Cristina Almeida está por prender fuego a los libros "de César Vidal y del otro y del otro". Y es que la cabra tira al monte. Las izquierdas ya empezaron a quemar valiosísimas bibliotecas antes de un mes de comenzada la república, anticipándose en tres años a los nazis, que tampoco llegaron a quemar bibliotecas enteras. En 1934 arrasaron con dinamita y fuego la biblioteca de la universidad de Oviedo y otra en Portugalete, una de las más importantes de Europa conservadas en palacios, aparte de innumerables obras de arte. Al recomenzar la guerra en 1936, la afición se desbordó, y cientos de bibliotecas particulares y otras antiguas y valiosísimas de monasterios fueron pasto de las llamas o destrozadas de otros modos, con "alegría republicana", como recuerda encomiásticamente Alberti en sus célebres versos:
"¡Palacios, bibliotecas! Estos libros tirados,
estos inesperados
retratos familiares
en donde los varones de la casa, vestidos
de los más innecesarios jaeces militares,
nos contemplan partidos,
sucios, pisoteados,
con ese inexpresable gesto fijo y oscuro
del que al nacer ya lleva contra su espalda el muro
de los ejecutados".
Otras bibliotecas, como la del palacio de Zabálburu, en Madrid, fueron saqueadas, despojadas de decenas de libros de extraordinario valor.
Ello aparte, el Ministerio de Instrucción Pública, por orden de 2 de septiembre de 1937, mandó reducir a pasta de papel 300 toneladas de documentación archivística y veinte toneladas más de libros escritos por "elementos fascistas". Entre otras muchas fechorías. Otros muchos fondos de archivo fueron quemados, como gran parte de los del Ministerio de Hacienda, según informe del encargado de la tarea: "Ya es sabido que los numerosísimos fondos que constituían este Archivo fueron, casi en su totalidad, quemados en el mes de diciembre pasado (de 1936), al necesitarse para servicios de guerra los sótanos en que estaban custodiados (...) El papel salvado (...) estima el informante que puede ser todo considerado como inútil" (En Mitos de la guerra civil).
Y cuando los socialistas volvieron al poder, en 1982, una de sus primeras medidas fue reducir nuevamente a pasta de papel los fondos de la Editora Nacional, que había publicado libros de gran valor.
Tiene gracia que los herederos y simpatizantes de esta gente finjan escandalizarse de que, después de la guerra, los falangistas quemasen en algunos lugares varios miles de libros "decadentes". Un hecho desde luego reprobable, el de aquellos falangistas, pero nada comparable, ni de lejos a las piras y arrasamientos organizados por las izquierdas, siempre tan "amantes de la cultura".
Lo que nunca quemaría esta gente, amiga de la "memoria", de Garzón y de los chekistas, y enemiga de la historia, son obras maestras como El libro rojo del cole, al que tanta promoción dio doña Cristina, dedicado a "desdramatizar" entre los niños el puterío, la droga, la corrupción de menores y esas cosas que tanto molestan a los retrógrados.
Lo dicho: la cabra tira al monte.
Ello aparte, el Ministerio de Instrucción Pública, por orden de 2 de septiembre de 1937, mandó reducir a pasta de papel 300 toneladas de documentación archivística y veinte toneladas más de libros escritos por "elementos fascistas". Entre otras muchas fechorías. Otros muchos fondos de archivo fueron quemados, como gran parte de los del Ministerio de Hacienda, según informe del encargado de la tarea: "Ya es sabido que los numerosísimos fondos que constituían este Archivo fueron, casi en su totalidad, quemados en el mes de diciembre pasado (de 1936), al necesitarse para servicios de guerra los sótanos en que estaban custodiados (...) El papel salvado (...) estima el informante que puede ser todo considerado como inútil" (En Mitos de la guerra civil).
Y cuando los socialistas volvieron al poder, en 1982, una de sus primeras medidas fue reducir nuevamente a pasta de papel los fondos de la Editora Nacional, que había publicado libros de gran valor.
Tiene gracia que los herederos y simpatizantes de esta gente finjan escandalizarse de que, después de la guerra, los falangistas quemasen en algunos lugares varios miles de libros "decadentes". Un hecho desde luego reprobable, el de aquellos falangistas, pero nada comparable, ni de lejos a las piras y arrasamientos organizados por las izquierdas, siempre tan "amantes de la cultura".
Lo que nunca quemaría esta gente, amiga de la "memoria", de Garzón y de los chekistas, y enemiga de la historia, son obras maestras como El libro rojo del cole, al que tanta promoción dio doña Cristina, dedicado a "desdramatizar" entre los niños el puterío, la droga, la corrupción de menores y esas cosas que tanto molestan a los retrógrados.
Lo dicho: la cabra tira al monte.
Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado/
Um comentário:
Desgraciadamente lo que dice es absolutamente cierto... Por mucho que la propagana difunda lo contrario no cambiarán lo negro por blanco.
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