segunda-feira, 4 de agosto de 2008

Más y menos que el estalinismo

Dándome una vergüenza enorme las cosas que llegué a decir de Solzhenitzin cuando apareció en el programa de Iñigo (suerte que entonces no publicaba), reparo en la facilidad con que podría perdonarme: tenía quince años, y parafraseando a Serrat, no en sabia més. Más edad tenían Benet y el resto de los que se retrataron en letra impresa. De aquella furia colectiva del progrerío español se ha ocupado por extenso Pío Moa. Es curioso cómo a Iñigo le falla la memoria y sitúa la entrevista en vida de Franco. Seguro que no se ha inventado las imposibles reacciones del Pardo; ocurre que la memoria funciona así, a base de fallos encadenados, de anacronismos, de elaboraciones posteriores. De ahí lo aberrante de legislar una "memoria histórica", principal empeño del zapaterismo Mr.Hyde.

Denosté a quien no había leído. Cuando por fin lo hice, Solzhenitzin me empujó a la lectura de otros intelectuales del Este. Milosz y Kundera (sobre todo el de La broma) dejaron huellas indelebles, pero nada fue más conmovedor que el modo en que el recién fallecido premio Nobel habilitó en su prodigiosa memoria un lugar eterno para cada uno de los postergados y condenados con los que se había tropezado, dotándolos de rasgos irrepetibles. Las más dolorosas aristas de aquellas vidas apuntaban al absurdo.

Han persistido, sobre todo, las sensaciones de Solzhenitzin al ser detenido, horror que podía caer sobre la vida de cualquier soviético como una lotería inversa. Ahora les ha dado a todos por reducir al escritor a "crítico del estalinismo". Tal parcialidad la supongo en El País deliberada; no entiendo que aquí caigamos en la trampa. Cristina Losada y Pepe García Domínguez han consignado este pasmo.Fuimos unos sectarios implacables. Simpatizábamos con regímenes totalitarios y homicidas y nos ciscamos en el hombre que vino a contarnos en época de Arias Navarro lo que era una dictadura de verdad. Todavía me duele, a pesar de la atenuante o eximente de la edad. Bendigo la memoria de Alexander Solzhenitzin. Aún me estremecen los cautiverios que arrancó del olvido. Agradezco su Archipiélago Gulag por haberme salvado; no del estalinismo, por cierto, sino de la cerrada cosmovisión omniexplicativa de la izquierda, de la persistente justificación del horror.

Juan Carlos Girauta
www.libertaddigital.es

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