El célebre historiador César Vidal ha escrito un libro titulado Paracuellos-Katyn, un ensayo sobre el genocidio de la izquierda (Libros Libres, Madrid 2004 – Tercera edición, abril de 2005–, 419 páginas) con el objeto de reflexionar sobre la formidable máquina de matar que ha sido el comunismo, la quinta generación de la izquierda al parecer, aunque para mí ha sido una de las degeneraciones de la izquierda, tal vez el primer analogado de la degeneración de las izquierdas.
Bueno es que se recuerde lo de Paracuellos, máxime cuando los progresistas se sienten orgullosos de las matanzas perpetradas por el Frente Popular y organizan homenajes a Santiago Carrillo, el gran héroe de Paracuellos, o se dedican a retirar estatuas de Franco en una suerte de damnatio memoriae o buscan muertos del Frente Popular en las cunetas de las carreteras.
Hay que reconocer que «El pasado siglo XX tuvo entre sus características más terribles la de la perpetración del genocidio, entendiendo como tal la búsqueda del exterminio de sectores completos de una población por razones raciales, religiosas o políticas» (pág. 13). Es que no sólo los nazis realizaron un genocidio, también los comunistas lo realizaron. Es más, mataron cuatro veces más. Todo ello para construir un sistema social nefasto y odioso.
España pudo haberse convertido en el segundo país que caía en manos del bolchevismo. La Guerra Civil Española de 1936-1939, comenzada como muy acertadamente afirma Pío Moa en 1934, fue una guerra contra el comunismo. La victoria del General Franco fue una victoria contra el comunismo. En Paracuellos se ensayaron técnicas de exterminio masivo bolchevique luego ampliamente utilizadas por los nazis y por los soviéticos en Katyn contra los polacos. «Paracuellos y Katyn constituyen paradigmas del horror, un horror que precedió a las grandes matanzas perpetradas por los nacional-socialistas alemanes y que deja de manifiesto cómo el exterminio en masa fue un instrumento privilegiado -indispensable, en realidad- de acción del denominado socialismo real» (pág. 16).
El presente libro deriva de Checas de Madrid, Madrid 2003, 365 páginas. Tengo que reconocer que Paracuellos-Katyn está elaborado de manera muy descuidada por César Vidal. Cuando se escriben muchos libros a mucha velocidad, los descuidos suelen ser frecuentes. Encuentro mejor trabajado el libro Checas de Madrid.
Por ejemplo, no narra adecuada y completamente el episodio del general Kornílov y su intento de golpe de Estado y cómo eso favoreció a los bolcheviques. Es un libro popular de historia. Es apto para el vulgo. Es eficaz y es contundente contra los comunistas. De todos modos está hecho de manera muy poco rigurosa en la argumentación y en el hilo argumental. Además, creo que comete una deshonestidad intelectual al no citar ni una vez al insigne historiador español Pío Moa, principal inspirador ideológico de los libros de César Vidal de 1999 para acá.
El marxismo es una filosofía de la guerra, de la violencia revolucionaria. Es buena la guerra si es civil y produce la victoria del Partido. Es buena la violencia si es revolucionaria. Esto es puro positivismo moral y político. Lo que cuenta para los marxistas es la toma del poder. Una vez tomado el poder político, la eliminación de segmentos sociales enteros en aras del socialismo es necesaria y se lleva a cabo.
Esta perspectiva exterminista está presente según César Vidal ya en el marxismo de Marx. La violencia es la partera de la historia y es necesaria para la revolución, que no es más que un acto de inmensa violencia sobre clases reaccionarias. En Lenin hay una toma de partido por el terror de masas. El jefe de la Checa, Félix Dzerzinski lo deja bien claro: para acelerar el cambio revolucionario, bien podría ser conveniente el exterminio de clases sociales enteras. El terror rojo bolchevique fue gigantesco.
«El Terror, desde luego, se extendía de una manera que nadie hubiera podido imaginar y que convertía, comparativamente, al régimen de los zares en benévolo. Al respecto, las cifras no pueden ser más reveladoras. Entre 1825 y 1917, los denostados tribunales zaristas dictaron 6321 sentencias de muerte que no fueron ejecutadas en su totalidad. Tan sólo en un par de meses del otoño de 1918, la Checa fusiló a un número de detenidos que se acercó a los quince mil.» (pág. 48.)
