Una de las torpezas de la administración Bush fue disparar, durante ocho años, contra la idea de Europa. La extrema derecha odia la idea de Europa. Porque en efecto, ¿cómo conciliar ese mundo, el mundo del rifle, con el de Locke, Hum, Voltaire o Jovellanos? Entre otras cosas, Bush fue precisamente eso, la ignorancia de Europa. Sin entender, ni remotamente, que él era también hijo de Europa. Fieles colaboradores como Dick Cheney o Donald Rumsfeld se ocuparon de poner todos los bastones en las ruedas de la Unión Europea. El más reciente de esos ejercicios de boicot fue el No irlandés en el referéndum de mayo del Tratado de Lisboa, hace cinco meses. Al fin y al cabo la verde Erin es casi un territorio americano.
A veces jugar sucio es cuestión de vida o muerte. Pero el dúo Cheney-Bush amaba la suciedad en sí misma, metida en vena, como el ex alcohólico lleva en sí el alcohol hasta el último día. Y sin embargo las ideas de Monnet, Schuman, Adenauer o Erhard seguían activas, peligrosamente encendidas, listas para germinar. La patada que Bush se propinó en su propio culo al enviar a Rumsfeld a decir aquella retahíla de vulgaridades sobre la nueva y vieja Europa en la reunión de Munich, (2006), es uno de esos hitos de la imbecilidad humana a los que Obama se enfrenta. La incultura de Cheney-Bush actuaba aquí a toda máquina: el desprecio de la historia, el horror a los libros, la falta de curiosidad hacia el otro, han llevado al actual desastre. Sólo hemos leído el último de los dos libros de Obama. Su lectura revela, a pesar del relamido título, «The Audacity of Hope», el orden interno de una cabeza.
Franklin Roosevelt acabó por caer ante la poliomielitis. Pero su carácter, astucia y percepción marcaron aquellos trece gloriosos años. El príncipe afroveneciano tiene astucia, percepción y carácter, además de tres cualidades: inteligencia, inteligencia, inteligencia. Capacidad de entender. Él se sabe símbolo del triunfo de la estética sobre las fuerzas del mal. Pero volvamos a la áspera tierra: hay hombres de calidad en las dos orillas, Richard Holbrooke, Jean-Claude Trichet, capaces de acordar la gran tarea de restauración, después de ocho años de oscurantismo en la Casa Blanca.
El antiamericanismo, o mejor, la alergia europea a la derecha dura americana (quizá un tercio del país, instalado sobre todo en el centro, lejos de las costas de Estados Unidos) no desaparecerá con la llegada de Obama. La izquierda española y también, curiosamente, la derecha ultra, tienen grabado a fuego ese sentimiento desde hace 110 años, cuando la frágil España era humillada por Estados Unidos en Cuba y Filipinas. El tratado de París fue uno de los momentos más sombríos de la historia española: se debió sobre todo al deseo de América de aplastar, literalmente con la bota, a la pobre regente, una despistada archiduquesa habsbúrgica, madre de un Rey de 12 años.
Pero este atropello no es hoy más que una anécdota. Franco firmó con el presidente Eisenhower unos acuerdos -militares y de pequeña ayuda civil- en 1953. Acuerdos que convertidos en Tratado bilateral perduran hoy, modificados pero no rotos. Alguien que recorra de noche la costa gaditana se encontrará con una cegadora luz extendida por pistas y dársenas: es Rota, junto a Chipiona, enorme base aeronaval, clave en la contención frente a la amenaza soviética durante 40 años. Sobre ese acuerdo bilateral se sobrepuso el ingreso de España en la OTAN, 1982.
Estados Unidos mantiene en Europa su despliegue defensivo (y ofensivo): desde Turquía a Portugal, desde Grecia a Noruega. Con diferencia, el mayor despliegue de su fuerza ultramarina. Los europeos fueron especialmente desvergonzados durante la larga postguerra. Desde 1945 al final del siglo, hicieron frase tras frase, reticencia tras reticencia, mientras aceptaban, encantados, que América pagara el grueso de la factura militar. El general De Gaulle fue una excepción (en 1966 expulsó al cuartel general de la OTAN de París: Francia era una potencia nuclear media desde los años 1950/55, y eso le dio autonomía frente a los dos grandes). Los americanos conocen la peligrosidad de las ideas. Un día, de pronto, dan un susto y se convierten en realidad. Desde los años 1960 los europeos aspiran a una cierta independencia militar. Pero basta revisar los esfuerzos de Javier Solana como Alto Representante de la UE, para comprobar lo modesto de los avances. Aunque haya que reconocer la tenacidad de Solana: él ha mantenido, casi en solitario, la idea de una defensa integrada. Sólo por eso merece, de acuerdo con el futuro Tratado de Lisboa, ser titular, durante cinco años, de la nueva cartera, Seguridad y Política Exterior.
La enorme malla de Alianza Atlántica, controlada por Estados Unidos, no será deshecha por Obama. Entre otras razones porque hace falta una clara voluntad política y varias décadas de trabajo para llevar a cabo su deconstrucción. Ni Obama ni sus colaboradores ven la utilidad de ese ejercicio. Veremos dos indicios: los nombres, quizá anunciados hoy, para el Pentágono y el departamento de Estado.
El mantra se repite como corresponde: es el crach financiero, el hundimiento de las bolsas, el desorden económico y sus consecuencias sociales, lo que atraerá la atención de Obama. Bueno, bien. Pero el gasto estrictamente militar de EE.UU, sólo en Irak, supera como media los 110.000 millones anuales, a lo que debemos añadir la factura de reconstrucción, petrolera y civil, imposible de cifrar en un artículo como este. Además, existe Afganistán, aparte de las inversiones y gastos corrientes (presupuesto americano de Defensa, todo incluido, ligeramente superior a 500.000 m. $. Presupuesto español, 10.620 m. $, 46 veces menor si utilizamos la conversión dólar-euro, 1.28, de 6 noviembre; Producto Interior Bruto de EE.UU, 14,4 billones de $, PIB español, 1.45 billones de $, diez veces menor). Creemos que este entramado económico-militar pesará, quizá hasta mediado este siglo.
Conclusión provisional: Obama ha hecho (1) una apuesta por la restauración de los puentes con los aliados europeos; (2) esos puentes son indispensables para la seguridad americana; (3) independientemente de otras alianzas, Japón y Corea del Sur, menores si se comparan con la OTAN, lo permanente, aunque cambiante, es el despliegue americano en Alemania, Reino Unido, Italia, España... y finalmente (4) Obama no ha emitido señal alguna en su larga campaña contra ese despliegue.
A diferencia de Bush, Barack Obama no cree que Estados Unidos haya de burlarse de Europa. Es más, piensa que es peligroso hacerlo. El rumbo tomado por el anterior canciller alemán, Gerhard Schroeder, en defensa del aprovisionamiento de su país y de otros europeos por el gas y el petróleo rusos, no dejará de inquietar a la nueva administración americana. Obama lo ha repetido: «Ninguno de los problemas se resolverá mientras Estados Unidos no reorganice su propia misión». «Restableceré los lazos con nuestros aliados de Europa». «Con demasiada frecuencia hemos enviado mensajes equivocados a nuestros socios. Hemos desoído los mensajes en los que Europa nos aconsejaba prudencia antes de entrar en Irak». Esto puede leerse al precio de 12 euros en el número de julio 2007 de la revista Política Exterior.
Darío Valcárcel
www.abc.es
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