Hace bastante tiempo que la ONU dejó de ser un faro moral para la comunidad internacional. La semana que viene, cuando abra la conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación, un acuerdo de 1968 con el que se pretendía limitar el número de potencias nucleares en el mundo, le va a conceder un papel estelar a quien representa la mayor amenaza para el tratado, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad.
La ONU ha pasado tres resoluciones condenatorias de Irán por su programa atómico. Su agencia en Viena no deja de producir informes en los que se critica al régimen de los ayatolás tanto por su falta de cooperación como por sus engaños sistemático a la hora de revelar información. Y así y todo, Ahmadineyad jugará un papel relevante en un foro donde no debería hablar.
Otro acto más de cinismo nos viene de Obama. Mientras vende a la prensa su descontento hacia un Irán que le rechaza una vez tras otra su mamo tendida para el diálogo, se dedica a presionar a sus congresistas por lo bajini, para que excluyan de las sanciones a aquellas empresas que negocian con Irán pero que pertenecen a lo que la Casa Blanca llama «países cooperadores», esto es, Rusia y China. Igualmente encarga la revisión a la baja de la posible nueva resolución condenatoria a aprobar en breve por el Consejo de Seguridad.
Eso sí, Ahmadineyad ha tenido un gesto con el secretario general de la ONU: Irán ya no aspira a presidir el comité de derechos humanos. Se contenta con estar en la comisión sobre los derechos de la mujer. Y desde luego, experiencia en suprimirlos tiene toda.
Si la ONU y la Casa Blanca quisieran, Ahmadineyad no podría salir de su país y el régimen de los ayatolás tendría mas cerca su final. Algún día tendrán que explicar por qué no quieren.
Rafael L. Bardají
www.abc.es
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