Podemos llamarlo flotilla islamista. O flotilla violenta, como ha corregido pertinentemente el embajador de Israel en Madrid, Raphael Schultz. Pero no flotilla pacifista ni flotilla de la libertad. Que es la gran manipulación que envuelve esta operación de apoyo a uno de los dos bandos de la guerra, el grupo terrorista Hamás. Y no el grupo radical islámico Hamás, como decía ayer la prensa izquierdista.
Sin esta clarificación de conceptos y de situación, no habrá forma de llevar a buen término la investigación que dilucidará si hubo o no uso desproporcionado de la fuerza por parte del Ejército israelí. Aunque al Gobierno español le da igual dicha investigación y de ahí que se haya puesto en primera línea para condenar a Israel exigiendo explicaciones al embajador junto a dos grandes socios de referencia de las democracias más avanzadas como son Turquía y Grecia. Cuando ni la propia ONU ni Barack Obama, las otras dos referencias internacionales de nuestro Gobierno, han osado condenar a Israel sin analizar antes los hechos.
Dados los ataques violentos relatados por los soldados israelíes que comenzaron cuando los «pacifistas» arrojaron a un soldado desde la cubierta superior a la inferior, es bastante posible que dicha investigación les reconozca una situación de «amenaza a la vida» y su consiguiente derecho al uso de las armas. Pero lo que será imposible es que la opinión pública europea abra los ojos al movimiento islamista-izquierdista que mueve los hilos internacionales de ese barco y del radicalismo violento palestino.
El islamoizquierdismo europeo está disfrazado de pacifismo, de humanitarismo o de identidades étnicas. Lo mismo oculta la realidad de las bombas de Hamás tras la retórica de la paz que esconde el rostro de las mujeres tras la retórica de la identidad. O el acoso a Israel tras la retórica de la ayuda humanitaria.
Edurne Uriarte
www.abc.es
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