La revolución bolchevique, nacida directamente del marxismo ha girado en torno a los siguientes principios: 1. La subversión del orden democrático por una minoría autolegitimada. 2. La utilización del Terror de masas. 3. La aniquilación de clases enteras. 4. La creación de aparatos represivos.
En el caso ruso, fue el Partido Bolchevique el sujeto revolucionario. En el caso fallido español, fue el PSOE, un partido teóricamente perteneciente a la II Internacional, pero que no sufrió ningún proceso revisionista. Era el PSOE un partido revolucionario, bolchevique, partidario de la dictadura del proletariado. No sería el PCE inicialmente el que desarrollaría el Terror en España.
Una filosofía de la Historia que pretendía suprimir la propiedad privada era lógico pensar que tendría que recurrir necesariamente al Terror, a la violencia revolucionaria. «Los marxistas podrían hablar de «expropiar a los expropiadores» pero un diputado como Jové y Hevia señaló en el debate mencionado que «después de todo las tendencias de la Internacional no eran más que las tendencias de la Internacional no eran más que las tendencias de José María, que se querían elevar a la categoría de ciencia social.» En otras palabras, lo que el bandolero conocido como El Tempranillo había realizado por los campos era lo que de manera pretendidamente científica y desde luego en mucha mayor escala soñaban con hacer los socialistas. El mismo Sagasta la calificaría en esa misma ocasión de «utopía filosofal del crimen». En la medida en que se considerara crimen el robo y la utilización de la violencia para imponer las propias opiniones, poco puede dudarse de que su definición era dura pero ajustada a la realidad.» (págs. 58-59.)
El PSOE era un partido marxista dogmático, revolucionario y partidario de la implantación de la dictadura del proletariado. El PSOE no le hacía ascos a la violencia. Legitimó desde pronto el terrorismo. Así pues «legitimó moralmente sus acciones contra los que consideraba políticos opresores igualando el atentado terrorista con la defensa del orden constitucional llevada a cabo por las fuerzas de seguridad» (pág. 69).
El PSOE era un partido antisistema. No era un partido demócrata. No creían en la democracia burguesa capitalista. En 1917 el PSOE intentó tomar el poder o al menos intentó destruir el régimen de 1876. Hay que decir además, que el PSOE simpatizó pronto con Lenin, su régimen y sus métodos. Si el PSOE no se integró en la III Internacional no fue porque renunciara a la dictadura del proletariado o a la revolución socialista. Ocurre que Pablo Iglesias no quería que el Partido fuera controlado por Moscú. Tanto el PCE como el PSOE eran revolucionarios, bolcheviques, antisistema.
Bajo la Dictadura de Primo de Rivera, el PSOE y la UGT gozaron de libertad de acción. La situación del PSOE mejoró bajo la Dictadura. Las organizaciones socialistas fueron respetadas. La UGT tenía total libertad para realizar su actividad sindical. Los socialistas colaboraron con la dictadura. El PSOE era en 1931 el partido más fuerte de España.
El PSOE no quería la democracia, quería la dictadura del proletariado. Las izquierdas españolas tampoco eran demócratas. No aceptaban los resultados electorales adversos. «En puridad, tras las elecciones de 1933, la fuerza mayoritaria –la CEDA– tendría que haber sido la encargada de formar gobierno pero las izquierdas que habían traído la Segunda República no estaban dispuestas a consentirlo a pesar de su indudable triunfo electoral» (pág. 100). Aquí César Vidal sigue el camino trazado por Pío Moa. Lo sorprendente es que no lo cite ni lo mencione una sola vez. Igual ocurrió con su anterior «Checas de Madrid».
La guerra civil comenzó en 1934 como dijo Pío Moa. A partir de febrero de 1936 España entró en un proceso revolucionario que provocó la reacción contrarrevolucionaria del 18 de julio de 1936, un alzamiento nacional que acabó con el comunismo en España.
«En contra de lo que se afirma tópicamente en ocasiones, el levantamiento del 18 de julio de 1936 ni pretendía poner fin a la república –a decir verdad, no eran pocos los alzados, como Mola, Cabanellas o Queipo de Llano, favorables a la forma de Estado republicana– ni desencadenó una revolución.» (pág. 123.)
España estaba en plena revolución marxista y los asesinatos tenían forzosamente que formar parte de tal revolución. «Precisamente esa visión revolucionaria que afectó a todas y cada una de las fuerzas que componían el Frente Popular sin excluir a los denominados partidos burgueses, como el dirigido por Azaña, explica la perpetración sistemática de matanzas masivas» (pág. 123).
