Las normas de cierto colegio prescriben que los escolares no lleven la cabeza cubierta, pero unos cuantos se empeñan en asistir a clase con enormes gorras de rastafari. ¿Qué ha de hacerse? Sencillamente, cumplir una regla que, por otra parte, es razonable. La dirección del centro insta a los imitadores de Bob Marley a desprenderse de sus gorras y si se niegan, les indica que busquen plaza en un colegio donde las autoricen. ¿Se viola, así, algún derecho humano? ¿Se coartan libertades fundamentales? ¿Se incurre acaso en rastafarifobia? No, no y no.
La decisión de un colegio de Pozuelo de no autorizar que una alumna acuda con la cabeza tapada responde a la misma lógica que el caso expuesto. No ha lugar a debate. El centro veta el pañuelo por lo que es: una prenda que cubre la cabeza. Pero sus críticos no quieren ver lo que es, sino lo que representa. Cuando exigen que se haga una excepción con esa alumna, están apelando a la condición simbólica de la pañoleta. Conscientes de que resulta impresentable defender el hiyab por lo que es: signo de la subordinación de la mujer al hombre y estandarte del integrismo islámico, acuden a la confusión y al camuflaje.
Los socialistas tienen que camuflar, antes que nada, la vinculación del velo islámico con la religión, así que lo definen como un símbolo de identidad cultural. El islam no es una religión, ¡es una cultura! Por ello, esos apóstoles del laicismo pueden ser tolerantes con el hiyab y hostiles con los crucifijos y las tocas de las monjas. Y, como se trata de una cultura, la inferioridad de la mujer respecto al hombre también es aceptable y encantadora. La sociedad occidental viola la sagrada diversidad cuando intenta imponer la igualdad de la mujer a otras culturas. Tal es el mensaje.
En la confusión tenemos al ministro del ramo, partidario de respetar el derecho de cada uno a expresarse. Prohíba, entonces, Gabilondo, que los colegios tengan reglas de vestimenta. Que vayan como les dé la gana, hasta disfrazados de capos de las SS, si les place. Y no rechisten los de Pozuelo si las aulas se llenan de sombreros mejicanos. Es una seña de identidad personal que no atenta contra nadie. Last but not least, tenemos a Leire Pajín, defensora de la libertad de las mujeres de ponerse lo que quieran. ¿Y por qué no de quitarse? ¿O no se podría asistir desnuda a clase? Hablamos de cubrirse la cabeza con políticos que no la usan.
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