Mi abuelo materno fue socialista. Médico, de Albacete; mi abuelo se radicalizó en los años treinta, respaldó a Largo Caballero, apoyó la revolución de 1934 y, como compromisario socialista de su provincia, votó a Azaña para presidente de la República en 1936. Muy al final de la guerra salió para Argelia y fue enterrado en Orán. Mi madre, que al final de la guerra tenía 18 años, fue juzgada y condenada a la cárcel. La rescataron, poco después, su evidente inocencia, el buen hacer de mi abuelo en los años anteriores y las gestiones de la familia, en particular las de aquellos parientes que habían apoyado el alzamiento nacional.
En 1940, mi padre, recién llegado de Francia, también acabó en un campo de trabajo. Le ayudaron los mismos que ayudaron a mi madre. De mi familia materna, liberal hasta donde se me alcanza, no quedó nada, salvo una tierra que se puso en venta, algunas fotos y un maletín de médico. Lo que no fue saqueado fue vendido y lo que no fue vendido fue destruido por terror. Aquella hoguera destruyó una familia, los recuerdos, la continuidad de un linaje. Sé muy bien lo que mi padre y mi madre pensarían, de estar vivos, de quienes se manifiestan ahora, setenta años después, pidiendo justicia para los represaliados por el franquismo. Intuyo lo que pensaría mi abuelo. En cualquier caso, nadie, ni yo mismo, puede hablar en su nombre. Lo que hago es recordarlos cuando estoy solo, en familia o como ahora mismo, en público, sabiendo que esto no les gustaría. Lo que sería intolerable es que eligiera su memoria para pretender hacer una justicia póstuma, fallecidos ya todos los que participaron en aquellos hechos.
¿A quién pedir cuentas de lo ocurrido? ¿A los franquistas? ¿Incluye ese término a los familiares y a los amigos que ayudaron a mis padres y antepusieron la humanidad a cualquier otra consideración? ¿Qué acusación puedo hacer a quienes decidieron, como también hicieron mis padres, dejar atrás la tragedia y empezar juntos una vida nueva? Si sé lo que es la felicidad, a ellos se lo debo... Y además, ¿dónde quedan las víctimas del Frente Popular en Albacete, entre 1936 y 1939? ¿Tengo que decidir que no existieron, o que con ellos ya está saldada la deuda? ¿Por qué? Están las convicciones, por otra parte, aquello que cada uno se cree obligado a mantener, fuera de los sentimientos. Pero también aquí la memoria interviene, implacable, como suele. Si puedo llegar a suponer que alguno de los dos campos tuvo razón, debo tener aún más cuidado y aún mayor respeto con las víctimas –con todas-, porque estoy ya muy cerca de comprender y tal vez de justificar algunos de los hechos más atroces que hemos cometido, como españoles, en nuestra historia. Y si es así, volveré a caer en aquello que se me enseñó a aborrecer con toda el alma: la intolerancia, el cainismo, la violencia. ¿De verdad es ese el camino que queremos volver a recorrer?
José María Marco
www.larazon.es
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