quarta-feira, 21 de abril de 2010

Te doy Cataluña

En España, una de las trabas que ha tenido que afrontar el republicanismo es el tipo de dirigente que lo ha defendido.

Por lo general, sus defensores han sido individuos que veían la República como un instrumento de trasformación social, cultural, política y económica; esto es, la República era presentada como fórmula redentora, incluso de quienes no la querían. Para llegar a ella no tuvieron reparos en aliarse con quien fuera, y pactar y ceder lo que hiciera menester, incluido parte del territorio nacional. Además, muchos líderes republicanos quedaron prisioneros del cambio que experimentó el republicanismo en el siglo XIX; me refiero a su vínculo con el socialismo, que perdura hasta hoy.

El primer giro en el republicanismo se produjo en 1848, cuando pareció que la República era la forma de gobierno de los pobres, cuya portavocía se atribuían en exclusiva los socialistas. Por otro lado, el nuevo republicanismo que se fraguó durante la Restauración, y que pervivió hasta 1931, tuvo como referente el radicalismo francés de la III República. La señas de identidad eran claras: anticlericalismo, enseñanza laica y republicana, reformas sociales –el denominado solidarismo– y reivindicación de la moralidad pública, frente la supuesta corrupción inherente a la derecha. Los radicales se presentaban como los únicos portadores de los valores y tradiciones republicanas; eran los verdaderos demócratas. Entre 1894 y 1901 el radicalismo se alió con el socialismo, y juntos defendieron que la República debía ser un Estado intervencionista con un programa izquierdista; de lo contrario, no sería una República.

La influencia del radicalismo francés fue muy intensa en el republicanismo español que sobrevivió al estrepitoso fracaso de 1873 y 1874. Manuel Ruiz Zorrilla, que fue ministro de la monarquía de Amadeo I, aun así en el exilio francés se presentaba como "ancien ministre de la République espagnole", cosa que jamás fue. Castelar pensaba que Ruiz Zorrilla era un hombre franco, honrado, sincero, amante de la libertad, pero no "ciertamente un hombre de inteligencia extraordinaria"; además, tenía "pocas ideas". Los informes policiales sobre su exilio parisino iban en el mismo sentido; si acaso, de ellos se desprende que Castelar se quedó corto...

Castelar.
En 1875, la joven III República francesa colocó detrás del "ancien ministre" a un policía, un espía que le seguía a todas partes, a los cafés, a los jardines, al portal de su casa, siempre observando y escuchando detrás de un árbol o de un periódico. Los exiliados estaban acostumbrados. El agente informaba sobre lo qué veía y oía, con quién se juntaba y qué decía(n). Y claro, en esos expedientes policiales está su vida conspirativa.

Su pretensión era proclamar en España la República mediante un pronunciamiento militar, y no tuvo escrúpulos a la hora de pactar con cualquiera para conseguirlo. A comienzos de 1875 propuso la conformación de una alianza insurreccional de republicanos y cantonales: éstos eran los federales intransigentes de ideas socialistas que habían protagonizado la rebelión de 1873 y, en gran medida, provocado el fracaso de la I República. Ruiz Zorrilla veía bien que republicanos utilizaran a los cantonales como agitadores y luego los apartaran. Castelar se negó, y le dijo que con "los rojos del republicanismo" sólo se podía ir "al infierno", abominó de la insensatez de "excitarlos hoy para tener que perseguirlos y fusilarlos mañana (como pasó en 1873)" y, finalmente, advirtió: "[ese tipo de] República desorejada es una nueva ruina para la Patria, y una nueva desgracia para nosotros".

No paró ahí el "ancient ministre". Así, se puso en contacto con los militares carlistas que se habían exiliado en París tras caer derrotados en 1876. También a éstos les propuso un pronunciamiento conjunto. El embajador español en la capital francesa, Roca de Togores, contó en sus memorias que el plan era derribar la monarquía de Alfonso XII y convocar unas Cortes que decidieran qué forma de gobierno había de adoptar el país. No cabía mayor insensatez ni incongruencia, pero no era la primera vez que Ruiz Zorrilla y los radicales pactaban con el carlismo: ya lo hicieron en 1872, en las urnas, para derrotar al gobierno del progresista Sagasta.

Ruiz Zorrilla.
El dinero era el gran instrumento revolucionario, y Ruiz Zorrilla carecía de él. De hecho, en el exilio vivió de las rentas que obtenía su esposa de sus propiedades.

En esta situación, en 1877 se puso en contacto con varios cubanos independentistas, a los que aseguró que la República española que él patrocinaba daría inmediatamente la independencia a la Isla. A cambio solicitó una aportación económica con la que sufragar tamaña empresa. En aquel momento el ejército nacional aún se batía en la mayor de las Antillas, en la denominada Guerra de los Diez Años.

Pero su idea más estrambótica fue el pacto que propuso al republicano francés Gambetta en 1878. La oposición de la izquierda republicana francesa a la política conservadora del presidente Mac Mahon contenía un discurso insurreccional, intransigente, que casaba muy bien con el de Ruiz Zorrilla. Gambetta, jefe de esa izquierda francesa, y nuestro "ancien ministre" no sólo forjaron una buena amistad, sino que hablaron de un pacto de ayuda mutua. La relación era tan estrecha, que el gobierno francés no tuvo más remedio que detener a Ruiz Zorrilla y expulsarle del país. Se le incautaron los papeles en que se detallaba una "invasión republicana" de España por parte de 2.000 hombres armados; como si fueran los camisas rojas de Garibaldi. Entre los implicados estaban Nicolás Estévanez, revolucionario profesional, y Fernando Garrido, socialista, así como toda la corte cantonal. La idea era pergeñar una especie de rebelión conjunta en España y Francia para el establecimiento de Repúblicas radicales en ambos países.

Ruiz Zorrilla se refugió en Ginebra, desde donde siguió conspirando con los franceses.

Según un informe policial, Ruiz Zorrilla propuso ceder el Alto Aragón y Cataluña a Francia si en ella los radicales llegaban al poder y ayudaban a los republicanos españoles. Es decir, que no sólo estaba dispuesto a aliarse con los socialistas, los cantonales, los carlistas y los independentistas cubanos, también a ceder parte del territorio peninsular. El asunto no había por dónde cogerlo, y dejaba bien a las claras el nivel del personaje y de su republicanismo. Aunque consideremos equivocado el informe policial, el problema es que es perfectamente creíble y acorde con la trayectoria y las maniobras del "ancien ministre".

El modelo de líder republicano encarnado por Ruiz Zorrilla, a caballo entre el conspirador romántico y el componedor de alianzas republicano-socialistas, define en gran medida la imposibilidad de la República en España, como volvió a quedar de manifiesto a partir de 1931.

Jorge Vilches

http://historia.libertaddigital.com

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