quarta-feira, 2 de junho de 2010

Turquía, en la encrucijada

Desde hace unos meses, el Gobierno de Ankara ha emprendido una lenta pero clara orientación hacia una nueva política exterior. De los dos componentes de la idiosincrasia turca, Oriente y Occidente, el jefe del Gobierno, el islamista Tayip Erdogan, ha escogido el primero y, mezclándolo con el fuerte espíritu nacionalista del país, está llevando a Turquía hacia posiciones no solo alejadas de la sintonía de la Unión Europea o Estados Unidos, sino en ocasiones claramente contrarias. El trágico episodio de la flotilla apresada por la Marina israelí es el último de estos ejemplos. No es posible pensar que una operación como la que han llevado a cabo las organizaciones pretendidamente humanitarias bajo bandera turca pudiera haberse gestado sin la connivencia de las autoridades de Ankara. La reacción popular que ha producido este hecho puede ser perfectamente comprensible, pero en los hechos ha destruido los lazos estratégicos que existían entre Turquía -miembro fundador de la OTAN- y el principal aliado de Occidente en Oriente Medio, Israel, ya maltrechos tras la furibunda espantada de Erdogan en el foro de Davos.

En este sentido, los esfuerzos de acercamiento hacia el régimen iraní -Turquía nunca puso ninguna pega a la fraudulenta elección de Ahmadineyad ni a la brutal represión que siguió a aquellos comicios- han sido contraproducentes para detener los planes nucleares del régimen teocrático. La fotografía de Ahmadineyad junto a Erdogán y el brasileño Lula alzando los brazos en señal de triunfo ha reducido, prácticamente a la nada, todo el trabajo para un reforzamiento de las sanciones en el Consejo de Seguridad.

Es cierto que Turquía es un gran país, con un pasado imperial que no puede ignorarse. Como nación independiente tiene todo el derecho a elegir sus prioridades en política exterior, pero como aspirante a unirse a la familia europea no debe ignorar que hay valores e intereses que no puede permitirse el lujo de omitir. Si su objetivo es convertirse en una potencia regional a la sombra de su pasado otomano, deberá elegir entre cuál de sus dos esencias prefiere: hacia Europa o hacia el pasado.

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