«No pasarán» parece el lema de unos okupas ante la Policía Municipal, cuando acuden a desalojarlos. No creo que ningún veinteañero sepa que fue una consigna del Komintern utilizada por Dolores Ibarruri, «Pasionaria», en la defensa de Madrid. Fue un drama histórico, y luego, la argentina Celia Gámez entró, entró, entró y, del brazo del General Millán Astray, el gran mutilado, cantaba aquello de: «Ya hemos pasao, ya hemos pasao...».
Estos gerontes de la izquierda quieren pasar, pero al revés y en contrahistoria. Dentro de la violencia desanudada durante una Guerra Civil, no sé si hubo genocidio de complicada definición jurídica pero, de haberlo, lo hubo tanto en las filas nacionales como en las republicanas. Ninguna de las dos partes puede atribuirse un máximo de crueldad. Badajoz contra Paracuellos del Jarama, fusilados en una cuneta contra la otra, Ramiro de Maeztu contra Federico García Lorca (al que amparaban en Granada falangistas como Luis Rosales), Ortega Gasset o el doctor Gregorio Marañón, huyendo no de la barbarie, sino de la disolución republicana. Da la sensación de que como pasaron gracias a una lucha fraticida entre tropas comunistas y la división anarquista de Cripriano Merca, asistidos intelectualmente por el gran socialista Julián Besteiro, ahora algunos memoriosos quieren, como el de Funes de Borges, no sólo retrotraerse en la Historia, sino darle la vuelta como a un calcetín.
Mirar por un retrovisor de 75 años es como intentar rememorar un apasionado amor de juventud que, ahora, con el paso del tiempo, está ajado y en una residencia geriátrica. La frustración sexual y sentimental de quienes se manifestaron el pasado sábado al decadente grito de: «No pasarán, no pasarán», cuando ya pasaron.
Martín Prieto
www.larazon.es
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