La cosa se reduce a una pregunta: ¿es el velo un símbolo religioso o no lo es? Si es un símbolo religioso, no tiene nada que hacer en una escuela occidental. Si se trata de una mera prenda de ropa, entra dentro de las normas de vestuario que tenga establecidas cada centro escolar. Con lo que todo el lío armado en torno a la niña de Pozuelo es artificial. Si quiere llevar velo, tendrá que ir a la escuela que se lo permita. Y si quiere seguir en la misma, tendrá que quitárselo. Tan simple como eso.
Lo que late al fondo de la controversia, en cambio, es algo mucho más complejo. No me refiero al intento islámico de subvertir Europa desde dentro, aprovechando sus inmigrantes para acabar con las libertades que hemos conquistado, como Irán y Ben Laden intentan usar la tecnología occidental para acabar con Occidente. Me refiero a nuestra izquierda, que después de haber perdido la batalla política, está perdiendo la de las ideas. Sobre todo en España, más atrasada en ideas que en economía, que ya es decir. Ahí tienen a nuestro presidente, abogando por una «Alianza de Civilizaciones» con el islamismo en plena ofensiva. Ahí tienen a nuestra izquierda buscando alianzas con el nacionalismo más retrógrado. Ahí tienen a nuestra progresía defendiéndole el velo islámico en la escuelas públicas. ¿Tan poco seso tienen? ¿Tan poca memoria? Hubo un tiempo, y no tan lejano, en el que la izquierda era internacionalista -¿recuerdan las famosas «internacionales»?-, laica -partidaria de la completa separación de Iglesia y Estado-, proindustrial -convencida de que ese era el camino para el desarrollo de los pueblos-, y ahí la tenemos unida al ecologismo más militante, incluso disfrazada a veces de «verde», al darle vergüenza el «rojo». Sólo le faltaba ponerse a defender el velo islámico, y ya lo hemos tenido. ¿Dónde? Naturalmente, en España, donde todo llega tarde y a menudo, averiado.
El velo no es un «símbolo de identidad» e incluso si lo fuese, no tendría cabida en una escuela pública, verdadero crisol de ciudadanía, donde los alumnos aprenden, o deberían aprender, la igualdad de derechos y deberes de todos ellos. Y, menos aún es un «símbolo de la personalidad» de una niña. Es justo lo contrario: el símbolo del sometimiento a que la someten una religión, una cultura y una sociedad que consideran inferiores a las mujeres. Una religión, una cultura y una sociedad que, si pudieran, las metería en un burka, como si fueran bultos, detrás de sus padres, esposos y hermanos. Que es lo que hacen allí donde pueden. Donde no pueden, se limitan al pañuelo, pero es lo mismo: no un símbolo de libertad individual, sino un símbolo de opresión colectiva. Y ahí tenemos a nuestra izquierda defendiéndolo. Para eso nos sirve el Ministerio de Igualdad.
Aunque peor es el burka mental en que están metidos.
José María Carrascal
www.abc.es
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