No quiero nada con fanatismo alguno, venga de dentro de la propia Iglesia, o del laicismo militante. Tiene que haber una solución. No podemos seguir así. Necesitamos una reflexión seria, serena. Una cosa es el laicismo y otra el ateísmo. Una el nacionalcatolicismo y otra la riqueza espiritual de un pueblo. Lo peor de esta guerra de los crucifijos, es que divide a las familias y atiza la confrontación, además de herir a miles de españoles.
La sentencia de Valladolid, por más que se acate, es injusta. Así me lo parece a mí. Un Cristo en la pared, no conculca ninguna libertad ideológica o de culto. Al contrario: da sentido a una transmisión cultural de siglos. Pocas cosas han contribuido tanto al respeto, la tolerancia y la dignidad de la persona, en el mundo, como el Humanismo cristiano.
Esta batalla campal contra la religiosidad en general, y el catolicismo y cristianismo en particular, lo único que evidencia - además de un odio ciertamente inquietante- es que España sigue siendo un país diferente.
El único de la Europa de la Unión en el que existen estos conflictos decimonónicos entre Estado y Religión. En los Estados modernos, cada cual ocupa su sitio, simplemente. Como debe ser: «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».
Algo difícil, en España, mientras cierta jerarquía católica no asuma con total naturalidad la separación entre Iglesia y Estado y, cierta izquierda, no sea capaz de convivir con quienes no piensan como ella, desde el respeto -lo repito- a unos valores culturales y sociales de siglos.
Intentar liquidar así, tan a la española, siglos de civilización cristiana, es un disparate. ¡Ójalá no tengamos que arrepentirnos de volver a las andadas!
La sentencia de Valladolid, por más que se acate, es injusta. Así me lo parece a mí. Un Cristo en la pared, no conculca ninguna libertad ideológica o de culto. Al contrario: da sentido a una transmisión cultural de siglos. Pocas cosas han contribuido tanto al respeto, la tolerancia y la dignidad de la persona, en el mundo, como el Humanismo cristiano.
Esta batalla campal contra la religiosidad en general, y el catolicismo y cristianismo en particular, lo único que evidencia - además de un odio ciertamente inquietante- es que España sigue siendo un país diferente.
El único de la Europa de la Unión en el que existen estos conflictos decimonónicos entre Estado y Religión. En los Estados modernos, cada cual ocupa su sitio, simplemente. Como debe ser: «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César».
Algo difícil, en España, mientras cierta jerarquía católica no asuma con total naturalidad la separación entre Iglesia y Estado y, cierta izquierda, no sea capaz de convivir con quienes no piensan como ella, desde el respeto -lo repito- a unos valores culturales y sociales de siglos.
Intentar liquidar así, tan a la española, siglos de civilización cristiana, es un disparate. ¡Ójalá no tengamos que arrepentirnos de volver a las andadas!
Jesús Fonseca
www.larazon.es
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