terça-feira, 26 de agosto de 2008

Margaret Thatcher

Demencia senil. Tiene ochenta y dos años y desde los setenta y cinco le viene creciendo el olvido. Más olvido del que un ser humano necesita. No hay pesadilla más monstruosa que ese Funes el memorioso de Jorge Luis Borges, pero sin una memoria que mantenga la insondable identidad, el hombre se borra a pedazos, se disgrega como una nube. En vida. Cuando la gente vivía menos años no atacaba este mal tan a menudo. Al gran aliado de Thatcher también le deparó el destino la disolución. Pienso en lo que contaba Edward De Bono sobre la dama de hierro: cuando dudaba, se preguntaba a sí misma "¿Qué haría Margaret Thatcher en esta situación?". Pronto no le quedará ese recurso formidable, porque Margaret Thatcher se desconocerá.

Si los cuatro grandes libertadores coincidieron en el siglo XX fue porque al siglo infame le correspondió albergar la mayor tiranía que ha conocido la historia, el totalitarismo en estado puro, el que invade las conciencias, el que toma el interior del sojuzgado y le hace declarar (¡sinceramente!) contra sí mismo, el que no titubea a la hora de provocar hambrunas, desplazar poblaciones, exterminar pueblos, sostener un terror de décadas como único elemento de cohesión social, y mantener que todo eso se hace en nombre del sometido, por su bien y el de sus descendientes.

A Reagan y a Thatcher les tocó apagarse poco a poco. A Juan Pablo II, sufrir un deterioro que simplemente no aceptó; sacando fuerzas de flaqueza viajó, conmovió y convenció como una legión de apóstoles. A Solzenitzin se lo acaba de llevar también la muerte. Los cuatro fueron imprescindibles: los dos políticos, para la estrategia y para la acción; el Papa, para poner en juego una fuerza y una luz que no se apaga nunca y contra la que al final nada puede ninguna construcción de ingeniería social; el escritor, para mover las conciencias, para explicar que detrás de las siglas y el telón y la retórica había seres humanos reales, de carne y hueso, con nombres y apellidos, para impedir la excusa de la ignorancia y ese otro tipo de olvido que es el olvido colectivo, para avergonzar de por vida a quienes, advertidos, mantuvieron su coraza ideológica.
Sólo ella queda viva entre los cuatro héroes longevos. Su hija Carol nos revela que se está adentrando en la penumbra de la desmemoria. Recordemos por ella.

Juan Carlos Girauta

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