El instinto pirómano que Cristina Almeida ha descubierto en ella habrá sorprendido a más de uno. Es natural que cualquier animal de bellota, de derechas de toda la vida, experimente el irrefrenable deseo de quemar libros. Pero, que una intelectual de izquierdas quiera hacerlo es algo muy raro.
Hoy, la derecha vive en el convencimiento de que España es de izquierdas y de que por eso no hay forma de ganar unas elecciones al PSOE a no ser que antes sus dirigentes hayan robado a manos llenas y secuestrado, torturado y hasta matado a algún ciudadano más o menos sospechoso de ser un terrorista. Esto significa que, en circunstancias normales, el PSOE siempre ganará si lo que hay enfrente es un partido inequívocamente de derechas. Cuando Rajoy prefiere ser catalogado de "independiente" está tratando precisamente de evitar este efecto.A lo mejor tienen razón y España es muy de izquierdas. Pero Felipe González no lo creía así.
Cuando su partido preconizó la abstención en el referéndum de la reforma política, allá en el pleistoceno, el fracaso que experimentó le alertó de que nadie le seguiría si se empeñaba en continuar preconizando la "ruptura" frente a la "reforma" de Suárez. Cambió radicalmente de táctica, renegó del marxismo, dijo aquella tontería de que prefería ser apuñalado en el metro de Nueva York antes que viajar sin riesgos en el de Moscú, hizo una finta de dimisión y disfrazó a su partido de moderna socialdemocracia europea con la bendición de Willy Brandt y Bettino Craxi. Y, cuando renegó de la hoz y del martillo, no antes, venció.
Cuando al fin los socialistas creyeron haber convertido a España en un país de izquierdas, un cúmulo de "errores" en forma de latrocinios y otras violaciones del Código Penal les echaron del poder. Eso lo entendieron. Lo que no entendieron es que un tipo como Aznar, con ese bigote, ese apellido y esos modos, pudiera hacerse con una mayoría absoluta en éste, su país. Eso les desconcertó y aun hoy les desconcierta. Por eso, cuando volvieron al poder gracias al 11-M, no supieron muy bien qué país se les entregaba, si uno inevitablemente conservador que, aterrado ante las consecuencias que podía acarrear ser uno de los países importantes de Occidente, pedía a gritos volver a la última fila, u otro que, siendo indudablemente de izquierdas, votaba finalmente lo que su inclinación natural le pedía.
No lo tienen claro. Si el país fuera, como la derecha cree, de izquierdas, no se venderían tantos libros de César Vidal y de Pío Moa, no habría tanto periódico de derechas ni tanta movilización contra un Gobierno tan bien intencionado como el de Zapatero. Intuyen que algo extraño, muy sumergido bajo la superficie, hay en este país cuando, aparentando ser tan progresista, no termina de entregarles el corazón. ¿Y si España no fuera de izquierdas y ocurriera que, sin ser liberal, simplemente es conservadora?
Cristina Almeida y sus correligionarios, aunque no lo reconozcan, intuyen que España quizá no sea de izquierdas. Un escalofrío les recorre el espinazo sólo de pensarlo. Como Rajoy, Gallardón y compañía sí lo creen, los consideran inofensivos. Con quiénes hay que acabar pues es con aquéllos que, como César Vidal, pueden abrirnos los ojos. De ahí el deseo de quemar sus libros y de ahí la esporádica necesidad de expresarlo en voz alta. Como ven, cabalgamos.
Emilio Campmany
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