Monseñor Juan Antonio Martínez Camino, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, se ha manifestado en favor de que las niñas musulmanas puedan portar sus símbolos religiosos en los espacios públicos. Ha realizado su declaración al calor del caso Najwa. Martínez Camino se equivoca.
Puede que la Iglesia española confíe en que defendiendo el derecho a la libertad religiosa conseguirá detener la ofensiva laicista del Gobierno de Rodríguez Zapatero e, inspirada en un maoísmo infantiloide, crea que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Pero el islam radical no es ni puede ser un aliado de la Iglesia.
La católica, a través de su política de diálogo interreligioso, ha venido defendiendo la necesidad de entendimiento entre las grandes religiones. Pero los frutos de esta filosofía han sido más bien escasos: si bien se está produciendo un acercamiento más que significativo entre el catolicismo y el judaísmo, las relaciones con el mundo musulmán siguen estancadas habida cuenta de que el islam no se abre en absoluto al principio de lógica reciprocidad.
Ser tolerante con los intolerantes hacia todo el mundo religioso que no sea el suyo no es un buen planteamiento estratégico. Y aunque, como cantan los corifeos de Martínez Camino, los casos conflictivos en España a causa del velo son escasos, eso no es óbice para reconocer lo que ha sido el caso Najwa: algo que nada tiene que ver con la libertad religiosa y sí mucho que ver con un nuevo test al nervio de la sociedad española.
La Conferencia Episcopal quizá no tenga que alzarse todavía en este tema en defensa propia, pero tampoco tiene por qué lanzarse a vestirse con la piel de cordero y correr a defender a quienes, si se instalaran algún día en el poder, les llevaría forzosamente al exilio, la cárcel o la soga.
Es más, las declaraciones de Martínez Camino añaden más confusión a una sociedad ya de por sí bastante confusa como es la española en materia de fe. Primero, no todas las religiones son iguales. No es lo mismo ir cantando por la Gran Via "Hare haré, Hare Krishna", la kepa judía, el velo de una monja que el hijab. Porque el hijab no sólo es un símbolo religioso, sino también y, sobre todo, un instrumento de una agenda política e identitaria fundamentalista y radical.
Hace unos días se produjo el asalto de la primera excursión islamista de la que tenemos conocimiento, por la que un grupo de musulmanes austríacos irrumpieron a orar por la fuerza en la catedral –y antigua mezquita– de Córdoba. No son hechos aislados. Es más, pretender que lo son sólo puede responder al deseo de no querer enfrentares a la realidad.
La Iglesia española no debería, a causa de un cortoplacismo en el que no debe inspirarse, contribuir a cercenar lo poco que de nuestras señas de identidad nos quedan. Meter el velo en las escuelas no va a llevar a que se repongan los crucifijos. Aún peor, el velo acabará llevándose el crucifijo por delante con actitudes como la que estamos viendo en la cara pública de la Conferencia Episcopal.
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