sábado, 8 de novembro de 2008

La victoria de McCain


Cuando el señor McCain definió como «histórica» la rotunda victoria de Barack Obama, no sólo estaba asumiendo su derrota con la ejemplar grandeza de los viejos soldados. Hablaba, también, en nombre de un partido del que puede decirse -aunque no lo diga nadie- que ha ganado una guerra interminable a la vez que ha perdido una batalla. ¿En cuántas ocasiones se ha invocado a Lincoln durante el desquiciante frenesí de la campaña? La última fue el martes, en Chicago, salpimentando el célebre sermón con el que proclamó su advenimiento el Mesías mediático. Nada hay de raro en ello, por supuesto. Lo inusual sería lo contrario. Al fin y al cabo, Lincoln dio rienda suelta a un sueño contra el que se han alzado tempestades de sangre, galernas de rencor, muros de intolerancia. Un sueño que, ahora, después de siglo y medio, ha salvado el abismo que se extiende desde los campos de algodón a los parterres de la Casa Blanca. América, de nuevo, ha saldado sus deudas y ha estado a la altura de las circunstancias. Otra cosa, distinta y aún distante, es discutir si ha dado en el clavo o se ha hecho puré los dedos al asestar el martillazo.

Dicho lo cual, volvamos a McCain y a su triunfo simbólico en la noche de autos. La imparable epidemia de obamitis -que afecta por igual a tirios y a troyanos- es tan trivial y tan de andar por casa que basta con un test de «Trivial Pursuit» para que a muchos se les caigan los palos del sombrajo. Pregunten, por ejemplo, si «mister» Abraham Lincoln representaba a los demócratas o a los republicanos. Y, mientras la concurrencia titubea, lúzcanse sin recato: Lincoln era abolicionista precisamente por ser republicano. Pero la hipocresía y sus pupilas -la desmemoria y la ignorancia- prefieren pasar de largo si alguien les recuerda que la genealogía política de Barack Obama entronca con la casta que el viento se llevó al purgatorio del pasado. Al lagrimoso limbo de una supuesta Arcadia en la que el Tío Tom bendice todavía las bondades del amo y la doncella fidelísima, oronda y entrañable, enjuga los suspiros de la amita Escarlata. Aquel mundo de ayer, tan cinematográfico, se convirtió en el fortín de los demócratas y hubo que echarlo abajo a cañonazos.

Lo sustancial, empero, no es que la esclavitud fuese abolida por un republicano, sino que la bandera contra la discriminación racial ha sido enarbolada y defendida por los antecesores de McCain sin el menor desmayo. No así por los de Obama. Son tantos los ejemplos con que ilustrar la prédica que lo dificultoso es encontrar los más locuaces. Burla burlando, ahí van unos cuantos.
¿Sabían, «verbi gratia», que la primera mujer que franqueó las puertas del Congreso iba en las listas de los republicanos? ¿O que, en 1875, don Romualdo Pacheco se convirtió en el primer no-anglosajón que gobernó un estado? ¡Pachasco que Pacheco se las diera de «wasp» llamándose Romualdo! Debía ser, el hombre, más moreno que claro, anglosajón ni por el forro, y, en cuanto a lo de protestante, Dios nos salve. Era, eso sí, republicano. También, mira por dónde, todos los congresistas negros, hasta 1935, eran republicanos. Y la primera ley de Derechos Civiles fue promulgada, en el 57, bajo la presidencia de Eisenhower -«call me Ike»-, un paradigma de lo republicano. Y para concluir -«last but not least»: el último episodio, pero no el menos importante- ¿habrá que recordar que, siete años más tarde, Johnson sacó adelante el Acta que liquidaba las barreras físicas entre negros y blancos con el apoyo prácticamente unánime de los republicanos? Alguno votó en contra y se cubrió de infamia. «Pecata minuta», en cualquier caso, comparado con la reala de demócratas que dejaron a su Administración -y a su conciencia- con el trasero al aire.

Es indudable que el senador McCain tenía muy presente la trascendencia histórica que envolvía el momento en que rindió la espada. Al fin, un ciudadano de color regirá los destinos de un imperio planetario que no cesa de darnos lecciones magistrales en el terreno de las libertades. Si Lincoln ha ganado la partida, McCain no ha sido derrotado.

Tomás Cuesta
www.abc.es

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