Mayo de 2009. Un equipo de astrónomos del centro Jodrell Bank de Gran Bretaña, mientras observa los datos obtenidos por el telescopio Lovell, detecta una emisión de radio que llama poderosamente la atención. Se trata de un flujo de ondas que no se corresponde con nada conocido hasta ahora, con ninguna radiofrecuencia emitida por objeto cósmico catalogado alguno. |
Procede de la galaxia M82, una guardería estelar (en ella se ha registrado una gran proliferación de estrellas recién nacidas) que flota en el espacio a más de 11 millones de años luz de la Tierra. Las emisiones recibidas dejan perplejos a todos los observadores científicos que tienen acceso a ellas. Para empezar, parece que viajan a velocidades mayores que la de la luz. Hasta ahora, estas radiaciones supralumínicas sólo se habían detectado en entornos extremadamente energéticos como los alrededores de agujeros negros supermasivos. Pero M82 no parece ser una candidata a albergar uno de estos monstruos. De hecho, esta galaxia se caracteriza por ser cinco veces más brillante que la Vía Láctea. De tratarse de un chorro de materia eyectado en los confines de un agujero negro, la emisión procedería del centro de la galaxia. Sin embargo, se sabe que esta señal llega desde la periferia de M82.
Para colmo, el objeto que la genera gira a velocidades de vértigo (una rotación completa cada pocos días). Hay que tener en cuenta que una emisión tan poderosa debe de proceder de un objeto de una masa descomunal, por lo que la velocidad de su giro resulta una anomalía inesperada.
Un tercer factor desconcertante: su brillo, intensísimo, es muy constante. Una supernova, por ejemplo, que pasa por ser uno de los fenómenos cósmicos más brillantes, es perecedera. A los pocos días de su explosión primigenia pierde intensidad y termina por desvanecerse en la oscuridad del cosmos. Pero este objeto (o lo que sea) mantiene su pulso emisor de manera constante, con altibajos ligeramente periódicos.
¿Qué demonios hay en M82? Aún nadie lo sabe, puede que se trate de alguna estructura tipo quasar con una fisiología desconocida hasta ahora. O quizás de una nueva categoría cósmica que todavía no conocemos.
Esta semana, los medios de comunicación especializados en ciencia hemos tenido la oportunidad de conocer un poco más del trabajo de los astrónomos británicos con M82. Y a algunos nos ha venido a la memoria uno de los pasajes más bellos de la reciente historia de la astronomía.
En 1967, Jocelyn Bell, que realizaba su tesis doctoral en Cambridge, y Anthony Hewish, su director de tesis, quedaron boquiabiertos por la señal que recogían sus radiotelescopios. Un pulso de radio extremadamente regular. En concreto, duraba 1,3373 segundos y se repetía con exactitud olímpica cada 0,04 segundos. No hay nada en la naturaleza aparente que guarde tal precisión. En el mundo natural las cosas no son exactas. Ni siquiera dos gotas de agua (que utilizamos como paradigma de la similitud) son iguales. Aquella emisión de radio debía ser artificial. ¿Estaban los astrónomos de Cambridge ante la primera señal recibida por una civilización extraterrestre? Durante cierto tiempo, Bell y Hewish albergaron cierta esperanza de que así fuera. De hecho, llamaron a su hallazgo LGM-1 (siglas de Little Green Men)
Por fortuna, la ciencia salió al encuentro. Hewish y Bell recorrieron el catálogo de posibilidades cósmicas para explicar su hallazgo y encontraron una fuente capaz de emitir con periodicidad exacta ondas de radio: los púlsares. Un púlsar es una estrella de neutrones muy masiva. La materia que alberga está tan aprisionada por las fuerzas de atracción gravitatoria que ha perdido casi todos sus protones y electrones (está fabricada casi exclusivamente de neutrones). Es tan grande la presión que ejerce la gravedad sobre estas estrellas (cientos de veces más pesadas que el Sol pero con un tamaño menor que el Himalaya) que se generan en su seno enormes campos magnéticos. Además, su pequeño tamaño las impele a rotar a una velocidad de vértigo. De ese modo, los chorros de emisiones de sus campos magnéticos giran a gran velocidad y sólo una vez cada poco tiempo (apenas unos segundos) apuntan a la Tierra como un faro cósmico: con regularidad milimétrica. Tanto que los astrónomos los usan para medir con exactitud distancias y posiciones en el cielo (igual que un marinero utiliza las luces rotarias de un faro en lontananza)
No, las emisiones de Cambridge no eran producto de ninguna tecnología alienígena. Hewish y Bell se quedaron sin la gloria de haber sido los primeros humanos contactados por ET. Pero su hallazgo mereció un premio Nobel de Física y amplió el catálogo de objetos cósmicos conocidos.
En M82 algo raro, muy raro, está pasando ahora. ¿Qué nueva especie de fenómeno estará esperando a ser bautizado?
Jorge Alcalde
http://findesemana.libertaddigital.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário