quarta-feira, 2 de junho de 2010

Polonia, tras el Telón de Acero

Polonia es clave en los orígenes de la Guerra Fría. Fue su definitiva caída del otro lado del Telón de Acero lo que hizo imposible que Gran Bretaña mantuviera la política de amistad y cooperación con la URSS iniciada durante la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, tampoco los Estados Unidos pudieron ya continuar engañándose acerca de las intenciones de Stalin en la Europa Oriental.

Sería sin embargo una exageración afirmar que, del mismo modo que la invasión nazi de Polonia fue el inicio de la Segunda Guerra Mundial, la ocupación soviética de ese mismo país dio lugar a la Guerra Fría. Pero, dado que fue la instauración en Europa Oriental de una especie de protectorado soviético lo que arruinó las relaciones entre Estados Unidos y la URSS, no es descabellado afirmar que si ese protectorado no hubiera incluido a Polonia, las cosas habrían sido diferentes... y tenido un ritmo diferente.

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Polonia fue dividida en tres ocasiones durante la segunda mitad del siglo XVIII. Su resurrección se demoró más de un siglo. No tuvo lugar hasta después de la Primera Guerra Mundial. Podría decirse que fue consecuencia de la aplicación de los Catorce Puntos de Woodrow Wilson, sobre todo del relativo a la autodeterminación de los pueblos. Pero lo cierto es que fue posible porque las tres potencias que se habían repartido su territorio se contaron entre los perdedores de la contienda. Perdedores fueron Alemania –sucesora de Prusia– y Austria; pero también Rusia, dado que se rindió unilateralmente a los alemanes antes de que éstos se vieran obligados a firmar el armisticio de 1918.

Polonia no perdió el tiempo. Aprovechando la debilidad de la Rusia bolchevique, recién nacida, su ejército cruzó la línea Curzon, la frontera oriental que los diplomáticos occidentales habían trazado en el mapa arbitrariamente para separarla de Rusia, y ocupó la zona occidental de la actual Ucrania. El Ejército Rojo reaccionó con eficacia y pudo impedir que los polacos alcanzaran la frontera que tenía su patria en 1772. Los soviéticos pudieron salvar los muebles y, por el Tratado de Riga (1921), reconocieron a Polonia la recuperación de parte de lo que había perdido en el siglo XVIII.

El tratado nazi-soviético de 1939 desembocó en lo que podríamos ajustadamente llamar "el cuarto reparto de Polonia". La URSS trasladó su frontera a la línea Curzon. Cuando Hitler invadió Rusia, el Gobierno polaco en el exilio, con base en Londres y presidido por el general Sikorski, creyó que la derrota de Alemania permitiría a Polonia recuperar el territorio que poseía al inicio de la guerra. Sin embargo, desde mucho antes de que tuviera alguna seguridad de poder ganar, en sus negociaciones con Churchill Stalin insistió en que los británicos debían respetar la frontera que en su día acordó con Hitler, con el argumento de que, después de todo, había sido dibujada por un diplomático inglés (Lord Curzon). No sólo eso: en fecha tan temprana como julio de 1941 promovió la constitución de un segundo Gobierno polaco en el exilio, el llamado Gobierno de Lublin, que estaba integrado por comunistas polacos obedientes a Stalin.

En abril de 1943 los alemanes descubrieron las fosas de Katyn, donde la oficialidad del ejército polaco había sido masacrada por Stalin. Se le ha dado una extraordinaria importancia al hallazgo para explicar el empeoramiento de las relaciones entre el Gobierno polaco de Londres y Stalin. La verdad es que los polacos, desde que, en 1941, los soviéticos se mostraran incapaces de dar una explicación a la desaparición de sus oficiales –que eran mitad prisioneros, mitad refugiados en la URSS–, sospechaban lo ocurrido y no se fiaban del georgiano. Katyn, además, podía poner en un apuro a Churchill y a Roosevelt frente a sus respectivas opiniones públicas, pero nada más. Ambos sabían que poco o nada podían hacer en favor de Polonia mientras no estuvieran en condiciones de colaborar en su liberación.

