quarta-feira, 21 de abril de 2010

El paranoico que llevó el silicio a Silicon Valley

En 1956, tres científicos compartieron el Premio Nobel de Física por haber creado el transistor. Para entonces, John Bardeen y Walter Brattain habían apartados de ese campo de investigación por William Shockley, su antiguo jefe, y la relación entre éste y aquéllos no era, por decirlo suave, demasiado buena. Sea como fuere, entre los tres habían inventado un componente electrónico que revolucionaría la informática.

Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, Shockley había terminado hacía poco su doctorado. Durante la contienda trabajó para su país –EEUU– diseñando tácticas de lucha submarina y organizando un programa de entrenamiento para pilotos de bombardero. En julio de 1945, el Departamento de Guerra le pidió un informe que evaluara el número de bajas que podría suponer una invasión de Japón. Shockley calculó que Estados Unidos tendría que matar entre 5 y 10 millones de japoneses y perder entre 400.000 y 800.000 hombres. No obstante, se ignora si su opinión fue una de las que llevaron al lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki; al parecer, tuvo más peso en el ánimo de Truman un cálculo similar del general Marshall.

Terminada la guerra, Shockley se puso al frente del equipo de investigación en semiconductores de Bell Labs, de la compañía telefónica monopólica AT&T: de ahí saldrían muchos avances relacionados con las tecnologías de la información. Se le pidió dar con un sustituto de las válvulas que se estaban empleando como base para todo tipo de equipos electrónicos, incluyendo los primeros ordenadores, pues tenían numerosos defectos: malgastaban mucha electricidad, ocupaban mucho espacio, generaban mucho calor y fallaban (mucho) más que una escopeta de feria. Como se utilizaban muchísimo, especialmente en receptores de radio, cualquier posible alternativa podía fácilmente deparar jugosos beneficios.

Los materiales semiconductores funcionan como aislantes o como conductores en función de la temperatura o de la energía que se les aplique. Shockley estaba convencido de que se les podía cambiar de estado (de conductor a aislante o viceversa) aplicándoles una corriente eléctrica, pero tenía que demostrarlo. Una teoría de Bardeen parecía probar por qué la cosa no funcionaba. A finales de 1947, éste y Brattain lograron fabricar el primer transistor, en unos experimentos en los que no participó su jefe, o sea Shockley.

El transistor es un componente electrónico que permite hacer pasar electrones desde un punto de conexión llamado emisor a otro que se denomina colector, siempre y cuando llegue corriente a un tercer punto, llamado base, que funciona como si fuera un interruptor. Cumplía con la misma función que la válvula en el diseño de un ordenador, pues permitía crear circuitos lógicos, que son los ladrillos con que se construyen las computadoras. Hay que recordar que el primer ordenador electrónico, Eniac, tenía 18.000 válvulas, lo que provocaba un consumo de 174 kW, es decir, lo que 2.900 bombillas de 60W puestas en fila. Los transistores, además de ser más fiables y pequeños, prometían hacer la misma labor con un consumo infinitamente menor.

También permitió sustituir a las válvulas en los receptores de radio. Después de varios prototipos, el primero que sólo empleaba transistores comenzó a comercializarse en 1954. Este cambio tecnológico permitió que los receptores de marras fueran más pequeños y funcionaran a pilas. Su éxito fue enorme; tanto, que para mucha gente "transistor" es sinónimo de radio portátil. Aunque no todo fue bueno: la manía de llevarlo encendido hasta en los lugares menos apropiados llevó a decir a la gente en los 60: "No hay mocita sin amor ni hortera sin transistor". Los transistores pasaron de moda, pero los horteras sobrevivieron: se pasaron primero al radiocassette –o loro– y luego al móvil.

William Shockley.
El sandwich de Shockley

El invento de Bardeen y Brattain presentaba, de todos modos, algunos problemas. Había que crear cada unidad a mano, en un proceso que parecía difícil de automatizar; y además eran muy frágiles: con cualquier golpecito podían dejar de funcionar. Para Shockley, tenía un fallo aún más gordo: que no lo había inventado él, aunque la teoría en que descansaba fuera suya, y la patente que había presentado Bell Labs no tenía su nombre. Así las cosas, hizo saber a sus dos subordinados que intentaría hacer desaparecer sus nombres de la petición de patente, mientras en secreto trabajaba en un transistor que solucionara los problemas que presentaba el diseño original. Lo logró al año siguiente.

Su creación se llama oficialmente transistor de unión bipolar, pero él lo llamo sandwich porque constaba de varias capas superpuestas de material semiconductor. El sandwich sentó las bases de la electrónica moderna, y, aunque a un tamaño microscópico, podemos encontrarlo en microprocesadores, memorias y demás chips que se ocultan en los aparatos que empleamos todos los días.

