La salida de la cárcel del terrorista De Juana Chaos produce, como no podía ser de otro modo, una inmensa conmoción ciudadana. Si el abandono de la prisión ya era esperado como algo inevitable después de la lamentable evolución de su caso durante el «proceso» de diálogo con ETA, la desolación se ha subrayado ahora al saber que el asesino iba a terminar siendo vecino de víctimas de la banda. No es la primera vez que las víctimas del terrorismo se encuentran con un tormento similar, añadido al ya causado por los asesinos, pero las circunstancias de De Juana han convertido el drama en algo especialmente hiriente.
No debe olvidarse que precisamente en eso, en las circunstancias de este criminal, el Gobierno ha tenido un especial protagonismo. La legislación que finalmente se aplicó, y que le mantuvo en prisión hasta ayer, fue suspendida por una desgraciada operación política con la que se le quiso dar un trato privilegiado, defraudando la ley, porque se pensaba, en definitiva, que su imperio, el de la ley, era un inconveniente para el buen término de aquel lamentable y fracasado «proceso». Se pretendió, además, disimular lo que en realidad se estaba haciendo con la más vergonzosa de las retóricas sobre la paz y el comportamiento hipotéticamente humanitario del Estado. Si la fatalidad de la salida de la cárcel del asesino conlleva enseñanzas, no deberá ser la menor, desde luego, la de que la tolerancia con el terrorismo debe ser cero.
Cualquier cesión, como la que ridículamente se pretendió poner en marcha, es aire para que el terrorismo respire, nunca para acabar con él. En definitiva, el caso De Juana, en el contexto del «proceso», demuestra que no hay en ETA, en contra de lo que algunos quieren pensar, resortes internos para acabar con la violencia. No hay dos caminos (la derrota con los mecanismos del Estado de Derecho o negociación para conseguir la paz) para acabar con ETA, que puedan ser utilizados en función de ideologías o de circunstancias temporales. O se derrota al terrorismo o se le dan opciones para sobrevivir, nada más. El escándalo de ahora y, junto al escándalo, el refuerzo del nacionalismo vasco violento vienen precedidos por el previo comportamiento gubernamental con De Juana. Conviene no olvidarlo.
Por otro lado, la indignidad de que el terrorista (este de ahora y otros) terminen viviendo junto a víctimas es una tragedia con dos caras. Una, la de la lentitud en las reformas legales para luchar eficazmente contra el terrorismo. Ahora, lo que es a todas luces tarde, se hacen votos para poner en marcha las modificaciones legales que lo impidan. En la lucha contra el terror, que implica tanto la persecución de los pistoleros como la de todos sus apoyos, se ha avanzado mucho en los últimos tiempos, tras decenios de pasmosa pusilanimidad. Pero es evidente que es una batalla que nunca se termina y ante la que hay que estar vigilantes y atentos. Ciertamente, no parece que sea compatible con el empeño dialogante que se despliega periódicamente entre nosotros como un tornado.
La otra cara de la moneda viene determinada por la reiterada constatación, también en el caso de De Juana, de que los terroristas excarcelados no cumplen habitualmente la parte de la pena que hace referencia a las indemnizaciones que corresponden a sus víctimas. Tienen que darse escándalos como los que han saltado a la luz estas últimas semanas para que el aparato burocrático de la Justicia se ponga en marcha para exigir su cumplimiento en la medida de lo posible. Algunos deudores meramente mercantiles, que han visto sus bienes embargados, deben estar haciéndose cruces ahora ante la facilidad con la que los terroristas escapan a obligaciones que tienen títulos aún más exigibles. El hecho de que los deudores mercantiles tengan activos acreedores tras sus pasos sólo demuestra la lamentable situación en la que las víctimas del terrorismo se encuentran, es decir, sin el apoyo de las instituciones para hacer valer sus derechos.
Son algunas, entre otras, enseñanzas de este lamentable caso. Está bien el desprecio al terrorista, pero es aún mejor su persecución eficiente. Incluso es necesaria para que la ley, aunque a veces no nos satisfaga, sea aceptada de buena gana como el mejor principio para luchar contra el crimen. Pero, aun de mala gana, la ley es nuestra fuerza moral y técnica. Reclamar que se vaya más allá no conduce a nada que no sea favorecer al terror.
Germán Yanke
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