En julio de 1943 tuvo lugar otro acontecimiento importante. El general Sikorski falleció en un accidente de aviación sucedido en Gibraltar, luego de haber visitado a las tropas polacas que se encontraban combatiendo en Oriente Medio. Se ha sospechado que el accidente fue, en realidad, un atentado. Las primeras acusaciones se dirigieron al SOE, el Servicio de Operaciones Especiales británico, encargado de las acciones de sabotaje en la Europa ocupada. Sin embargo, acusaciones más recientes se dirigen al NKVD, la inteligencia soviética, predecesora del KGB. Hay dos circunstancias que abundan en esta hipótesis: la primera es que el mismo día en que Sikorski aterrizó en Gibraltar, lo hizo igualmente el avión del embajador soviético en Londres, Iván Maiskii, que hizo en la Roca una escala camino de Argel; la segunda es que en aquellas fechas quien dirigía la sección encargada de la Península Ibérica en el SIS, antecesor del MI6, era el conocido agente doble soviético Kim Philby. Por su cargo, el miembro más conocido de los Cinco de Cambridge pudo saber qué día haría Sikorski escala en Gibraltar. El vuelo de Maiskii pudo no tener otro objeto que el de trasladar hasta la colonia británica a agentes del NKVD disfrazados de diplomáticos y encargados de sabotear el avión de Sikorski. En el hecho de que nada se llegara a saber sí pueden los británicos tener alguna responsabilidad, ya que no tenían el menor interés en verse obligados, ante su opinión pública, a enemistarse con su poderoso aliado comunista.

Sea como fuere, a partir de julio de 1943 el rocoso Sikorski fue sustituido por el mucho más maleable Estanislao Mikolajczyk.

En agosto de 1944, Churchill y Roosevelt tuvieron perfecta ocasión de percatarse de cuál era el verdadero rostro de Stalin. El Ejército Interior Polaco (Armia Krajova) se sublevó contra los alemanes en Varsovia. Lo hizo animado tanto por los aliados occidentales como por los comunistas. Hubo incluso una llamada a ese levantamiento por parte del órgano de propaganda del Gobierno de Lublin, ya instalado en la zona oriental de Polonia que los rusos habían liberado. Por otra parte, los varsovianos no se engañaban acerca de las intenciones de Stalin y decidieron levantarse para darse la oportunidad de liberar la capital antes de que lo hicieran los soviéticos, con el fin de que éstos, al llegar, se encontraran un Gobierno no comunista firmemente establecido, al que los aliados occidentales pudieran respaldar frente al de Lublin. Stalin detuvo el avance de su ejército a cincuenta kilómetros de Varsovia para evitar que la presión de sus tropas impidiera a los alemanes reprimir la sublevación. No sólo eso: además obstaculizó tanto cuanto pudo la ayuda aérea que norteamericanos y británicos trataron de hacer llegar a la quinta columna polaca. Al carecer los patriotas de toda ayuda exterior, los alemanes pudieron arrasar Varsovia, y con ella lo poco que quedaba de la elite polaca. Cuando los soviéticos llegaron no encontraron oposición alguna para que sus quislings se hicieran con poder.

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El asunto de Polonia no quedó del todo cerrado ni en Teherán ni en Yalta. Finalmente, en Potsdam (julio de 1945), con Alemania completamente derrotada y el Ejército Rojo ocupando toda Polonia, los Tres Grandes pactaron el futuro del país sobre los siguientes puntos: los Gobiernos de Londres y Lublin se integrarían para formar un único Gobierno provisional; la frontera occidental de Polonia sería la línea Oder-Niesse, de forma que una franja de inequívoco territorio alemán pasaría a formar parte de Polonia a cambio de la franja de territorio polaco que quedaría en manos de los soviéticos, al este de la línea Curzon; en el verano de 1946 se celebrarían las elecciones libres que en Yalta se había pactado vagamente que tendrían lugar.

Los miembros comunistas del Gobierno, respaldados por el Ejército Rojo, impusieron la inmediata nacionalización de los medios de producción, las industrias y las tierras, tras la celebración de referendos de pega. En enero de 1947 se celebraron las elecciones prometidas, pero fueron objeto de un completo y burdo fraude. Los comunistas derrotaron al Partido de los Campesinos encabezado por Mikolajczyk, que se negó a seguir participando en la farsa y huyó a Londres, donde finalmente murió. Sus correligionarios que decidieron quedarse fueron sometidos a una purga masiva y acabaron expulsados de todo puesto de responsabilidad, cuando no deportados a Siberia. A principios de 1948, el Partido Comunista absorbió al Socialista y formó coalición con lo que quedó del Partido de los Campesinos, y Polonia pasó a ser un régimen de partido único.

