El Gobierno de la Nación, el Gobierno de España, como se anuncia continuamente en su propaganda financiada por todos los curritos españoles, incluidos los parados, se ha ido de vacaciones. De juerga todos en estas vacaciones tan laicas. Todos se han ido un día antes que los demás privilegiados que tienen días libres en Semana Santa. Y que pueden financiárselo. La cosa tiene gracia. Hacen un Consejo de Ministros nada más comenzar la semana y después, por decirlo de alguna manera, se abren. Visto el contenido del Consejo de Ministros se podían haber ido una semana antes. O dos. O tres. El jefe, José Luis Rodríguez Zapatero, nuestro Gran Timonel, se ha ido al Parque Nacional de Doñana. Se supone que a proteger a los linces. O a meditar, aprovechando las fechas, sobre su amistad íntima con el primer ministro turco, Erdogán. Un islamista que cada vez les hace la vida más imposible a los cristianos en su país. Y que desde una doble agenda mentirosa propaga una doctrina de la intolerancia y el mensaje de un dios que propaga el odio y no el amor, no el perdón sino la venganza y el resentimiento. Pero ya saben cómo es la Alianza de Civilizaciones. Aquí se hacen mezquitas y se paga la sanidad a jovencitos e imagen fanáticos de Pakistán y en los países islámicos se asaltan iglesias o en los menos brutales se ponen todas las trabas posibles a la celebración de misas. Es lo que llamamos reciprocidad.
Según el código laico de nuestros gobernantes, los españoles tenemos en la Semana Santa una semana blanca en la que nos vamos de fiesta. Y las procesiones son para algunos medios poco menos que un parque temático. Las Navidades no pueden ser Navidades porque ofenden a quienes no creen en la fe de la inmensa mayoría de los españoles. Por eso hay que evitar toda referencia lo que en realidad significan. La Semana Santa es época de langostinos en Sanlúcar de Barrameda. ¿Verdad, presidente? Él, el Timonel, tenía prisa y quería evitar los atascos, supongo. Por eso se han ido todos antes. Porque aquí, en realidad, no hay nada que hacer. Al fin y al cabo todo nos va bien. Ya saben ustedes que todos los españoles gozamos de un buen presupuesto para irnos de fiesta, langostinos incluidos. Y que quien no se va de juegar es porque no quiere. Al fin y al cabo, los problemas son una lata y se arreglarán con el tiempo.
Y, sin embargo, sorpréndanse, en esta España zapateril en la que diariamente se insulta a la Iglesia católica desde medios cercanos y financiados por el Gobierno, hay millones de españoles que sienten la devoción y la emoción por la pasión de Cristo, que es lo que se rememora en esta Semana Santa. Y por su resurrrección. Millones que pese a la burda o sibilina propaganda anticlerical y anticatólica comparten la religión de sus mayores. Y tienen fe. Y viven sus tradiciones. Y que creen en la trascendencia y la sacralidad del ser humano. En el hecho de que todos hemos sido creados en la imagen de Dios. Que muchos no sean estimulados por nada más que su beneficio inmediato en la tierra, porque nada esperan después, no significa que muchos otros crean realmente en que somos sólo ese producto darwinista de usar y tirar. Seres intercambiables por insectos o peces. Ese concepto que tanto asesino y tragedias ha generado, especialmente en el siglo veinte. Muchos creemos en que el ser humano es un prodigio divino por su capacidad de sufrir y amar. Por eso la Semana Santa es, para muchos, mucho más que esas largas vacaciones que se nos monta el presidente Zapatero en Doñana. Es reflexión e introspección. Es un monumento que se contruye anualmente al sufrimiento y la redención del ser humano.
Hermann Tertsch
www.abc.es
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