quarta-feira, 21 de abril de 2010

A por los católicos

Si han estado ustedes habitando en este mundo nuestro habrán oído que el Papa es un señor de inusitada crueldad dedicado a la promoción profesional y meticulosa de la pederastia.

El abuso sexual de jóvenes y niños, afirmaba recientemente el escritor George Weigel, es una plaga mundial. Según datos de los Estados Unidos entre un 40% y un 60% son causados por familiares, incluyendo padrastros y novios de la madre de los niños, lo que sugiere que los abusos a niños son el resultado, principalmente, de la revolución sexual, la ruptura del matrimonio, y la costumbre de "arréglatelas con quien puedas". De todos estos abusos aproximadamente un 2% son causados por clérigos, habiendo estos virtualmente desparecido en los últimos años: seis casos creíbles en el último año en la Iglesia americana de 65 millones de fieles.

Con –absoluta– independencia de ello, la prensa dominante ha decidido apoyar una serie de reclamaciones judiciales de cuantiosas indemnizaciones radicadas en los tribunales americanos dando voz a los abogados que las reclaman de la Iglesia. Para ello no ha dudado en convertir en verdad de fe los alegatos de estos. Los hechos se remontan, en un caso a un cura de Milwaukee, USA, a los años 50, y, en el otro, a las acusaciones a un cura alemán en los 80, todo ello espolvoreado con las manifestaciones actuales de Benedicto XVI respecto a la necesidad de hacer penitencia por los pecados.

El refrito de casos antiguos está siendo pues estimulado con la finalidad de imputar una responsabilidad civil y quién sabe si penal; pero lo esencial parece ser una voluntad de deslegitimar a la Iglesia Católica despojando a Occidente de uno de sus ya escasos vestigios de búsqueda y defensa de la verdad. Y de educación no proporcionada por los poderes públicos, dueños y maestros de lo políticamente correcto.

Lo último ha sido la publicación urbi et orbi del disidente estrella Hans Küng, eterno enfant terrible a sus ochenta y tantos años, en numerosos medios europeos de una carta en la que culpa al Papa Benedicto XVI del, nada menos, sistemático encubrimiento mundial de abusos sexuales por parte de clérigos, mediante su mandato al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Esto es especialmente enojoso dado que fue precisamente el entonces cardenal Joseph Ratzinger quien en los noventa empezó a batallar por el cambio en el trato de los casos de abuso, poniendo el proceso de castigo a los sacerdotes bajo la competencia de la Congregación en el 2001 y dedicándose a reformar un sistema que había fracasado en ocasiones, como tuvo oportunidad de comprobarse a partir del momento en que comenzaron a cobrar vida las reformas.

Esto no sería sino un caso más de abuso por parte de la prensa dominante contra la incauta población para poderla dominar conforme a los intereses de los poderosos, si no fuera porque hay un añadido subentendido. Aquellos que nunca han pertenecido a la Iglesia católica, y otros que perteneciendo a ella han defendido posturas preteridas desde el Vaticano II, han decidido declararle una guerra definitiva. Esta consiste en apoyar las doctrinas progresistas que han hecho estragos en muchas iglesias protestantes, por no hablar de la Iglesia anglicana en franca descomposición y que el Papa alemán se ha visto obligado a rescatar en una metáfora inaplicable a los asuntos mundanos europeos, para extenderlas al aún resistente catolicismo. Ah, y sépanlo de una vez por todas amigos y enemigos, Benedicto XVI se lleva bien con los judíos; absténganse de entrar en esa llaga, porque los antisemitas están en otro sitio. No siempre ha sido así pero la Iglesia moderna se siente apedreada como San Esteban, y apedreadora como San Pablo, ambos judíos de nación.

Como bien decía Irving Kristol hace ya años, no nos equivoquemos: se puede pedir a los jóvenes que caminen con ceniza en la cabeza y de rodillas hacia Roma, pero no se puede transigir con quien pretende destruir la Iglesia, ni aguar las convicciones para contentar a los que no solamente no se van a contentar sino que están empeñados en aniquilar cualquier ansia por la verdad y el bien allí donde los vean. Una cosa, sin embargo, sí puede hacerse. El sacerdote americano Richard John Neuhaus solía decir que la Iglesia no es del mundo, pero está en el mundo. Hasta que podamos yacer los leones con los corderos, según la visión de Isaías, no estaría de más un poco de astucia de los católicos frente a las serpientes que quieren acabar con ellos. Ser listo no es pecado. O siguiendo el título del libro de C.S. Lewis, anglicano él, de los buenos: "Hechos para el Cielo... y porque en la Tierra importa".

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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