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¿Fue realmente Polonia tan importante en el desencadenamiento de la Guerra Fría? A primera vista pudiera parecer que lo ocurrido allí no fue muy diferente de lo ocurrido en Bulgaria, Hungría o Rumanía, o en Yugoslavia y Checoslovaquia. Y, sin embargo, hay diferencias esenciales. Bulgaria, Hungría y Rumanía fueron aliadas de una u otra manera de los nazis. Tuvieron sus razones para serlo, pero esa circunstancia convierte sus casos en muy distintos al polaco. Yugoslavia y Checoslovaquia tuvieron durante la guerra una activa resistencia de ideología comunista o penetrada por comunistas: en ambos fue más o menos natural que se contara con ellos en la posguerra, aunque luego se hicieran con todo el poder de forma antidemocrática. Por otra parte, en Checoslovaquia perduraba el recuerdo de la traición de Múnich y la disposición de Stalin a ir a la guerra contra Alemania por defender el país si Francia también lo hacía. Por lo que hace a Yugoslavia, aunque es cierto que los comunistas terminaron por hacerse con el poder, la verdad es que lo hicieron sin la ayuda de Stalin.

En Polonia, en cambio, nunca hubo una resistencia comunista. Es más, la resistencia que hubo, la de la Armia Krajova, era profundamente anticomunista. Fue una resistencia abandonada a los alemanes, lo que suscitó un profundo resentimiento no sólo contra la URSS, también contra EEUU y el Reino Unido. La posguerra polaca vio los más espantosos traslados forzosos de población, no sólo desde la franja ocupada por Stalin: también los sufrieron los alemanes que vivían al este de la Oder-Niesse, así como los ucranianos que vivían al oeste de la Curzon.

Polonia no sólo vio cómo nazis y rusos liquidaban a su clase dirigente en 1939: después de la guerra fueron deportados a Siberia todos aquellos que pudieran encabezar alguna oposición al régimen comunista, de forma y manera que en 1948 no quedaba nadie que, sin ser comunista, tuviera la capacidad, la inteligencia y la formación necesaria para encabezar movimiento político alguno. Por último, mientras que en el resto de países que cayeron tras el Telón de Acero hubo siempre minorías de comunistas con mayor o menor prestigio entre la población, en Polonia no hubo cosa parecida. Eso implicó que los comunistas polacos sólo tuvieran al Ejército Rojo para mantenerse en el poder, y que carecieran de todo respaldo entre la población, lo que hacía aún más evidente que el comunista era un régimen de ocupación.

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Por defender la independencia de Polonia entró Gran Bretaña en guerra con Alemania. Así que, durante el conflicto, Churchill se sintió obligado a no aceptar que el país báltico cayera bajo la esfera de influencia soviética. Por eso Polonia no fue incluida en el pacto de los porcentajes de 1944, por el que Churchill y Stalin se repartieron el Este de Europa.

Pero Polonia era esencial para Stalin. Habría de servir de amortiguador en el caso de que en el futuro Alemania volviera a levantarse contra la URSS. Por otro lado, Polonia siempre había constituido una amenaza para Rusia, de forma que su inclusión en la esfera de influencia soviética era una exigencia de seguridad a la que Stalin no se sentía capaz de renunciar.

Hay una última batería de consideraciones que hace de Polonia un factor tan importante. Los aliados occidentales entregaron sin demasiada resistencia toda Europa Oriental por lo dicho anteriormente: eran países que, algunos de ellos, habían sido aliados de los nazis y en los que los comunistas gozaban de algún prestigio. Pero como en Polonia no se daba ninguna de esas dos circunstancias, británicos y norteamericanos pelearon por salvarla de las garras de Stalin. Nunca llegaron a estar dispuestos a desencadenar una nueva guerra por preservar su independencia, pero hicieron notables esfuerzos para evitar que cayera bajo la bota soviética. Por ingenuidad o porque no tenían en realidad otra opción, creyeron a Stalin cuando les prometió que los traslados de población se harían de modo "humanitario" y que habría en el país elecciones verdaderamente libres. El que Stalin dejara de honrar ambas promesas convenció a Washington y Londres de la naturaleza esencialmente agresiva de aquél.

Es imposible saber qué habría ocurrido si el líder comunista hubiera respetado a Polonia, pero no cabe duda de que el desencadenamiento de la Guerra Fría no se habría producido con la misma facilidad, y, con seguridad, de producirse, lo habría hecho más tarde. De forma que el extraordinario sacrificio que se impuso a los polacos no fue del todo en balde, desde el momento en que sirvió para que británicos y norteamericanos se dieran cuenta de a qué se estaban enfrentando. Gracias a eso se creó el ambiente propicio para que la autorizada voz de George Kennan, en su famoso Telegrama Largo, fuera escuchada con la atención que merecía. Pero eso es otra historia.



Emilio Campmany

http://historia.libertaddigital.com

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