sexta-feira, 7 de novembro de 2008

Podemos

Hemos agotado los adjetivos -histórico, trascendental, único, inimaginable- cuando la realidad desborda todas las palabras. La realidad es que los padres de Barack Obama no hubieran podido casarse en el sur de este país por estar prohibidos los matrimonios interraciales, y un niño negro de 9 años fue condenado a 12 de prisión por besar en la mejilla a su amiguita blanca. Y la realidad es que, ahora, Obama llega a la Casa Blanca, no como criado, sino como señor. Sin revoluciones, asaltos, juicios ni guillotinas. Simplemente, porque los norteamericanos le han elegido presidente.

Y le han elegido presidente no por ser negro, ni por caerles simpático, ni para pagar una deuda histórica, sino por considerarle el más capacitado para terminar honorablemente las dos guerras que les desangran y resolver la crisis económica que les arruina. ¿Se dan cuenta de lo que eso significa? ¿Un negro, el norteamericano más capacitado para resolver los mayores problemas del país? ¿El hijo de una mujer abandonada por su marido, con una niñez errabunda y estudiante con becas, mejor que millones y millones de hombres y mujeres con más facilidades, más conexiones, más dinero y apoyos que él? ¿Quién se reía de la democracia americana, quién decía que el «sueño americano» era un cuento? Cuentos, entelequias, utopías, frustraciones, incluso estafas son los sueños en el resto del mundo. En Estados Unidos, son realidades con tal de llevar algo sustancial dentro. Y en 21 meses de campaña electoral Barack Obama ha demostrado ser más inteligente que la pareja más avispada del país, los Clinton, y mejor estratega que un héroe militar, McCain.

Lo ha conseguido a base de forjar una coalición de jóvenes y adultos, de hombres y mujeres, de ricos y pobres, de demócratas y republicanos, de blancos, negros, hispanos, asiáticos, invocando los ideales fundacionales y recordando que la nación no le pertenece a él, sino al pueblo americano, al que sólo representa. La palabra más repetida por Obama en su discurso de aceptación fue «Podemos». Podemos vencer las crisis, podemos superar los obstáculos, podemos mejorar el país si nos lo proponemos y estamos unidos.

Ese «podemos» lleva en sí la ilusión que los norteamericanos han ido perdiendo a lo largo de los últimos años. Barack Obama se la ha devuelto, al tiempo que resolvía la contradicción original de la democracia norteamericana: la que proclamaba la igualdad y mantenía la esclavitud, convertida tras la guerra civil en segregación activa o pasiva. Eso acabó el 4 de noviembre de 2008. El conflicto racial queda atrás. Ahora sólo falta que el niño nacido en Hawai, criado en Indonesia, estudiante en Harvard y senador por Illinois sea tan buen presidente como ha sido candidato a la Presidencia. Ni siquiera él lo sabe. Por eso pide humildemente el apoyo de todos sus compatriotas. Éstos, de entrada, se lo han dado, en pago de haberles devuelto su viejo sueño, porque la política norteamericana no es sólo el arte de lo posible. Es también el arte de lo imposible. ¿No ven a un negro en la Casa Blanca?

José María Carrascal
www.abc.es

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