domingo, 9 de novembro de 2008

El día en que ganó Obama


Imagina un país cuyo presidente recién elegido dedicase sus primeras palabras a elogiar el patriotismo del rival derrotado. Imagina un país en el que el candidato vencido animase a sus seguidores a colaborar con el vencedor y calificase de «histórico» el triunfo de su contendiente. Imagina un país en el que, tras unas elecciones reñidas a cara de perro, los dos adversarios exhortasen a su pueblo a unirse en el esfuerzo común de sacar adelante el compromiso del futuro.

Imagina un país del que sus ciudadanos y sus dirigentes políticos se enorgullecieran por ser una sola nación unida. Imagina un país en el que el nuevo presidente diese a su equipo la orden de incorporar a su gobierno a miembros relevantes del partido contrario. Imagina un país en el que congresistas y senadores votasen las leyes de acuerdo con su conciencia y los intereses de sus electores y no según las consignas de su grupo parlamentario. Imagina un país en el que más de un tercio de los votantes decidiera su elección a tenor de los programas de los candidatos en vez de por su anclaje apriorístico a una opción ideológica.

Imagina un país satisfecho de su democracia y de su historia, razonablemente ufano de su papel en el mundo, capaz de presumir de sus valores morales y de asumir sin traumas la herencia de su pasado. Imagina un país en el que la clase política trabajase con el objetivo de reunir el mayor consenso posible. Imagina un país en el que los simpatizantes de cada partido tuvieran el derecho de elegir directamente a su candidato. Imagina un sistema en el que las campañas funcionasen gracias a miles de voluntarios y se financiasen sólo con donaciones privadas, inscritas en un registro transparente.

Ahora imagina un líder capaz de levantar un discurso generoso de reconstrucción nacional. Un dirigente que apelase al valor del esfuerzo de todos, que destacase el valor primordial del trabajo duro y arengase a su pueblo a involucrarse en su responsabilidad civil. Un seductor carismático que jamás insultase al adversario ni excitase el instinto de revancha de los votantes. Un orador elegante que no considerase un desdoro discutir cara a cara con los ciudadanos sobre sus problemas concretos y construyese sobre ellos el eje de su proyecto de gobierno. Un tipo lo bastante convincente para despertar la ilusión de una política diferente y generar en torno a sí el sentimiento colectivo de una esperanza.

Imagina, por último, que ese demiurgo lograse cuajar el intangible de un liderazgo espontáneo y reflejarlo en una contundente victoria. Imagina que celebrase ese triunfo con una proclama de unidad y respeto en la que no se atisbase una sola palabra de sectarismo, y que terminase pidiendo a Dios que bendiga a su pueblo y a su patria. Imagina todo eso, pásalo por el tamiz de tus dudas y de tu escepticismo y compáralo con tu propio país y con tu propia política. Si crees que sales perdiendo quizá entiendas por qué tanta gente habla tanto del día en que ganó Obama.

Ignacio Camacho
www.abc.es

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