Los sucesos acaecidos en la Mezquita de Córdoba esta Semana Santa (fecha idónea para provocar) pueden abrir una peligrosa espita de teorías, análisis y contraanálisis políticos y religiosos (cóctel generalmente explosivo) de la que sería deseable huir. Es obvio que a la Alianza de Civilizaciones se le ha abierto no ya una grieta sino una falla de difícil soldadura. Y es evidente el enorme revés y el infinito disgusto que habrán provocado en el ministro Moratinos, habitualmente proárabe, los altercados vividos en la ciudad que desde hace tiempo se ha convertido en su cuna política.
Pero por encima de esas consideraciones, la alianza que debe primar en estos momentos es la de la gente y la de los partidos políticos civilizados que incurrirían –incurriríamos, también los medios– en una impresentable irresponsabilidad si atizáramos cualquier tipo de guerra de religiones por muy fundamentada que estuviese. Porque la Mezquita, antes del siglo VIII basílica visigótica cristiana de San Vicente, y luego, a partir del siglo XIII, Mezquita Catedral; forma parte del Patrimonio de la Humanidad, una catalogación que se sitúa muy por encima de la teocracia islámica que hace doce siglos la edificó, insisto, sobre una iglesia visigoda, o de la entonces también teocracia cristiana que en el siglo XIII la transformó. Por tanto, sería absurdo, aparte de sumamente desestabilizador, entrar en un fuego cruzado de argumentos sobre qué credo tiene más derecho a usarla de templo como si el sujeto histórico religioso que erigió la construcción hace mil doscientos años, el califato cordobés, tuviera un correlato en la actualidad. Pero precisamente por ello, y para alejar cualquier tentación de ardor de reconquista, tampoco parecería muy apropiado invocar el espíritu de Santiago Matamoros como si la preeminencia de la tradición cristiana cordobesa de los últimos setecientos años estuviera en peligro. Es preferible pues correr un tupido velo, incluso aunque sea velo musulmán. Y, por supuesto, que Moratinos deje las cosas claras a la Junta islámica.
Santiago Talaya
www.larazon.es
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