Paracuellos es una necesidad revolucionaria del Frente Popular. En Madrid llegó a haber unas 250 checas, donde se torturaba, robaba y ejecutaba. No eran obra de descontrolados. Era una política gubernamental, oficial.
«Aun así, la acción de las checas no quedó limitada a partidos de izquierdas y sindicatos. De hecho, las autoridades republicanas fiscalizaron directamente algunas de las checas que, como veremos, tuvieron un especial papel en la tarea de represión. Ése fue el caso del comité provincial de investigación pública (la denominada checa de Bellas Artes y también la de Fomento) y las de la Escuadrilla del Amanecer, Brigada Ferrer, de Atadell, de la calle del Marqués de Riscal número 1, del palacio de Eleta, de la calle de Fuencarral, de los Linces de la República y de los Servicios especiales que dependían directamente del Ministerio de la Guerra.» (pág. 132.)
Se fueron creando cada vez más checas por parte del Gobierno de la República. Además, el PCE fue adquiriendo cada vez mayor relevancia en el control y gobierno de las checas.
«Como había sucedido en Rusia, las checas –y el fenómeno de Terror vinculado a las mismas– no derivó de incontrolados cuyas acciones lamentaban unas autoridades republicanas impolutamente democráticas. Por el contrario, eran un instrumento privilegiado de Terror dependiente de los partidos y sindicatos que componían el gobierno del Frente Popular y en no pocas ocasiones incluso órganos de ese gobierno.» (pág. 133.)
Las matanzas que tuvieron lugar en Madrid en 1936 no fueron obra de incontrolados. Ciertamente también se cometieron delitos en la zona nacional, pero «mientras que en la España controlada por los alzados, la represión no había tardado en dejar paso a la legalidad e incluso se había castigado a los que no se ceñían a ésta –Schlayer fue testigo de la condena a muerte de ocho falangistas en Salamanca– en la zona dominada por el Frente Popular «el asesinato organizado (...) respondía a una metodología rusa» (pág. 152). Estaba claro a decir de César Vidal que las fuerzas políticas que integraban el Frente Popular buscaban exterminar a los enemigos de clase. Las responsabilidades alcanzaban a los encargados de velar por el orden público. Ahí tenemos a Margarita Nelken. Las matanzas de Paracuellos de los días 6 y 7 de noviembre de 1936 son también responsabilidad de ella, además de Santiago Carrillo. Las responsabilidades por los asesinatos alcanzan al propio gobierno republicano. Era un gobierno en el desde el 4 de noviembre un ex delincuente como el anarquista García Oliver era ministro de Justicia. Azaña tampoco podía comprender cómo cuando el 4 de septiembre de 1936 se remodeló el gobierno, la cartera de Instrucción Pública fuera al comunista Hernández, que ni siquiera tenía el bachillerato elemental.
«El 1 de octubre, cuando se celebró el último pleno de las Cortes –en el que se aprobó el Estatuto de autonomía vasco– se gritó un ¡Viva Rusia! que fue coreado con fervor por los asistentes pero nadie pronunció un Viva España.». (pág. 167.)
Por eso tenía razón Franco cuando dijo que el Frente Popular era la Antiespaña. Lo siguen siendo en la actualidad, cuando un tal ZP ni sabe lo que es la Nación Española ni sabe qué es España.
César Vidal no se olvida de mencionar el importante papel jugado por los agentes de la Komintern en España, uno de ellos era Mijaíl Koltsov, quien desempeñaría un papel notable en las matanzas de Paracuellos, dirigidas por Santiago Carrillo, un joven socialista que estaba a punto de entrar en el PCE.
A todo esto hay que añadir el escaso entusiasmo de los madrileños por el gobierno del Frente Popular.
«Mientras el gobierno del Frente Popular, a pesar de su superioridad inicial en términos materiales, contemplaba cómo los rebeldes llegaban hasta las cercanías de Madrid, los madrileños no se aprestaban precisamente a combatir contra ellos. Como indicaría uno de los corresponsales extranjeros en la capital de España refiriéndose a sus habitantes, 'la mayoría de ellos no tenían interés alguno en la guerra ni les importaba quién la ganase con tal de verse aliviados de las penalidades y privaciones que les obligaban a soportar'. No exageraba el periodista.» (pág. 168.)