Como es de imaginar, el ambiente en el laboratorio se había convertido en un infierno. Bardeen recordaría años después que todo había ido como la seda hasta ese fatídico 23 de diciembre de 1947 en que vio la luz el primer transistor. Shockley, que al fin y al cabo era su jefe, se dedicó a impedir que su amigo Brattain y él mismo trabajaran en proyectos que pudieran interesarles, lo que les llevó a salir de la empresa. No sería ésta la última vez que la personalidad de Shockley llevara a gente de su alrededor a huir de él lo más lejos posible.

Nuestros tres hombres volvieron a encontrarse en la gala de los Nobel. Durante una noche compartieron mesa y recordaron los buenos viejos tiempos en que eran amigos y formaban un grupo de investigación de primera línea.

En cuanto a Bardeen, no le fue mal. Empezó a investigar los materiales superconductores, y sus hallazgos le valieron otro Nobel de Física más, en 1972, lo que le convirtió en el único en la conseguirlo en dos ocasiones en dicha categoría.

Los Ocho Traidores

Shockley decidió marcharse de Bell Labs en 1953, al ver que le negaban el acceso a puestos de más responsabilidad; decisión que sin duda tomaron los barandas al ver cómo había gestionado su equipo de investigación. Regresó al lugar donde había crecido, en Palo Alto, California, cerca de la Universidad de Stanford, y unos años después fundó una división de semiconductores –a su nombre– con el capital de la empresa de un amigo suyo, Beckman Instruments.

No es que le fuera muy bien. Su prestigio y la cercanía de Stanford le habían permitido reclutar un buen número de jóvenes talentos, pero a pesar de que el laboratorio tenía como primera misión desarrollar transistores de silicio en un momento en que se hacían de germanio, pronto se empeñó en investigar un nuevo tipo de componente electrónico, el tiristor. De modo que dividió a sus empleados: la mitad trabajarían en su proyecto, y no podría decir nada a la otra mitad.

En ese ambiente de secretismo, Shockley se volvió un poco paranoico. Una vez que una secretaria se hizo daño en una mano con un objeto punzante que alguien dejó por accidente en una puerta, quiso hacer pasar a toda la plantilla por un detector de mentiras, pues estaba convencido de que detrás del incidente había un propósito oculto.

Finalmente, en 1957, y después de intentar sin éxito que Beckman pusiera orden, los que acabaron siendo conocidos como "Los Ocho Traidores" decidieron dejar la empresa y fundar otra similar, Fairchild Semiconductor. Entre ellos se contaban Robert Noyce, uno de los dos inventores del chip, y Gordon Moore, que acuñaría la ley que lleva su apellido, en la que predijo que el número de transistores que se pueden meter en un circuito integrado se duplica cada 18 meses. En 1968, Noyce y Moore fundarán Intel.

Fairchild triunfó donde no lo hizo Shockley, y sería la primera de un buen número de empresas de semiconductores que se establecerían en lo que acabó conociéndose como Silicon Valley, el Valle del Silicio, y no de la silicona, como algunas veces se traduce –espantosamente mal.

Shockley volvió como profesor a Stanford, y desde entonces dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a unas polémicas teorías sobre genética. Sostenía que los padres sin cualificación profesional tenían muchos más hijos que los que tenían algún tipo de educación, y que, como la inteligencia sería hereditaria, la abundancia de los primeros provocaría a largo plazo el colapso de la civilización. Le preocupó especialmente el caso de la raza negra, donde la diferencia en los niveles de procreación era mucho mayor, y predijo que este estado de cosas impediría a los negros salir del hoyo, pese a los logros registrados en materia de derechos civiles. Como solución, llegó a proponer que se incentivara la esterilización voluntaria de las personas con un coeficiente inferior a 100. No se hizo muy popular con esas ideas, claro, y lo llamaron de todo menos bonito.

Entre su carácter imposible y unas ideas tan políticamente incorrectas, su papel en la invención del transistor fue dejándose de lado. Cuando murió, en 1989, lo hizo acompañado sólo de su segunda mujer; incluso los hijos de su primer matrimonio se enteraron de su fallecimiento por la prensa. Jacques Beaudouin, un ingeniero que trabajó con él en Stanford, necesitó once años para conseguir que el Ayuntamiento de Mountain View pusiera una placa en el lugar donde estuvo el Shockley Semiconductor Laboratory. Y eso que Shockley fue el hombre que llevó el silicio a Silicon Valley...



Daniel Rodríguez Herrera

http://historia.libertaddigital.com

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