Los que se manifestaron el fin de semana en contra del Supremo nunca aceptarán la desmitificación de la II República; ni admitirán que la Revolución de Asturias fue el fracaso de un ensayo soviético; ni considerarán el asesinato de Calvo Sotelo como una declaración de guerra; ni los Estatutos como intentos rupturistas de la Nación; ni reconocerán jamás que Ortega, Marañón, García Morente, Azorín y Juan Ramón Jiménez... se exiliaron en 1936 por miedo a la barbarie republicana; ni dejarán de considerar crímenes contra la Humanidad los cometidos por los «nacionales» cuando, de serlo, habría que calificar del mismo modo a los cometidos por los republicanos; ni entenderán jamás por qué EE.UU. y Gran Bretaña respetaron el régimen de Franco como el aliado de la futura guerra fría...
Pero viniendo ya a la transición, los manifestantes del fin de semana nunca llegaron a sentir pudor de que la dictadura hubiera terminado por la libre decisión de los últimos franquistas (Suárez, Martín Villa, Fraga,...) precedidos por los evolucionistas del Régimen (Ruiz Giménez, Areilza, Ridruejo, Laín....)
Por lo demás ¿por qué estos luchadores del sábado no reclamaron nunca las merecidas sepulturas para las víctimas de la represión franquista en los trece años de poder de González? ¿Por qué García Montero, Almudena Grandes, Ian Gibson y tantos otros no requirieron a los gobiernos socialistas en ese sentido? Como asesor del Ministerio de Cultura (no ya como periodista) mantuve relaciones muy estrechas, entre 1983 y 1987, con gentes del cine, del teatro y de la literatura pero nunca llegué a saber que alguno de ellos estuviera preocupado por este tipo de cuestiones... Quizá entendieron la victoria del PSOE como suficiente compensación «histórica». Como lo sería ahora la continuación de Zapatero en el poder. Gracias a casos como este de Garzón. En definitiva, una forma de controlar el futuro gracias al pasado.
César Alonso de los Ríos
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