A Santiago Carrillo le hubiera gustado probablemente pasar desapercibido los últimos años de su vida, reflexionando sobre su pasado, escribiendo algunas cartas dirigidas a los hijos de ciertos compañeros suyos de partido que, fatalmente, acabaron liquidados por una sesión de "autocrítica" de las que tantas protagonizó el PCE bajo su mandato y cuidando camelias en un jardín alejado del ruido urbano. Sucede que la izquierda necesita tanto su presencia mediática para suprimir la verdad histórica que constantemente le animan a que imparta lecciones de moral pública, situación con que sueña cualquier abuelete cebolleta que frise su edad. Ahí es nada, contar a todo el mundo cómo sucedió lo que no ocurrió nunca y que encima te hagan la ola.
El ex líder de los comunistas era un personaje amortizado por sus propios compañeros de viaje hasta que Zapatero llegó al poder. El hombre recibía algún homenaje, balbuceaba con su habitual tono alegre los dogmas más rancios de la ortodoxia leninista en la radio, de vez en cuando desprestigiaba alguna que otra universidad pública aceptando un honoris causa y poco más.
Pero Zapatero, el renovador de la socialdemocracia española, el líder moderno de la izquierda del siglo XXI, el que prometió, en fin, transformar los viejos arcaísmos del socialismo español, difícilmente equiparable a sus homólogos europeos, ha decidido que esta joven promesa asturiana de la política tiene mucho que decir en el concierto de las ideas progresistas.
Y ahí le tenemos, lanzado como un alocado ancianito a los mandos de un deportivo de alta gama y embistiendo a todo lo que se le pone por delante sin el menor sentido del ridículo. No había tocado todavía el asunto de los crímenes durante la Guerra Civil, pero las iniciativas del Gobierno y sus adláteres en ese terreno están ya tan desbocadas, subversión constitucional incluida, que hasta se permite el lujo de impartir doctrina también en ese terreno. En cierto modo avales no le faltan, porque si algún partido asesinó con especial saña y meticulosidad fue el comunista, en cuya cúspide orgánica figuraba nuestro joven valor socialdemócrata hasta que decidió huir al exilio dejando a sus conmilitones a merced de los nacionales. Ya que Zapatero y sus cejateros no piensan realizar esa obra de caridad, que algún alma caritativa le indique el camino al museo. De los horrores.
Pablo Molina, es miembro del Instituto Juan de Mariana.
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