terça-feira, 5 de agosto de 2008

La Iglesia católica


No voy a hablar de fe. Los asuntos que quiero exponer en este momento en que, por enésima vez en nuestra historia, la Iglesia católica española en particular y el catolicismo en general son objeto de ataques feroces por parte de la izquierda cerril que nos gobierna y de sus corifeos, nada tienen que ver con la fe.

Veamos primero unas pocas cifras, tomadas de La Razón del 7 de mayo de 2008, que explican por sí mismas por qué los ocupantes actuales del Estado no han llevado la guerra hasta sus últimos límites:

En 2006, la Iglesia manejaba en España 4.492 centros de servicios varios (dispensarios, asilos, centros de minusválidos, albergues para "transeúntes" —un modo elegante de decir indigentes—, lugares de acogida para enfermos terminales de SIDA), con un total de 51.312 camas, lo que genera el Estado un ahorro de 4 millones de euros por centro. Cáritas repartió 155 millones de euros en ese mismo año.

También se hace cargo la Iglesia de 365 centros de reeducación social para marginados (ex prostitutas, ex presidiarios, ex toxicómanos: a veces, las tres categorías se mezclan en un solo individuo) en los que se atiende a 53.140 personas, lo que genera al Estado un ahorro de medio millón anual de euros por centro.

Sumemos a ello, en esta época terrible en que profesores de instituto pueden olvidar a un bebé encerrado en un automóvil al sol durante cuatro horas y una pareja puede meter a uno de sus dos hijos en el maletero de uno de sus dos coches para hacer la compra y no recordarlo hasta mucho más tarde, es esta época, decía, sumemos 259 orfanatos (26.413 niños abandonados en un país con una ley de adopción que obliga a la mayoría de los padres potenciales a marchar a Rusia, a la India o a la China para encontrar una criatura a la que proteger): 100.000 euros de ahorro por centro para el Estado.

Si calculo bien, un total de 44.205 millones de euros a cambio de los cuales recibió del Estado sólo 155. El resto es limosna, esfuerzos, inversiones (siempre reprochadas y bajo sospecha: hay muchos Mendizábal en el Gobierno y estoy seguro de que para ellos la expropiación de la Iglesia es una idea no descartable ni descartada) y generosidades particulares.

No voy a hablar de la acción de la Iglesia en otros países, aunque soy testigo de su papel, por ejemplo, en la Argentina del corralito, cuando dos tercios de la población cayeron de un día para el otro por debajo del umbral de la pobreza. Papel compartido, todo hay que decirlo, con los evangelistas y los judíos (tal vez a mis lectores no les suene de nada, no lo sé, pero hay muchos más judíos pobres que judíos ricos: más o menos como en las demás confesiones).

Hasta Zapatero, que parece desconocerlo todo, ha comprendido, o se lo ha hecho comprender un asesor, que 45.000 millones más de euros para fines sociales es algo inasumible para un Estado al borde de la ruina. Ahora que se ha llegado a hablar de crisis, habrá que empezar otra campaña para que se acepte una palabra mucho más fuerte y más real: depresión.

Las relaciones entre las iglesias y los Estados han sido siempre parecidas, en la medida en que el cristianismo ha sido el mayor organizador de la sociedad civil en Occidente desde hace un par de miles de años (previendo comentarios tontos: ¿alguien supone que la sociedad civil es una creación de la modernidad? Pues no: los campesinos de la Edad Media eran sociedad civil, y el Barroco se creó en Trento para educarlos). Hasta Stalin tuvo que negociar, aunque finalmente sometiéndola, con la Iglesia ortodoxa rusa; y cualquier observador con un mínimo de inteligencia se habrá dado cuenta de que la perestroika sirvió para que entrara más gente en los templos, a los oficios, que a las tiendas Levi’s o a los McDonald’s. Esta última parte no la entiende ni la entenderá jamás Zapatero, que no piensa desde el agnosticismo, intentando comprender al creyente, sino desde el fundamentalismo masónico del abuelo, que encuentra estupendos aliados en el islam. Por mucho que traten de vender otra cosa, esta gente no opone la razón a la fe, que no tienen, por ser cosas opuestas, sino otra fe a la fe.

Necesitamos a la Iglesia católica. España y muchos otros países necesitan a la Iglesia católica como organizador social. Estoy dispuesto a sentarme a discutir con monseñor Rouco Varela y con el mismísimo Papa, si se terciara, sobre la cuestión del preservativo en África, aunque sé perfectamente que son muchos los sacerdotes que, gracias a Dios, los distribuyen cuando pueden porque no ignoran la realidad de que el 67% de los infectados con el virus del SIDA se encuentra en ese continente, y que la enfermedad es pacedida por el 90% de los niños africanos. Estoy dispuesto a discutir con ellos sobre el celibato o sobre el divorcio, pero siempre con plena conciencia de que aquí y ahora, donde y cuando los ocupantes del Estado han abdicado de su misión y han postergado todo interés nacional, la Iglesia hace falta.

No me engaño, ni me he engañado nunca, respecto de la unidad real de la Iglesia, una unidad siempre relativa, para bien o para mal. Para mal, cuando una conferencia de obispos cuenta con miembros separatistas, por ejemplo. Para mal, cuando el bajo clero medieval, desconociendo las órdenes y principios del Papado, se dedicaba a promover la judeofobia en toda Europa y a crear leyendas con la del Santo Niño de la Guardia. Para bien, cuando esos curas desobedientes del África tratan de poner límites a una epidemia que amenaza con arrasar al conjunto de la población y que se extiende a Europa en pateras y en barcos más seguros, pero igualmente ilegales, que traen mujeres para el tráfico, de Ghana a la Casa de Campo o a los alrededores del campo del Barça o a los puticlubes de carretera. Como toda organización humana, la Iglesia es imperfecta: mucho menos imperfecta que los partidos políticos, y mucho más dispuesta que éstos a enmendar sus errores, aunque lo haga con la exasperante lentitud de la historia, siempre excesiva para quienes miramos el mundo desde los límites temporales que van de la cuna a la sepultura.

Desde luego, no escribo todo esto para lectores católicos, que ya saben de qué va la cosa, sino para mis pares, los agnósticos de cultura judeocristiana que no podemos desconocer nuestras raíces aunque no nos haya sido dado el beneficio de la fe. Estar con la Iglesia en estos momentos es de sentido común.

Horacio Vázquez-Rial
vazquez-rial@telefonica.net
www.vazquezrial.com

Nenhum comentário:

 
Locations of visitors to this page