El escritor falleció el 21 de abril de 1910 tras una vida llena de alegrías e infortunios que han quedado ocultos por su extraordinario éxito.
En 1897 Mark Twain contempló con pasmo cómo el New York Journal difundía la noticia de su muerte trece años antes de que ésta se produjese realmente. La anécdota le viene que ni al pelo a un escritor que hizo de la ironía su seña principal y que lejos de circunscribir su mordacidad al folio, la aplicó a las trabas que el destino puso en su camino hacia la inmortalidad literaria.
Nacido el 30 de noviembre de 1835 en Florida bajo el nombre de Samuel Langhorne Clemens, expiró finalmente el 21 de abril de 1910 en Redding, una localidad del estado norteamericano de Connecticut. Entre medias de ambas fechas había regalado a generaciones de jóvenes lectores, tanto los contemporáneos como los que habrían por venir, algunas de las páginas más delirantes que se hayan escrito nunca.
William Faulkner, sureño hasta el tuétano como Twain, decía que todos los autores estadounidenses que llegaron después de él eran sus herederos. Ernest Hemingway, por su parte, consideraba a Huckleberry Finn la piedra fundacional de la literatura moderna norteamericana, la fuente de la que todos los textos bebían. De haber vivido para leer esos comentarios, a buen seguro que su receptor hubiese esbozado un gesto desdeñoso y, echando mano de una de sus máximas más célebres, hubiese dicho que la mejor manera de alegrarse a uno mismo era intentar alegrar a alguien.
Dardos envenenados
Son precisamente esos dardos, irónicos las más de las veces, envenenados otras e ingeniosos siempre por los que se sigue recordando a Mark Twain cien años después de su muerte. "El hombre es un experimento", solía decir, no sin antes añadir que "el tiempo demostrará si valía la pena". Él hizo bandera de la primera parte de ese aserto y cultivó los trabajos más variados, de aprendiz de tipógrafo a periodista pasando por marinero, minero e incluso buscador de oro. Su padre había muerto cuando él apenas tenía 12 años y había que salir adelante como fuera en el empobrecido Missouri, adonde se había trasladado con sólo 4 años.
Esa tierra terminaría marcando su obra con escenarios y temas a los que volvería una y otra vez. "Nunca permití que la escuela interfiriera en mi educación", comentó en cierta ocasión, pero, en su caso, más que por necesidad, lo hizo por afán de aventura. Un deseo de explorar terrenos desconocidos que no le abandonaría nunca y que transmitiría a cuantos se acercasen a sus novelas.
A orillas del río Mississippi, Samuel Clemens escucharía los cantos de los esclavos negros mientras trabajaban y de ellos adoptaría el pseudónimo que le haría mundialmente famoso, Mark Twain, que viene a significar algo así como "dos brazadas de profundidad", el calado mínimo para poder navegar. Él lo hizo por los procelosos mares de la tinta impresa, consiguiendo la gloria desde sus primeras novelas, como Las aventuras de Tom Sawyer (1876) o Las aventuras de Huckleberry Finn (1884).
Acecha la tragedia
El beneplácito de los lectores le fue fácil de conseguir, pero no tuvo tanta suerte en su vida personal. Su esposa, Olivia Langdon, con la que contrajo matrimonio en 1870, reforzó las ideas progresistas que le habían alimentado desde sus años mozos, especialmente por lo que a la abolición de la esclavitud se refería. Su tío John fue propietario de una veintena de hombres y su padre también se dedicó al cultivo de la tierra en la época de las grandes plantaciones de algodón. Pero para él el capitalismo no era sino una aberración y la posesión de almas humanas no hacía sino exhacerbarla.
A Mark Twain le había costado un arduo año conquistar a Olivia a través de sus cartas y a su lado era muy feliz. Sin embargo, la tragedia acechaba en el horizonte. Su hija mayor, Susy, murió víctima de la meningitis y otro de sus hijos también perdería la vida prematuramente. Por si esto fuera poco, Olivia, a quien él cariñosamente llamaba Livy, terminó quedándose inválida.
Infortunios que venían a unirse a sus apuros económicos, derivados de una ruinosa inversión en un nuevo tipo de linotipia y que le obligaron a recorrer el mundo para tratar de ganar unos dólares como conferenciante. La vida le había mostrado su rostro más amargo y estaba ya demasiado cansado para seguir plantándole cara. Su nacimiento había coincidido con el paso del cometa Halley por la Tierra en 1835 y el inminente regreso del astro le hizo profetizar su muerte. "Estoy seguro de que el Todopoderoso lo ha pensado: 'Estos dos monstruos han llegado juntos, que se vayan juntos'", dijo el escritor. Se equivocó únicamente por un día.
Pero si "el arte de vivir consiste en conseguir que hasta los sepultureros lamenten tu muerte", según dejó escrito, Mark Twain lo practicó como nadie, como demuestra el hecho de que sus textos sigan estando entre los más solicitados en las bibliotecas de todo el mundo.
Óscar Bellot - Madrid
www.abc.es
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