La polémica por el uso del velo en los centros educativos ha permitido a los socialistas blasonar de respeto por las preferencias religiosas de los ciudadanos, siempre que no correspondan a la confesión practicada mayoritariamente por los españoles, en cuyo caso toda traba se les antoja insuficiente.
Vaya por delante el derecho de cualquier mujer musulmana a degradarse cubriendo permanentemente su cabeza en señal de sumisión a Alá y a su maromo (al de ella), pero lo que sorprende es que sean los socialistas, laicos hasta las trancas, los que aplaudan esta expresión de piedad. Aquí algo no cuadra. Quiero decir que el respeto por la religión es algo propio de los practicantes de alguna de ellas, no de los que consideran que la visión trascendente del ser humano es una lacra impuesta por la jerarquía religiosa para sojuzgar al ser humano. Pero es que, para los sociatas, la religión islámica no es el opio del pueblo sino el canuto de grifa de la juventud creyente para socavar el orden establecido. El enemigo no es la religión como hecho cultural y espiritual, sino únicamente la religión católica.
Cuando el Gobierno decidió por ley retirar los crucifijos de los espacios públicos no pensó en respetar a todos aquellos a los que ese símbolo no les parece insultante. Al contrario, con gran abuso del concepto, decidieron que un Estado aconfesional exige la supresión de toda simbología en las instituciones dependientes del Estado. Sin embargo, el que las niñas musulmanas acudan a los centros públicos exhibiendo ese distintivo de la religión más inflexible que se conoce les parece un canto al multiculturalismo del que ningún grupo social debe ser privado. Que está muy bien, oiga, pero no para que lo diga un laicista de izquierdas como el protocura Gabilondo.
Y es que lo menos que se le puede pedir al Gobierno es que sea coherente en su maldad. Por ejemplo los mapas del clítoris, a cuya confección ha dedicado la ministra de Igualdad numerosos esfuerzos y fondos públicos, serían un excelente medio para liberar a la mujer musulmana, al fin y al cabo tan oprimida como la occidental. Tan sólo es cuestión de enviar a unas cuantas ONGs con folletos a la puerta de las mezquitas para ilustrar a los imanes sobre la riqueza sensorial y cultural de este órgano, tan amenazado por los practicantes más ortodoxos de esa confesión. No será por falta de subvenciones.
Pablo Molina es miembro del Instituto Juan de Mariana.
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