Volviendo a Santiago Carrillo, de él dice César Vidal lo siguiente: «La figura de Santiago Carrillo es, sin duda, una de las más sugestivas de la Historia contemporánea de España, yendo a lo largo de su trayectoria del socialismo al apoyo al movimiento antiglobalización» (pág. 171). Carrillo estuvo implicado en el intento de golpe de Estado bolchevique organizado por el PSOE, el PCE y la Ezquerra.
«Al fracasar la sublevación socialista-nacionalista en octubre de 1934, Carrillo fue a parar a la cárcel, donde estrechó lazos con un Largo Caballero cada vez más stalinizado. Desde luego, es un lapsus freudiano bien revelador que en sus Memorias Carrillo denomine esta stalinización de Largo Caballero identificación con 'lo más avanzado del país'.» (pág. 173.)
El terror producido en Madrid por el Frente Popular hacía aparecer como nimias las presuntas atrocidades cometidas por los franquistas. Finalmente, la mayor parte del Frente Popular, menos los comunistas y sus compañeros de viaje del PSOE, prefirieron en 1939 entregarse a Franco antes que seguir con los comunistas. La victoria de Franco se convirtió en un mal menor.
Lo mejor del libro son los documentos soviéticos desclasificados después de la caída y desaparición de la URSS que César Vidal cita con profusión. En uno de ellos, dirigido a Voroshílov en el que se refiere una conversación mantenida con Negrín el 10 de diciembre de 1938 por Marchenko, el encargado de los negocios de la URSS en España se nos refiere lo siguiente: «No cabe un regreso al viejo parlamentarismo. Sería imposible permitir el 'libre juego' de los partidos tal como existía antes, ya que en ese caso la derecha podría conseguir nuevamente llegar al poder. Eso significa que resulta imperativo o una organización política unificada o una dictadura militar. No ve que sea posible ninguna otra salida» (pág. 204). España era y fue el precedente de las llamadas «democracias populares».
Respecto a los muertos de Paracuellos, «Siguiendo los estudios recientes –y verdaderamente escrupulosos de J. A. Ezpeleta– la cifra de fusilados en Paracuellos y Torrejón debe cifrarse en 4.200 personas que han sido totalmente identificadas. A ese número, ciertamente escalofriante, habría que añadir otros setecientos inhumados y traídos después de la guerra a la fosa número 7, entre los que se encuentran los 146 fusilados de Boadilla del Monte, los 414 fusilados en Soto de Aldovea en Torrejón de Ardoz el 8 de noviembre de 1936 –de los que sólo fueron identificados 96 por los familiares– y algunos más procedentes de Barajas y otros enclaves de Madrid» (págs. 214-215). Entonces, la cifra de fusilados en Paracuellos rondó las cinco mil personas.
Katyn fue otra muestra de la técnica terrorista comunista de poder. En 1940 los soviéticos fusilaron a unos 21 857 presos polacos y los enterraron en Katyn. El desglose es el siguiente: 4421 en el bosque de Katyn, en la región de Smolensk, 3820 en el campo de Starobielsk, cerca de Járkov; 6311 en el campo de Ostashkov, en la región de Kalinin; 7305 en otros campos de concentración y prisiones situados en Ucrania occidental y Bielorrusia occidental.
El siglo XX cuenta con dos grandes aberraciones políticas: El nacional-socialismo y el internacional-socialismo. Ambas utilizaron los mismos métodos, pero los comunistas siempre gozaron del prestigio del racionalismo y de la Ilustración. El progresismo les protegía de la crítica. Los nazis tuvieron peor suerte. Los nazis después de 1945 no tuvieron la admiración y el apoyo de nadie. Los comunistas tuvieron el apoyo de la URSS, de los progresistas de todo el mundo y la inhibición de los conservadores y liberales por motivos de prudencia y por la existencia de la Guerra Fría entre 1945 y 1991.
El comunismo, consciente de su misión histórica, de su superioridad moral, suspendió teleológicamente la moral y la ética en aras de las inevitables leyes del destino histórico y de la construcción del hombre nuevo, y, situado más allá del bien y del mal, cometió atrocidades sin cuento. Paracuellos y Katyn son el paradigma del terror comunista. El comunismo desembocó en un amoralismo trascendental, en un inmoralismo, en un nihilismo.
Felipe Giménez Pérez
Sobre el libro del historiador César Vidal,Paracuellos-Katyn
http://www.nodulo.org/ec/2005/n041.htm
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