terça-feira, 5 de agosto de 2008

John Adams

Sin duda, una de las señales de cómo piensa y siente un pueblo se encuentra en los programas de televisión que consume. No pretendo que siempre sean fiel reflejo de nuestra sociedad porque entonces tendría que llegar a la conclusión de que entre periodistas indocumentados y gays rabiosos se reparten los despojos de una España enloquecida. Sin embargo, algo dice que se conviertan en entretenimiento de millones la demagogia y la zafiedad.

Comento todo esto porque uno de los últimos éxitos de la TV en Estados Unidos ha sido una serie sobre John Adams. Menos conocido que Washington o Jefferson, Adams fue uno de los padres fundadores más importantes y su papel resultó esencial en procesos como la independencia, la configuración del sistema político y el despegue de los Estados Unidos.

Pero es que Adams encarnaba mucho más que otros personajes la herencia de los puritanos sin la que Estados Unidos es incomprensible. La serie no oculta que Adams creía profundamente en Dios y además compartía la antropología bíblica que considera al ser humano una especie caída. Por añadidura, subraya cómo esa cosmovisión resultó esencial para sentar los cimientos de la primera democracia contemporánea. Convencidos de que el ser humano tiende al mal, los Padres fundadores se empeñaron en mantener inalterable la división de poderes configurándolos como una serie de «frenos y contrapesos» que impidieran su acumulación y, con ella, el paso hacia la tiranía.

Al mismo tiempo -y en esto Adams fue un paradigma- estaban convencidos de que los Derechos del hombre arrancaban de un origen sobrenatural, de un Creador, y que, precisamente por ello, eran «autoevidentes» y no derivaban de la ocurrencia del último iluminado de turno. Esas dos circunstancias unidas a un respeto extraordinario por la ley han proporcionado una enorme solidez a los Estados Unidos, que es una de las poquísimas naciones que no ha sufrido ni el azote del socialismo ni el del fascismo.

Por si fuera poco, la serie muestra cómo Adams estuvo casado con una mujer extraordinaria llamada Abigail que era lo menos políticamente correcto que imaginarse pueda. Le apoyó en todo momento a pesar de los numerosos períodos de separación que experimentaron, lo mismo abonaba la tierra que limpiaba los cristales que enseñaba a un hijo latín, le dio cuatro vástagos y siempre confió en que el matrimonio puede sobrellevar cualquier obstáculo si, bajo Dios, los dos cónyuges van en la misma dirección en lugar de competir o de intentar encarnar la última estupidez que ha salido de la cabecita hueca de alguna miembra.

El resultado fue extraordinario en el caso de Adams -padre de John Quince Adams- y los beneficios para su nación fueron gigantescos. No deja de ser significativo que John Adams se haya convertido para los norteamericanos nuevamente en un símbolo de todo lo bueno y noble que puede dar una cultura: la fe en el Dios de la Biblia, la obediencia a Sus enseñanzas, el amor a la patria, el trabajo duro, el espíritu de sacrificio, la familia sólida y distanciada de las dañinas visiones progres?

Entre esa cosmovisión y la que vemos en el Chikilicuatre o en los telediarios de Gabilondo media un abismo. Sí, realmente, un abismo. Similar al que, según el Evangelio, separaba a los réprobos del infierno de los bienaventurados que estaban en el seno de Abraham.

César Vidal

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