sexta-feira, 8 de agosto de 2008

Los Juegos del totalitarismo


Los modernos Juegos Olímpicos se crearon, en parte, con la idea de que promoverían la paz. Rememorando en cierto modo la "tregua olímpica" que prohibía las guerras entre las ciudades griegas durante la celebración de los antiguos juegos, la idea era que las naciones compitieran entre sí mediante el deporte y no por medio de las armas. La idea partía de un concepto erróneo de por qué existen las guerras, de modo que en la práctica la celebración de los Juegos nunca las ha impedido: de hecho, tres de ellos tuvieron de ser suspendidos por esa causa. Pero asociaron al olimpismo en el imaginario popular, y en la retórica oficial, con una cierta idea de hermandad y amistad universales.

Esa es la razón por la que exista hoy una polémica tan grande por la celebración de unos Juegos Olímpicos en la más longeva y grande de las dictaduras del mundo, polémica que no existiría de tratarse de unos mundiales de fútbol o cualquier otro evento deportivo. Más de mil millones de personas viven bajo las órdenes del Partido Comunista Chino, que no duda en reprimir violentamente cualquier conato de resistencia. Mientras los disidentes se pudren en las cárceles o "desaparecen", mantener ese ideal olímpico, por más hipócrita y afectado que resulte en tantas ocasiones, es completamente imposible.

Cierto es que, desde la presidencia de Juan Antonio Samaranch del Comité Olímpico Internacional, los Juegos se han ido transformando, dejando atrás los ideales y el amateurismo originales para convertirse en el gran acontecimiento mediático y comercial que son hoy. Muchos se preparan para disfrutar de las semanas más intensas que puede depararnos el deporte, y en defensa de ese legítimo interés, el COI y los distintos comités nacionales abogan porque se mantenga al deporte limpio de toda impureza política.

Sin embargo, si querían que así fuera deberían haber elegido un país respetuoso con los derechos humanos como sede. Cuando unos Juegos Olímpicos, con toda la carga sentimental que arrastran, se celebran en una dictadura totalitaria tan político es denunciarla como callarse. Sobran, por tanto, las palabras de Alejandro Blanco o de la vicepresidenta Fernández de la Vega a los deportistas españoles, amenazándoles veladamente si no se callan. Lo que debería avergonzar a ambos es que ninguno denunciara la violación reiterada de los derechos humanos en China, no que todos se callen ante esa realidad, que no va a desaparecer porque no se hable de ella.

Estos Juegos Olímpicos no servirán para que cambien las cosas en China, una de las excusas argüidas por el COI para aprobar Pekín como sede, del mismo modo que ni Alemania en 1936 ni la Unión Soviética en 1980 cambiaron un ápice por albergarlos. Pero ver desfilar a los deportistas de las democracias liberales en la ceremonia de inauguración que se celebra hoy sin un gesto en solidaridad con quienes padecen el totalitarismo convertiría eso que se ha dado en llamar espíritu olímpico en nada más que un bonito cadáver y a los Juegos en un mero evento deportivo.

Editorial
www.libertaddigital.es

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