sábado, 2 de agosto de 2008

Democracia a la española


Aparte de robarnos, secuestrarnos, extorsionarnos, chantajearnos, insultarnos, asesinarnos, están secuestrando la justicia, aprovechando la ingenuidad de unos, la complicidad de otros y la ignorancia de la inmensa mayoría. Me refiero a la gentuza de ETA, que, encima de todo ello, nos está tomando el pelo.

Si los sueños de la razón producen monstruos, los sueños de la ignorancia producen esperpentos. Como con los que nos dimos de bruces ayer al abrir el periódico: un condenado por 25 asesinatos, que tras ver reducida su pena al mínimo, podrá pasearse tranquila y diría olímpicamente entre los familiares de sus víctimas; una terrorista en la calle porque quiere ser inseminada artificialmente; una alcaldesa que se negó a condenar los atentados de ETA puesta en libertad «porque no hay riesgo de fuga». ¿Cómo va a haberla si su pueblo la ha recibido a bombo y platillo? En ningún sitio estará mejor y más segura que allí. Pero díganme ustedes si esto es justicia, decencia, democracia.

Nuestra asignatura pendiente más importante es creer que la democracia es débil, asustadiza, laxa. Cuando es el sistema político más robusto, firme y severo que existe, al estar legitimada por el Derecho y la voluntad popular. A diferencia de la dictadura, que carece de esa legitimación, la democracia no tiene complejos a la hora de hacer cumplir la ley. Puede ser generosa, y de hecho lo es con aquellos que muestran arrepentimiento y propósito de enmienda de sus delitos. Pero con quienes no lo hacen, no vacila en hacerles pagar la deuda que han contraído con la sociedad en general y con sus víctimas en particular. Pues la cárcel no es un reformatorio de menores. Es un lugar donde se paga el daño infligido a la sociedad.

Es lo que ha fallado desde el principio en nuestra democracia. Una mala conciencia por parte de quienes habían colaborado con el régimen anterior, una falsa progresía por parte del resto de las fuerzas políticas y un desconocimiento generalizado de lo que es la democracia nos hizo diseñar una justicia que velaba más por los derechos de quienes habían transgredido la ley que por los de quienes habían sufrido las transgresiones. Y eso no es justicia. Es fraude de ley, el peor crimen contra la democracia, que busca, ante todo, la defensa de los débiles y el castigo de quienes abusan de la fuerza.

Esta deriva antijurídica y antidemocrática ha desembocado en el esperpento de hoy. De Juana ha podido reducir su condena a menos de un año por asesinato perpetrado fabricándose un expediente académico a base de «exámenes patrióticos» - ¡a ver quién era el guapo que se atrevía a suspender a un tipo así!-, que no le han hecho doctor en física cuántica porque no le dio la gana. Mientras Elena Beloki abandona la cárcel tras cumplir sólo un año de los 13 a que había sido condenada porque, a sus 47 años, quiere ser fecundada artificialmente. Imagino que sus compañeras de bomba y pistola encarceladas se apresurarán a querer ser madres cuando se corra la voz de que ese es el mejor atajo para abandonar la celda, y hasta puede que pidan que el tratamiento se lo pague la Seguridad Social, no estando descartado que se les conceda. Por cierto, ¿se les concederá el mismo privilegio a las presas comunes que muestren su deseo de ser inseminadas? Porque el colmo del esperpento sería que se le concediese sólo a las etarras.
Aunque tampoco debería extrañarnos a la luz de los desmanes legales y las ignominias políticas que hemos visto en el País Vasco, donde ETA ha gozado de trato de favor por parte de un nacionalismo que recogía las nueces del árbol que los terroristas sacudían y de un gobierno, como el actual, tan empeñado en negociar con ellos que no le importaba ceder al chantaje de un asesino convicto, mientras se duchaba con su novia. De aquellos polvos vienen estos lodos.

Los resultados de tal tergiversación están a la vista: los muertos al hoyo, los asesinos, al bollo y nosotros, presumiendo de democracia. Claro que también presumíamos de una de las economías más vigorosas del planeta.

José María Carrascal
www.abc.es

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