Nos recordaba ayer Edurne Uriarte que los mismos parlamentarios de izquierda y nacionalistas que ayer escenificaban en el Congreso su condena al atentado de Capbreton se habían negado, tan sólo unos días antes, a retirar su respaldo a la moción por la que se autorizaba al Gobierno a negociar con ETA. Aquella moción especificaba que tales negociaciones tendrían lugar «si se producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la violencia», frase calculadamente ambigua que, como luego se demostraría, significaba «si a ETA le da la gana», pues las condiciones en las que el Gobierno de Zapatero entabló negociaciones con ETA fueron las que la banda terrorista especificó en el comunicado por el que declaraba un «alto el fuego permanente»: reconocimiento del derecho de autodeterminación para Euskal Herria, «superando el actual marco de negación, partición e imposición». Estas fueron las «condiciones adecuadas» en las que el Gobierno, con la autorización de todos los grupos parlamentarios salvo el PP, entabló diálogo con ETA. Conviene no olvidarlo ahora.
Tampoco conviene olvidar algunos de los momentos estelares de aquella vergüenza. No conviene olvidar que los etarras siguieron extorsionando a empresarios y aprovisionándose de armas mientras se negociaba. No conviene olvidar que el fiscal general del Estado exhortó a los jueces a que, en la aplicación de la ley, se adaptasen a las nuevas circunstancias. No conviene olvidar las duchitas relajantes de Juana Chaos con su novia, seguidas de la concesión de libertad atenuada. No conviene olvidar el discursito de Zapatero en los pasillos del Congreso (luego supimos que su texto había sido pactado con los etarras), en el que anunciaba el inicio del diálogo con apelaciones constantes al «respeto a las decisiones de los ciudadanos vascos», como si los propósitos de la banda etarra fuesen políticos, y no estrictamente criminales. No conviene olvidar que nuestro presidente piropeó a algún reconocido apologista del terrorismo. No conviene olvidar que los batasunos pudieron volver a concurrir en unas elecciones. No conviene olvidar que las víctimas del terrorismo fueron expulsadas a las tinieblas exteriores y señaladas con el dedo (todavía escuchábamos, hace apenas una semana, a Pepiño Blanco decir que la última manifestación de la AVT estaba convocada con «propósitos oscuros»). Tampoco conviene olvidar los lapsos y dubitaciones de Zapatero tras el atentado en el aparcamiento de la T-4, ni su propósito manifestado en varias ocasiones de reanudar el procesito de paz tan pronto como las condiciones lo permitiesen. Recuerde el alma dormida.
El ruido mediático al que de continuo estamos sometidos favorece la amnesia, también la pérdida de perspectiva. Escuchando la declaración que Zapatero leía pocas horas después del atentado de Capbreton -una pieza retórica muy bien aliñada, por cierto-, en la que se combinaban la determinación ante los etarras con la calidez hacia las víctimas («Dos jóvenes, muy jóvenes, se han entregado por todos nosotros y en nuestra memoria permanecerán para siempre el reconocimiento y el honor»), se corre el riesgo de olvidar los antecedentes y también la circunstancia en que tal atentado se ha perpetrado. Los antecedentes nos enseñan que la negociación con ETA ha sido el argumento electoral que ha vertebrado la legislatura que ahora agoniza: cegado por su megalomanía, Zapatero pensó que podría perpetuarse en el poder como un príncipe de la paz, y en su afán por sacar adelante la negociación con ETA no vaciló en quebrantar el Pacto Antiterrorista y en comprometer a las más altas instituciones del Estado. La circunstancia presente nos enseña que estamos en vísperas de elecciones, y que al Gobierno le conviene borrar de la memoria de los ciudadanos los momentos más bochornosos de aquella negociación, mostrando una firmeza que hasta hace poco no era su señal distintiva. Una tarea que ETA no le facilitará, pues también sabe que estamos en vísperas electorales; y sabe, sobre todo, que a los pueblos esclavizados sólo los mueve el miedo, como quedó demostrado en las últimas elecciones generales. «Empieza una campaña nueva», rotulaba ayer este periódico: ojalá no sea la campaña del miedo, sino la de la memoria. Porque hay cosas que no conviene olvidar.
Juan Manuel de Prada
www.juanmanueldeprada.com
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