Hoy sale el monstruo. Tranquilidad. Está muerto de miedo. Ha pedido una pareja permanente de escoltas. Y la tendrá. Resulta hiriente y paradójico, pero velarán por su vida los compañeros de aquellos que asesinó. Será objeto de algún homenaje de la manada, y recibirá más de una llamada de dirigentes del PNV dándole la bienvenida. «Ongui etorri, Iñaki». En otoño, todo habrá cambiado, y el asesino se topará con la realidad. Vivirá acorralado, estupefacto, inseguro. Lo más probable es que se marche de España y renuncie a pasar los años que le quedan en San Sebastián. Antes de ello, pedirá dos parejas permanentes de escoltas. Las tendrá. El menor ruido alterará su ánimo y romperá su descanso. -Son ellos, Irati, son ellos-. ¿Quiénes son ellos, asesino? Los fantasmas no pierden el tiempo visitando a sus criminales. Ellos se dedican a la Literatura, los cuentos, los espacios mágicos de la fantasía. Pero de noche las maderas crujen y los sonidos aumentan, y el depredador paseará aterrorizado por el salón de su piso buscando el abrazo del sueño. No lo tendrá jamás. Entonces pedirá tres parejas permanentes de escoltas. Y las tendrá.
No es descartable que se someta a una intervención para cambiar sus rasgos faciales. Se sabrá. Y tampoco que antes de marcharse intente calmar su síndrome de abstinencia de sangre y vuelva a matar. En ese segundo supuesto le pedirá a sus servicios de vigilancia y escolta pagados por todos los españoles que no le sigan. Pero la libertad que recupera no será la misma que la de otros delincuentes que salen de la cárcel. La recuperará, pero no la disfrutará. Pasarán, ya lo he escrito, los homenajes de los bestias y las bienvenidas por la puerta de atrás de los nacionalistas. Pero algún día se cansarán de él, y se quedará solo, con su Irati y sus escoltas, y no se atreverá a pasear por La Concha, porque siempre habrá un valiente que le diga a la cara que es un inmundo asesino, y esa posibilidad perturbará su falsa firmeza. -Es que me van a insultar, Irati, y no me compensa-.
Lo insultarán con los ojos y las miradas del desprecio. Los ojos no disparan balas ni explosionan de fuego y metralla. Por ese lado, puede estar tranquilo el canalla. Pero la resistencia anímica se quiebra cuando es falsa, y poco a poco, ese arrogante hijo de puta se irá convirtiendo en un pelele acomplejado y temeroso, y experimentará al frío espaldar del miedo, y querrá mirar hacia atrás para cerciorarse de que nadie, excepto sus escoltas, siguen sus pasos. No podrá sentarse en la terraza de un bar o de una cafetería, porque cualquiera de los que se sienten en una mesa próxima le recordará que es un asqueroso y sangriento depredador de inocentes. Y todo eso, sumado al miedo del que teme la venganza, acaba por desquiciar el dominio de sí mismo. Será en libertad, a partir de hoy, un prófugo de su pasado, un maricón de playa que no baja a la playa, un aterrorizado oteador de comandos vengadores, una piltrafa.
Así que tranquilidad. El asesino que hoy sale de la cárcel después de cumplir una pena ridícula por haber matado a veinticinco inocentes, no va a poder con la libertad. O se va, o se dispara un tiro en la boca, o se cuelga de una viga para no soportarse más. Él sabe lo que es, aunque intente disfrazarlo con ideas políticas y revoluciones de almanaque. De Juana desaparecerá muy pronto, abatido por las miradas de los justos y los pacíficos. Muérete cuanto antes.
No es descartable que se someta a una intervención para cambiar sus rasgos faciales. Se sabrá. Y tampoco que antes de marcharse intente calmar su síndrome de abstinencia de sangre y vuelva a matar. En ese segundo supuesto le pedirá a sus servicios de vigilancia y escolta pagados por todos los españoles que no le sigan. Pero la libertad que recupera no será la misma que la de otros delincuentes que salen de la cárcel. La recuperará, pero no la disfrutará. Pasarán, ya lo he escrito, los homenajes de los bestias y las bienvenidas por la puerta de atrás de los nacionalistas. Pero algún día se cansarán de él, y se quedará solo, con su Irati y sus escoltas, y no se atreverá a pasear por La Concha, porque siempre habrá un valiente que le diga a la cara que es un inmundo asesino, y esa posibilidad perturbará su falsa firmeza. -Es que me van a insultar, Irati, y no me compensa-.
Lo insultarán con los ojos y las miradas del desprecio. Los ojos no disparan balas ni explosionan de fuego y metralla. Por ese lado, puede estar tranquilo el canalla. Pero la resistencia anímica se quiebra cuando es falsa, y poco a poco, ese arrogante hijo de puta se irá convirtiendo en un pelele acomplejado y temeroso, y experimentará al frío espaldar del miedo, y querrá mirar hacia atrás para cerciorarse de que nadie, excepto sus escoltas, siguen sus pasos. No podrá sentarse en la terraza de un bar o de una cafetería, porque cualquiera de los que se sienten en una mesa próxima le recordará que es un asqueroso y sangriento depredador de inocentes. Y todo eso, sumado al miedo del que teme la venganza, acaba por desquiciar el dominio de sí mismo. Será en libertad, a partir de hoy, un prófugo de su pasado, un maricón de playa que no baja a la playa, un aterrorizado oteador de comandos vengadores, una piltrafa.
Así que tranquilidad. El asesino que hoy sale de la cárcel después de cumplir una pena ridícula por haber matado a veinticinco inocentes, no va a poder con la libertad. O se va, o se dispara un tiro en la boca, o se cuelga de una viga para no soportarse más. Él sabe lo que es, aunque intente disfrazarlo con ideas políticas y revoluciones de almanaque. De Juana desaparecerá muy pronto, abatido por las miradas de los justos y los pacíficos. Muérete cuanto antes.
Alfonso Ussía
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