritario, una voluntad de autoengrandecimiento a costa de los compañeros, su pensamiento caracterizado por clichés, una trágica falta de realismo. La característica positiva más evidente de su carácter es no haberse aprovechado de su posición política para enriquecerse. Sin embargo, puede tomarse por debilidad cierto afán de fama y admiración de los demás, que podría considerarse como una forma de corrupción, de pago "inmaterial". Franqui, compañero del Che durante muchos años, recuerda la siguiente conversación con el Che, que predica la austeridad.


– Niegas la austeridad –me replicó Guevara.

– No niego nada, Che, yo mismo me puse un sueldo de 500 pesos, que es lo mismo que ganan algunos periodistas y técnicos del periódico. Pero, Che, pienso que el poder, la fama y la gloria no son estímulos morales. Son estímulos materiales, contantes y sonantes. Si tú vas al trabajo voluntario, al otro día sales en la televisión y los periódicos y recibes elogios de la gente, que dice: "Qué bravo el Che, mira cómo corta caña, en el trabajo voluntario". Pero al ama de casa, al obrero de la ciudad o al estudiante, que son millones, y cuyo acto es más impositivo que voluntario, que no conocen el campo y se matan trabajando y no rinden y no producen, no se les menciona personalmente.
(...)


En lo esencial, el mito del Che es una creación de Castro y un instrumento para consolidar el régimen castrista, ocultando sus verdaderas características.


NOTA: Este texto está extractado del capítulo 5 del libro de INGER ENKVIST ICONOS LATINOAMERICANOS, que acaba de publicar la editorial Ciudadela.

http://www.ciudadela.es/cream/?page=1&codigo=100087

Este lunes (24 de noviembre), a las 22.45 horas, CARMEN CARBONELL y MARIO NOYA entrevistarán a ENKVIST en LD LIBROS.

Queman, luego cabalgamos

El instinto pirómano que Cristina Almeida ha descubierto en ella habrá sorprendido a más de uno. Es natural que cualquier animal de bellota, de derechas de toda la vida, experimente el irrefrenable deseo de quemar libros. Pero, que una intelectual de izquierdas quiera hacerlo es algo muy raro.

Hoy, la derecha vive en el convencimiento de que España es de izquierdas y de que por eso no hay forma de ganar unas elecciones al PSOE a no ser que antes sus dirigentes hayan robado a manos llenas y secuestrado, torturado y hasta matado a algún ciudadano más o menos sospechoso de ser un terrorista. Esto significa que, en circunstancias normales, el PSOE siempre ganará si lo que hay enfrente es un partido inequívocamente de derechas. Cuando Rajoy prefiere ser catalogado de "independiente" está tratando precisamente de evitar este efecto.A lo mejor tienen razón y España es muy de izquierdas. Pero Felipe González no lo creía así.

Cuando su partido preconizó la abstención en el referéndum de la reforma política, allá en el pleistoceno, el fracaso que experimentó le alertó de que nadie le seguiría si se empeñaba en continuar preconizando la "ruptura" frente a la "reforma" de Suárez. Cambió radicalmente de táctica, renegó del marxismo, dijo aquella tontería de que prefería ser apuñalado en el metro de Nueva York antes que viajar sin riesgos en el de Moscú, hizo una finta de dimisión y disfrazó a su partido de moderna socialdemocracia europea con la bendición de Willy Brandt y Bettino Craxi. Y, cuando renegó de la hoz y del martillo, no antes, venció.

Cuando al fin los socialistas creyeron haber convertido a España en un país de izquierdas, un cúmulo de "errores" en forma de latrocinios y otras violaciones del Código Penal les echaron del poder. Eso lo entendieron. Lo que no entendieron es que un tipo como Aznar, con ese bigote, ese apellido y esos modos, pudiera hacerse con una mayoría absoluta en éste, su país. Eso les desconcertó y aun hoy les desconcierta. Por eso, cuando volvieron al poder gracias al 11-M, no supieron muy bien qué país se les entregaba, si uno inevitablemente conservador que, aterrado ante las consecuencias que podía acarrear ser uno de los países importantes de Occidente, pedía a gritos volver a la última fila, u otro que, siendo indudablemente de izquierdas, votaba finalmente lo que su inclinación natural le pedía.

No lo tienen claro. Si el país fuera, como la derecha cree, de izquierdas, no se venderían tantos libros de César Vidal y de Pío Moa, no habría tanto periódico de derechas ni tanta movilización contra un Gobierno tan bien intencionado como el de Zapatero. Intuyen que algo extraño, muy sumergido bajo la superficie, hay en este país cuando, aparentando ser tan progresista, no termina de entregarles el corazón. ¿Y si España no fuera de izquierdas y ocurriera que, sin ser liberal, simplemente es conservadora?

Cristina Almeida y sus correligionarios, aunque no lo reconozcan, intuyen que España quizá no sea de izquierdas. Un escalofrío les recorre el espinazo sólo de pensarlo. Como Rajoy, Gallardón y compañía sí lo creen, los consideran inofensivos. Con quiénes hay que acabar pues es con aquéllos que, como César Vidal, pueden abrirnos los ojos. De ahí el deseo de quemar sus libros y de ahí la esporádica necesidad de expresarlo en voz alta. Como ven, cabalgamos.

Emilio Campmany

Maravillas

«Actos son amores y no buenas razones». Así es. Como es que de bocazas está la política llena. Bocas llenas de muchas palabras que no culminan en hechos transformadores para la sociedad.

La monja Maravillas, a la que finalmente no pondrán la placa en el lugar en el que nació, fue una mujer que actuó, que, según dice su biografía, se dedicó a fundar colegios para los niños pobres y hacer casas para las personas sin hogar. ¿No es eso admirable venga de donde venga el impulso?

Eso es compromiso social y político, y no agarrar una banderita y ponerse en la cola de una manifestación o hacer declaraciones grandilocuentes sobre igualdad y después irte a dormir a tu castillo mientras muchos se mueren de frío en los cartones. Es más difícil ayudar al vecino, al amigo, que firmar cien manifiestos en los que te muestras muy «activo» y concienciado. Es más fácil decir lo que hay que hacer que ponerse en el tajo a dar sopa a los desamparados. Nunca he oído de la boca de un político la palabra compasión. Compasión significa sentir-con. Compasión es ponerse en el lugar del otro, única manera de poder comprenderlo y ayudarlo.

A mí personalmente me da igual que este sentimiento tenga detrás una ideología u otra, que sea profundamente católica o marxista. Yo creo en las personas que se implican, que luchan cada día por ir siendo mejores, que son capaces de ir domando el egoísmo natural que nos caracteriza, que se esfuerzan por no hacer daño ni físico ni moral a los otros. Yo creo en la gente libre de pensamiento. Lo de la placa me parece una tontería, una polémica que desvía la mirada de los verdaderos problemas de este país, otra batallita cutre entre unos partidos y otros, entre los viejos bandos con los que espero acaben nuestros jóvenes. «Actos son amores», y poner o no poner una placa en una pared es un acto que sólo requiere dos clavos y un martillo.

Paloma Pedrero
www.larazon.es
 
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