Fealdad exterior e interior. Hay que buscar la estética para presentar lo que sea. La fotografía de los presumibles «intelectuales» que presentaron el manifiesto a favor del juez Garzón en el Círculo de Bellas Artes resulta terrorífica. Dicen que los promotores del textito son Pilar Bardem, Moncho Alpuente y Leo Bassi. Pues que bien. En la presentación había gente muy mayor y muy despeinada, recién levantada de la cama. Gibson, Jordi Dauder, Fanny Rubio, Francisco Ibáñez.
Lo que se dice la «Cultura», con mayúscula. Piden aperturas de fosas. Sólo de víctimas de una parte. Escribe Santiago González en «El Mundo» que seleccionar sólo un bando de las víctimas equivale a elegir también un solo bando de verdugos. La abogada Cristina Almeida se atrevió a más. Desea que sean quemados en pira pública los libros de César Vidal. En 1935, en el bulevar de la calle de Velázquez, frente al número 57, los inspiradores de Cristina Almeida quemaron íntegra la biblioteca de mi abuelo materno. No era una gran biblioteca por entonces, pero hoy sería un tesoro, con primeras ediciones de Valle Inclán, Alberti, García Lorca, Ramiro de Maeztu, Arniches y otros autores de la época. Después, como acusa César Vidal a los que gustan de quemar libros, también lo quemaron a él, pero a tiros. En mi casa, una buena parte de los libros de César Vidal lucen encuadernados, para compensar la incultura de Cristina Almeida. Ian Gibson, o está gagá o no se hallaba en condiciones de comparecer en público. Decir que el auto de Garzón debería ser un anexo de la Constitución Española, es decir una gansada. Y Paco Ibáñez, cuyas canciones de su concierto en el Olympia de París domino a la perfección, no está para grandes esfuerzos. Podría haber firmado, como Pilar Bardem, y no asistir a la presentación, como Pilar Bardem también. En fin, que lo han engañado una vez más.
El acto tuvo lugar en el mismo edificio que fue «cheka». Allí se torturaba y juzgaba a los prisioneros, y de ahí partían para ser fusilados. Me refiero a los prisioneros acusados de ser de derechas, de leer el ABC, de no tener callos en las manos o de creer en Dios. Por ese lado, la elección del lugar fue oportuna y encerraba mensaje. Pero esos muertos no les interesan, y si aparecen sus restos o no, les trae al pairo. La pretendida «Cultura» es así de ecuánime y equilibrada. Pero vuelvo al principio. Los tiempos en los que ser o querer aparentar ser de izquierdas imponía la obligación de ir vestido como mendigos ya se han superado. Ahí tienen a Pilar Bardem, su jefa, que acude a todas partes limpia y coqueta. Este grupo, más que el auto de Garzón, lo que necesita con urgencia es un asesor de imagen, un peluquero, un diplomado en estética y un abono gratuito para un tratamiento de rejuvenecimiento. Ignoro en qué estado se halla el cadáver de Franco, pero mejor aspecto que alguno de los firmantes del manifiesto, seguro estoy que lo tiene. No hay que concederle importancia a lo que piden, excepto al deseo de Cristina Almeida, que habrá alertado a los servicios de seguridad de «El Corte Inglés» de la sección de libros. Aquí, dada la sandez del contenido, lo que urge es la limpieza del continente. Más aseo.
Lo que se dice la «Cultura», con mayúscula. Piden aperturas de fosas. Sólo de víctimas de una parte. Escribe Santiago González en «El Mundo» que seleccionar sólo un bando de las víctimas equivale a elegir también un solo bando de verdugos. La abogada Cristina Almeida se atrevió a más. Desea que sean quemados en pira pública los libros de César Vidal. En 1935, en el bulevar de la calle de Velázquez, frente al número 57, los inspiradores de Cristina Almeida quemaron íntegra la biblioteca de mi abuelo materno. No era una gran biblioteca por entonces, pero hoy sería un tesoro, con primeras ediciones de Valle Inclán, Alberti, García Lorca, Ramiro de Maeztu, Arniches y otros autores de la época. Después, como acusa César Vidal a los que gustan de quemar libros, también lo quemaron a él, pero a tiros. En mi casa, una buena parte de los libros de César Vidal lucen encuadernados, para compensar la incultura de Cristina Almeida. Ian Gibson, o está gagá o no se hallaba en condiciones de comparecer en público. Decir que el auto de Garzón debería ser un anexo de la Constitución Española, es decir una gansada. Y Paco Ibáñez, cuyas canciones de su concierto en el Olympia de París domino a la perfección, no está para grandes esfuerzos. Podría haber firmado, como Pilar Bardem, y no asistir a la presentación, como Pilar Bardem también. En fin, que lo han engañado una vez más.
El acto tuvo lugar en el mismo edificio que fue «cheka». Allí se torturaba y juzgaba a los prisioneros, y de ahí partían para ser fusilados. Me refiero a los prisioneros acusados de ser de derechas, de leer el ABC, de no tener callos en las manos o de creer en Dios. Por ese lado, la elección del lugar fue oportuna y encerraba mensaje. Pero esos muertos no les interesan, y si aparecen sus restos o no, les trae al pairo. La pretendida «Cultura» es así de ecuánime y equilibrada. Pero vuelvo al principio. Los tiempos en los que ser o querer aparentar ser de izquierdas imponía la obligación de ir vestido como mendigos ya se han superado. Ahí tienen a Pilar Bardem, su jefa, que acude a todas partes limpia y coqueta. Este grupo, más que el auto de Garzón, lo que necesita con urgencia es un asesor de imagen, un peluquero, un diplomado en estética y un abono gratuito para un tratamiento de rejuvenecimiento. Ignoro en qué estado se halla el cadáver de Franco, pero mejor aspecto que alguno de los firmantes del manifiesto, seguro estoy que lo tiene. No hay que concederle importancia a lo que piden, excepto al deseo de Cristina Almeida, que habrá alertado a los servicios de seguridad de «El Corte Inglés» de la sección de libros. Aquí, dada la sandez del contenido, lo que urge es la limpieza del continente. Más aseo.
Alfonso Ussía
www.larazon.es
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