Sharjah -uno de los siete países que conforman los Emiratos Árabes Unidos (EAU)- se ha convertido en un destino turístico de referencia y en un ambicionado lugar de negocios. No faltan los motivos para visitar este pequeño emirato: playas impolutas, exóticos oasis, modernas ciudades y, sobre todo, sus gentes: hospitalarias, educadas y honestas.
Sharjah, al contrario que sus vecinos, no tiene petroleo ni gas natural. Pero su cercanía a Dubai ha hecho que participe del boom económico de los emiratos. Y el responsable de conducir el crecimiento de Sharjah hacia la modernidad ha sido Su Alteza Real, el sheickh sultán bin Mohamed Al-Qassimi III.
Los doctorados honoris causa que ha recibido el sultán por parte de varias universidades europeas y norteamericanas hablan de las buenas relaciones que el emirato mantiene con los Gobiernos de Occidente, que, por el bien de la fluidez comercial con el emirato, optan por mirar hacia otro lado ante los aspectos más inquietantes del país árabe.
Porque Sharjah tiene un lado oscuro. La falta de transparencia de su sistema bancario lo convierte en un paraíso fiscal para el terrorismo yihadista. Durante los años noventa Al Qaeda lavó en las discretas cuentas bancarias del emirato el dinero que obtuvo del tráfico de opio y armas en Afganistán, al punto que gran parte de las operaciones bancarias realizadas para financiar el 11-S se realizaron desde el emirato.
Un paraguas de la Yihad
Tal y como demostró el Congreso estadounidense, Mohamed Atta recibió varias transferencias el 8 y el 9 de septiembre de 2001 desde una sucursal bancaria del Al Ansari Exchage de Shajah. Y el emirato fue uno de los tres únicos Gobiernos del mundo en otorgar reconocimiento diplomático al régimen talibán de Afganistán.
Y es que la corriente del islam que impera en Sharjah es la rigorista dentro del wahabismo, tendencia conocida por hacer una lectura especialmente fundamentalista de las enseñanzas mahometanas.
Gustavo de Arístegui, portavoz del Partido Popular en la Comisión de Asuntos Exteriores y experto en terrorismo yihadista, afirma que “Sharjah es el único de los siete emiratos de EAU que tiene implantada la ley seca, y su aplicación de la sharía destaca por ser especialmente conservadora”.
Lo curioso es que, incluso para los parámetros arábigos, el sultán Al Qassimi tiene fama de radical; entre la casa real saudí -todos ellos wahabitas- el emir no es visto con buenos ojos por el extremismo de sus posicionamientos religiosos (en Sharjah no hay libertad religiosa y la apostasía del islam se castiga con la cárcel) y por su excesivo grado de permisividad hacia el yihadismo.
No obstante, a pesar de su tolerancia con los fanáticos, Al Qassimi dista de ser un iletrado. Doctor en Historia por la Universidad de Cambridge, el sultán está reconocido como una de las máximas autoridades en la historiografía del golfo Pérsico, sobre la que ha escrito varios libros en árabe e inglés. Además, es un enamorado de Al Ándalus; dentro de su producción bibliográfica destaca una obra de teatro centrada en la figura de Boabdil.
Su amor a España lo ha materializado de diversas maneras. En 2001 acudió a Granada para inaugurar el Centro de Estudios Islámicos de Az Zagra, en Puebla de Don Felipe, financiado en parte gracias a la aportación del sultán. Durante esa primera visita, Al Qassimi constató que las obras de la mezquita de Granada estaban paralizadas por falta de fondos.
El sultán se comprometió a aportar el dinero necesario para concluir las obras, cosa que hizo, y su regreso a la capital granadina en 2003 fue por todo lo alto: en compañía de los representantes de Turquía, Siria, Líbano y Arabia Saudí, el sultán inauguró la mezquita -situada en el barrio del Albaicín, justo en frente de la Alhambra-, y en 2004 aportó medio millón de euros para restaurar las murallas medievales que rodean al barrio granadino.
Y el capital de Al Qassimi también planea sobre la futuras mezquitas de Sevilla, Córdoba, Logroño y Barcelona.
De esta manera, a través de la promoción de mezquitas wahabistas, esta visión del islam va calando entre la inmigración musulmana española, mayoritariamente oriunda de Marruecos, país donde las tradiciones locales atemperan el Corán. Tal y como explica Arístegui, “los problemas de los emigrantes con las drogas o el choque cultural, unidos a su, por lo general, baja formación y a la falta de expectativas hacen que sean muy influenciables a un discurso religioso radical”.
Volver al califato
El caso sevillano resulta especialmente inquietante, pues para edificar la mezquita en la ciudad de la Giralda los representantes del sultán en España se han asociado con la Comunidad Islámica de España (CIE), cuyo presidente es el converso español Malik Abderramán Ruiz, quien también preside la Fundación de la Mezquita de Granada.
Bajo las siglas de la CIE se esconde un reducido pero influyente conjunto de españoles conversos conocidos como los Morabitún (‘los combatientes’ en árabe clásico). Los Morabitún promulgan la abolición del papel moneda, la implantación de la sharía en España y “un alto mando islámico que dirija todas las estrategias y operaciones militares”.
De momento, las movilizaciones de los vecinos del sevillano barrio de los Bermejales consiguieron parar en 2007 la construcción de la mezquita en los 6.000 metros cuadrados de terreno público que el Ayuntamiento había cedido a los promotores del lugar de culto.
José R. Barros
http://www.albadigital.es
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