Andaba yo moderando la tertulia de análisis político de «La linterna» cuando me pasaron una nota referida al último libro de Pilar Urbano en el que, presuntamente, se recogen las opiniones de la Reina sobre los temas más diversos. Entre las supuestas afirmaciones de la Reina se encontraba su oposición a la eutanasia, al aborto o a que se denomine matrimonio a las uniones entre homosexuales, subrayando además que la ley civil no pueda ir en contra de las leyes naturales. Comentar estas cuestiones nos llevó apenas unos minutos, pero, personalmente, yo quedé convencido de que en el lobby gay -que no representa a los homosexuales sino a los que viven de su condición de tales- se iban a poner como locas y la reacción no se iba a hacer esperar.
No me equivoqué. Las afirmaciones reales o supuestas que la Reina había realizado habían sido de todo tipo. Lo mismo veían con agrado que Obama llegara a la Casa Blanca que criticaban las guerras de Afganistán e Irak, lo mismo se referían elogiosamente a Felipe González que alababan al matrimonio ZP. Pues bien ni los partidarios de McCain, ni los que apoyaban la intervención en Irak, ni los que acabaron hartos de Felipe González ni siquiera los que consideran que la señora de ZP es una hortera que se gasta sin tino el dinero de todos climatizándose una piscina o teniendo a la Guardia Civil escoltándola mientras bucea dijeron una palabra en contra de la Reina. Todos y cada uno de ellos consideraron (consideramos) que la Reina podía estar o no equivocada, pero, a la vez, no dudaron que tenía absoluto derecho a pensar como quisiera y, por añadidura, a contárselo a una periodista.
Ha tenido que ser precisamente el lobby gay el que, como tantas veces, ha tenido que dar la nota inquisitorial, intolerante y liberticida. La libertad de expresión y de pensamiento constituye uno de los pilares esenciales de la democracia. Desgraciadamente, la dictadura de lo políticamente correcto prosigue una labor consciente y sistemática de recorte e incluso supresión de esas libertades. Al cabo de unas horas, acostumbrados a danzar a la música que toca el lobby gay, los políticos salían multiplicando declaraciones no pocas veces contradictorias e incluso la Casa Real emitía un comunicado ambiguo.
Personalmente, estoy convencido de que la Reina -caso de haber afirmado lo que le atribuye Pilar Urbano- sólo ha dicho lo que piensan decenas de millones de españoles: que al aborto y la eutanasia constituyen comportamientos deplorables; que se puede respetar a los homosexuales, pero que eso no convertirá jamás su unión en un matrimonio porque no lo es; y que si los heterosexuales saliéramos a las calles presumiendo de nuestro orgullo sexual, el día del orgullo gay parecería en comparación un pic-nic al que han ido tres y el de la falda rosa.
Ésa es la realidad y debemos recordarla porque si permitimos que cualquier colectivo coloque un cordón sanitario cercando a los medios que no le gustan o que pretenda imponer sus prejuicios incluso sobre la Casa Real la libertad de pensamiento y de expresión quedarán heridas y, al darse ese terrible paso, nuestra democracia se colocará en el camino de la extinción. Por eso, humildemente, yo sólo puedo darle un consejo a la Reina: «Señora, decid lo que queráis».
No me equivoqué. Las afirmaciones reales o supuestas que la Reina había realizado habían sido de todo tipo. Lo mismo veían con agrado que Obama llegara a la Casa Blanca que criticaban las guerras de Afganistán e Irak, lo mismo se referían elogiosamente a Felipe González que alababan al matrimonio ZP. Pues bien ni los partidarios de McCain, ni los que apoyaban la intervención en Irak, ni los que acabaron hartos de Felipe González ni siquiera los que consideran que la señora de ZP es una hortera que se gasta sin tino el dinero de todos climatizándose una piscina o teniendo a la Guardia Civil escoltándola mientras bucea dijeron una palabra en contra de la Reina. Todos y cada uno de ellos consideraron (consideramos) que la Reina podía estar o no equivocada, pero, a la vez, no dudaron que tenía absoluto derecho a pensar como quisiera y, por añadidura, a contárselo a una periodista.
Ha tenido que ser precisamente el lobby gay el que, como tantas veces, ha tenido que dar la nota inquisitorial, intolerante y liberticida. La libertad de expresión y de pensamiento constituye uno de los pilares esenciales de la democracia. Desgraciadamente, la dictadura de lo políticamente correcto prosigue una labor consciente y sistemática de recorte e incluso supresión de esas libertades. Al cabo de unas horas, acostumbrados a danzar a la música que toca el lobby gay, los políticos salían multiplicando declaraciones no pocas veces contradictorias e incluso la Casa Real emitía un comunicado ambiguo.
Personalmente, estoy convencido de que la Reina -caso de haber afirmado lo que le atribuye Pilar Urbano- sólo ha dicho lo que piensan decenas de millones de españoles: que al aborto y la eutanasia constituyen comportamientos deplorables; que se puede respetar a los homosexuales, pero que eso no convertirá jamás su unión en un matrimonio porque no lo es; y que si los heterosexuales saliéramos a las calles presumiendo de nuestro orgullo sexual, el día del orgullo gay parecería en comparación un pic-nic al que han ido tres y el de la falda rosa.
Ésa es la realidad y debemos recordarla porque si permitimos que cualquier colectivo coloque un cordón sanitario cercando a los medios que no le gustan o que pretenda imponer sus prejuicios incluso sobre la Casa Real la libertad de pensamiento y de expresión quedarán heridas y, al darse ese terrible paso, nuestra democracia se colocará en el camino de la extinción. Por eso, humildemente, yo sólo puedo darle un consejo a la Reina: «Señora, decid lo que queráis».
César Vidal
www.larazon.es
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