El 7 de marzo pasado la Unión Europea celebró una cumbre bilateral con Marruecos en Granada. El Rey Mohamed VI no participó en ella. Ese mismo día Marruecos abría un conflicto al que ningún Gobierno europeo ha querido plantar cara y que empieza a tener magnitudes considerables. En esa misma fecha son deportados los dieciséis responsables de un orfanato cristiano en el Atlas. De entonces a ahora han sido 80 los cristianos expulsados de Marruecos por el simple hecho de ser cristianos. Los últimos han sido los integrantes de la directiva de la George Washington Academy de Casablanca, una suerte de liceo francés de norteamericanos.
Entre medio también han sido expulsados predicadores protestantes de diversas adscripciones y nacionalidades: coreanos, neozelandeses, latinoamericanos... y un franciscano de origen egipcio, Rami Kaki, expulsado sin poder pasar por su casa a recoger sus pertenencias. Egipto es un país creado a partir de comunidades cristianas coptas. Pero la umma islámica no acepta que de esa tierra puedan salir cristianos al mundo.
A todos ellos se les acusa de un grave delito: propagar el evangelio entre los musulmanes. Es un asunto de enorme gravedad que en los medios de comunicación europeos apenas ha tenido repercusión y al que las autoridades españolas han dado la espalda.
Coincidiendo con la cita en Marruecos de los obispos de las diócesis católicas del Magreb conviene tener presentes un par de ideas básicas sobre esta grave represión. El de Marruecos es el régimen político más respetuoso con los Derechos Humanos entre los de la Liga Árabe. Y aún así pueden darse situaciones tan graves como la que se está viviendo. Hay ya 80 deportados protestantes y uno católico. Pero no nos creamos que esto es un problema de los protestantes. Es de todos los cristianos sin excepción. Para la autoridad religiosa musulmana que autoriza ese tipo de represión, tan válido como objetivo es un protestante como un católico. Ante él, todos somos igual de herejes.
Ramón Pérez-Maura
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