Según tiene acuñado la sabiduría popular, cuando el diablo nada tiene que hacer, mata moscas con el rabo. Lo del socialismo, cuando se instala en el poder, es mucho peor. Para no hacer lo que debiera, lo que predican sus programas electorales y exigen los ciudadanos, espanta esas moscas. Ni tan siquiera las fulmina. Véase para comprobarlo el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía en la que, en exhibición del más caduco progresismo, la dirección general de Bienes Culturales del Gobierno autónomo censa 1.425 piezas de la colección de arte de Cayetana Fitz James Stuart y prohíbe su salida del territorio andaluz.
El Palacio de las Dueñas, la residencia sevillana de la Duquesa de Alba, es, desde finales del XV, uno de los edificios más notables de la ciudad. En él se albergan auténticas joyas de la pintura, la escultura, la orfebrería, la cerámica... que el Ducado ha ido acumulando, y conservando, a lo largo de los siglos. No parece que, dado el sevillanismo activo de la actual duquesa, entre en sus planes meterlo todo ello en un capitoné -o en unas cuantas docenas de ellos- y mandarse mudar a cualquiera de sus otros palacios repartidos por España, el de Liria entre ellos, y menos aún llevárselos al extranjero.
El hoy vicepresidente tercero e ignoto del Gobierno, Manuel Chaves, y su inseparable y follonero Gaspar Zarrías hicieron durante sus muchos y estériles años de gobierno en Andalucía mucho socialismo de salón, demasiadas posturitas ante el espejo de la opinión pública, para dar testimonio de un socialismo progresista que está, únicamente, en sus enunciados. Su heredero, el más modoso e igualmente fervoroso José Antonio Griñán, no podía ser menos y ha «congelado» los bienes -parte de ellos- de una tradicional, nobilísima y honorable familia española. Le ha limitado a la duquesa de Alba la libre circulación de sus bienes, incluso por el territorio nacional. Eso atufa a anticonstitucional; pero, más y primero, parece una actuación de cara a la galería de quienes, en nombre de una impostura social, tienen que demostrar un izquierdismo que sólo se ve en los gestos, no en la conducta. Algo parecido al trote revolucionario que ha llevado a Gaspar Llamazares y a Juan Herrera a presentar una proposición de ley para reformar la Ley de Amnistía de 1977, una de las claves de la Transición. ¿Es posible otra izquierda en el ámbito geopolítico en el que nos movemos?
M. Martín Ferrand
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